Desaliento social o colapso de sistema / régimen / Estado

La culpa ha sido de Octavio Paz. La culpa de que los juicios sobre ensayos de intelectuales sean tan severos, a veces, que disminuyen la intención de los autores. La culpa de que todo texto de temas políticos que se escriben por parte de intelectuales —casi siempre escritores en función de analistas— tenga que pasar por el túnel de Posdata, hasta ahora el ensayo más completo de análisis político de un intelectual que se haya publicado.

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Octavio Paz

La culpa, pues, es de Paz. La diferencia en el estilo político entre los poetas, los historiadores y los politólogos radica en las funciones: los primeros buscan la belleza de la metáfora, los segundos le dan prioridad a los procesos sociales y los terceros estudian las estructuras. Pues bien, Paz logró en Posdata la fusión de las tres especialidades. En el rigor metodológico, se debe considerar Posdata como el ensayo político que explicó el México posrevolucionario y se colocó como un referente inevitable de ensayos subsecuentes.

El ensayo Desaliento de México, de Enrique Krauze, publicado en la revista Letras Libres de mayo del 2016, destaca por el estilo pulcro y meditado de un historiador y la aperturas de puertas de un interesado en política. Su detonador fue el México de la violencia creciente y hasta ahora permanente, sin que la política haya respondido a las expectativas de la sociedad. Se trata de un texto largo, bien estructurado y con intenciones de corte de caja sobre lo pasado y exigencias de posibilidades de lo que viene.

Lo malo de textos de esta naturaleza radica no en su contenido sino en sus referentes: desde luego, el que se refiere a Posdata de Octavio Paz. Pero también a la propia producción de Krauze como uno de los más importantes escritores políticos del último cuatro del siglo XX y lo que va del XXI. Y ello lleva, de manera inevitable, a buscar el contexto de El timón y la tormenta en 1982 y sobre todo Por una democracia sin adjetivos en 1984, dos textos de análisis histórico con búsqueda de expectativas políticas. En este sentido, Desaliento no alcanza a fijar un cuadro histórico integral y no ahonda en la acumulación de datos incluidos en el texto. En los dos primeros citados, Krauze detecta y aísla el factor democracia, sobre todo por el tiempo histórico referido: 1982-1984, la cresta del agotamiento de la estabilidad del sistema político priista autoritario y el desafío de la modernización institucional.

La palabra desaliento refiere estados de ánimo, desesperanzas ante lo inexplicable, dudas sobre el futuro, no procesos sociales. El desaliento es una reacción diríase que hasta casi hormonal. La crisis de 1981-1982 exhibió los mismos parámetros que los de ahora —ante la corrida de capitales— pero entonces la propuesta fue la de abrir las llaves de la democracia. En 1984, profundizado el costo social de la crisis heredada, la puerta de salida también fue más democracia. Pero vino la democracia procedimental, electoral, circunstancial, y México se siguió hundiendo en el desorden como expresión de una falta de espacios de instauración democrática. Entonces la salida estaría en otra parte.

Krauze es el más importante historiador político de México y su trilogía lo atestigua: Siglo de caudillos 1810-1910, Biografía del poder 1910-1940 y La presidencia imperial 1940-1994. Sin embargo, sus textos refieren el trabajo del historiador: la indagación de hechos del pasado, más en función de los protagonistas. El trabajo que le hace falta a México es la historia del sistema político fundado en un proceso progresivo —Santa Anna, Juárez, Díaz, Madero, el PRI y la pluralidad caótica—. Krauze coloca el sistema como la estructura en la que se mueven sus personajes, pero no analiza el proceso de construcción del sistema político. Es decir, la historia sin politología, aunque en La república imperial se advierte el sistema político como el escenario de fondo.

La parte sistémica es fundamental para entender los caminos de manifestación de los liderazgos políticos y sociales. La sola caracterización imperial de la república en México es un elemento de critica sistémica. Pero —de nuevo Paz— Posdata logró sintetizar el sistema, los personajes y las estructuras de poder. La tarea de Krauze como historiador se cumplió con demasía; corresponde ahora a los politólogos usar los datos del historiador para construir una teoría del sistema político. Sin esa articulación de historia y politología no habría ciencia política. La lectura de Desaliento de México llevaba implícita la referencia a El timón y la tormenta y Por una democracia sin adjetivos, aunque los datos de Desaliento indicarían otra intención menos definitoria del autor. En consecuencia, los autores deben de tener en cuenta que su obra será leída de manera integral.

Sin demeritar la calidad del autor, Desaliento es un ensayo de crítica coyuntural sobre la violencia, pero sin referentes sistémicos explícitos aunque sí contenidos en el segundo pensamiento de autor y lector sobre las causas de esa violencia. Y justamente en la explicación sistémica radica la indagatoria principal de la violencia: no el uso de la fuerza por grupos criminales por la desarticulación del sistema político; en la historia, las fases graves de la violencia han sido asociadas a rupturas sistémicas: la del santanismo que obligó a Juárez a leyes draconianas, la de Díaz que se profundizó en la Revolución Mexicana, la del 68 que Paz logró captar con lucidez, y ahora justamente por la alternancia partidista y el pasmo del PAN en la presidencia ante los desafíos de reorganización del sistema político.

Entre la democracia y la violencia criminal y de Estado se localiza justamente el funcionamiento disfuncional —valga la contradicción— del sistema político, con efectos desestabilizadores en el régimen de gobierno y en el Estado nacional.

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Enrique Krauze

La falta de un marco teórico

Desde mi punto de vista, la masacre de 43 normalistas no es equiparable con el 68; hace cuarenta y ocho años hubo una demanda social de democracia y el portazo político de las puertas del sistema a cualquier distensión democratizadora. Lo que hace falta al análisis del caso Iguala-Ayotzinapa-Cocula es la variable perredista: gobernador estatal y autoridades municipales del PRD fueron los detonadores del arresto y entrega de normalistas al grupo criminal Guerreros Unidos, con la circunstancia agravante de que se trató de un perredismo de expriistas. Y se trata del PRD que nació a la vida política con el registro del Partido Comunista Mexicano que en 1968 fue el pivote del movimiento estudiantil a través de su sección Juventud Comunista. Por eso me parece un error analítico incluir a los 43 en un asunto de Estado; más bien, hace falta la indagación politológica del proceso de institucionalización sistémica de la izquierda neopopulista del PRD. Y la misma crítica que centró la violencia en los 43 ha olvidado los decenas de miles de ciudadanos muertos como víctimas de la violencia criminal.

Los párrafos 4, 5 y 6 del ensayo de Krauze son los más importantes pero apenas rozan la necesidad de llenar el vacío de indagación sistémica. La clave que explicaría el 2004-2016 se localiza en el 2000. Krauze deja muchos hilos sueltos. Y la explicación de lo ocurrido se localizaría, cuando menos, en La presidencia imperial: el sistema político que Octavio Paz —antes que Daniel Cosío Villegas— encontró en la relación entre la institución presidencial, el partido del Estado y la ideología del poder o pensamiento histórico. Krauze dotó ese enfoque de fundamento histórico pero no utilizó ese instrumental analítico para explicar la violencia. ¿Cómo ha sido posible la violencia en una estructura imperial de poder?, sería la pregunta fundamental. Juárez encontró una salida en la fundación de la institución presidencial al introducir la elección indirecta y ya no por el Congreso, Díaz usó la fuerza para reprimir a los delincuentes y caracterizó de delincuentes a los disidentes, el priismo centró su legitimación en la paz porfiriana, el Estado aplastó la disidencia estudiantil como parte del control autoritario de la sociedad.

Krauze celebra la disminución del poder del presidencialismo y le acredita el avance democratizador en ese enfoque de economía suma cero. Pero al disminuir los hilos autoritarios, también se aflojaron los controles policiacos sobre los grupos criminales, sobre todo si esa democratización vino de la mano de los derechos humanos que también beneficiaron a los delincuentes. Krauze no deja sueltos esos hilos, pero no los teje en escenarios secundarios. Es decir, que a su ensayo Desaliento le hace falta un marco teórico sobre los sistemas políticos, aunque se entiende porque su texto es un ensayo analítico para una publicación de lectura no politológica sino social. Pero hubiera ayudado mucho a fijar los marcos referenciales una explicación del modelo sistémico de Krauze referido al sistema mexicano.

El tema central de Krauze es la democracia. Por eso le otorga importancia al recuento democrático de Latinobarómetro 1995-2015, veinte años de experiencia democrática en la región y México dentro de ella. El ejercicio es importante; sin embargo, al carecerse de un maco de referencia teórico sobre el sistema político, los resultados de la encuesta —atención: encuesta, no análisis sistemático de la calidad de la democracia— no dejan de ser un estado de ánimo, fundamental en la percepción de la sociedad pero poco sólidos para evaluaciones de largo plazo. La encuesta debe referirse a los procesos políticos sistémicos de las sociedades evaluadas, como lo hicieron en los años sesenta Gabriel Almond y Sidney Verba en su encuesta sobre cultura cívica en cinco países.

El cruce de la decepción democrática debe hacerse con las evoluciones/involuciones del sistema político, porque más que una crisis de la democracia México estaría ante una crisis típica de ingobernabilidad en el modelo de Samuel P. Huntington: cuando las modernizaciones institucionales oficiales son más lentas que las exigencias movilizadoras de la sociedad. De otra manera podría entenderse que el desánimo es psicológico y no sistémico y que lo que falla es el viejo liderazgo autoritario dominante y no la nueva correlación de fuerzas sociales. “El desánimo, como un estado de depresión nacional, es una amalgama que lo enturbia todo”, escribe Krauze. Sin embargo, el desánimo también ha sido expresión de la falta de funcionalidad sistémica al nuevo activismo social ya sin la amenaza de la represión institucional.

La violencia institucional ha sido brazo político del sistema/régimen/Estado. La policía política agotó sus funciones después de la derrota de la guerrilla y el gobierno no supo disolverla, por lo que se dedicó a pactar con criminales, ciertamente que con la anuencia de las autoridades. Lo ocurrido con el asesinato del agente de la DEA Enrique Camarena Salazar y con el crimen del columnista Manuel Buendía fue evidencia aún no analizada a fondo. La pérdida de espacios autoritarios por el PRI dejó sueltas a las policías.

 

Crisis del sistema político

El México violento que señala Krauze tiene su tiempo histórico en el marco del estrechamiento del funcionamiento autoritario del sistema, la pérdida de mayoría absoluta del PRI y la alternancia presidencial del 2000. Ahí se localiza el hecho de que el PAN en la presidencia haya preferido pactar reformas procedimentales con la mayoría legislativa del PRI que construir una nueva mayoría opositora. Paradójicamente el aumento de los espacios democratizadores llevó a la aplicación de los activismos disidentes y entre ellos el de los grupos del crimen organizado. El agotamiento del “mátalos en caliente” de Díaz tuvo que ver con la multiplicación de los organismos defensores de los derechos humanos. A mayor democracia —mejor: menor autoritarismo— no se dieron mejores prácticas democráticas sino una especie de desorden, anarquía y pérdida de dominio hegemónico del Estado.

El debilitamiento del sistema político autoritario que fundó el PRI y el bajo funcionamiento democrático explica la debilidad institucional del Estado priista dominante. Los desajustes en el sistema/régimen/Estado derivaron en la pérdida del rumbo institucional: el dominio del PRI como eje del triángulo del poder dejó de mezclar los instrumentos de control —mano dura, corrupción y aperturas democráticas— y quedaron sólo los autoritarismos a escondidas y la corrupción, ambas derivadas de un sistema judicial sistémico. Por esos huecos se colaron las expresiones autoritarias: la ruptura en el PRI en 1987, las elecciones inequitativas de 1988, el colapso de 1994 y las cesiones democratizadoras para mantener el PRI en el poder, porque más valía tener menos pero el poder central, a querer ya un totalitarismo dictatorial de poca duración.

Krauze dio en el blanco al establecer el efecto democratizador en el viejo régimen: violencia legítima del Estado, pactos mafiosos, violencia ilegítima con represiones selectivas al viejo estilo, todo ello de la mano de cesiones del poder al pasar de 99% de los votos en las presidenciales de 1976 a 25% en 2006 y recuperar la presidencia con 29% de votos para el PRI y algo más con el Verde.

Pero el problema no ha sido todo del PRI. La oposición perdió su oportunidad: el PAN pasó en 1982 de oposición leal (Soledad Loaeza) a oposición alternativa (Manuel J. Clouthier) y se benefició del deterioro del PRI. La incorporación de liderazgos activistas a partir de 1973 le dio nueva vida al PAN y lo fue acercando al poder. La primera fase estuvo relacionada con los banqueros expropiados en 1982. La segunda conquistó un posicionamiento centro-derecha. Y la tercera fue la toma del partido por el externo Vicente Fox, quien estuvo en el momento adecuado en el 2000: la decisión del presidente Ernesto Zedillo de no imponer al PRI, aunque en el fondo porque los priistas le quitaron a sus validos José Ángel Gurría Treviño y Guillermo Ortiz Martínez al exigir cargo de elección popular para los aspirantes presidenciales. La derrota del PRI se agotó en la alternancia y no llego a transición; es decir, no hubo instauración democrática a la manera de Leonardo Morlino.

El PRD nació con el pecado original del PRI. En 1978 el Partido Comunista Mexicano logró su registro legal para dar el paso hacia la institucionalización, manteniendo su proyecto socialista. En dos ocasiones (1981 y 1987) perdió su imagen comunista, se corrió al socialismo y buscó la unidad de la izquierda. El cálculo del PCM fue doble: acertó en el abandono del comunismo pero se equivocó en 1989 al entregarle su registro a la Corriente Democrática del PRI de Cuauhtémoc Cárdenas, dejando un hueco en la izquierda socialista y corriendo la izquierda al nacionalismo revolucionario del tricolor aunque ya en plena fase neopopulista y asistencialista.

Ahí y no en ninguna otra parte la crisis del sistema político se quedó sin referentes a la izquierda. Y el PRI tuvo fácil la nueva fase de reformas porque la falta de organización opositora alejó a los partidos de la Presidencia de la República. El PAN nació para confrontar los abusos y excesos del PRI, y la Corriente Democrática nunca puso en duda el programa histórico del partido y todo se agotó en la competencia interna. La crisis de 1994 se desvió por el liderazgo carismático y caótico del subcomandante Marcos y el avance opositor en 1997 no prefiguró la alternancia de 2000.

Democratización

Tres textos fundamentales de Krauze abonan su propuesta democratizadora. En El timón y la tormenta en 1982 dibujó una severa crisis del presidencialismo en la figura de López Portillo, tras el fracaso del desordenado proyecto modernizador con los recursos del petróleo desviados en corrupciones. Pero su señalamiento central tenía más alcance: el origen de la crisis estaba en la centralización del poder en el Estado —y cita una experiencia polaca—. De ahí su señalamiento que a la pugna histórica entre conservadores y liberales —que por cierto había resuelto un poco Edmundo O´Gorman con su ensayo sobre el cruce de objetivos en aras de la modernización— se había sumado quizás el peor reclamo que estaba minando las bases de legitimidad del sistema/régimen/Estado: la demanda de justicia económica y social, ejes de todo Estado. Para salir de la crisis se requería de la concurrencia del Estado y no había más camino que la democracia.

La crisis nacional empeoró en lugar de avanzar. Las decisiones radicales de López Portillo en septiembre de 1982 en nada estabilizaron la economía. El nuevo gobierno de Miguel de la Madrid profundizó la estabilidad macroeconómica y, como Zedillo en 1985, ofreció avances en la democracia: el respeto electoral en votaciones municipales en 1983 y 1984, permitiendo un avance del PAN. El programa inmediato de reordenación económica partió de la advertencia de que la crisis estaba poniendo en riesgo la existencia de México como nación. La radicalización de las medidas de estabilidad macroeconómica carecían ya del colchón salarial y el empobrecimiento tocaba a las puertas de millones de familias. A ello se agregaba un estado de ánimo social que Krauze identificó con precisión como “agravio”, también reclamo psicológico.

La salida de la crisis era la democratización. Sólo que en el espacio publico se hablaba de dos democracias: la liberal de respeto al voto y la institucional de legitimación social. El pensamiento histórico gubernamental se movía en los espacios de la segunda, como lo explicó Porfirio Muñoz Ledo, entonces asesor gubernamental del presidente Luis Echeverría, en una conferencia sobre el sistema político mexicano en Austin en 1971: el equilibrio social por equilibrio económico administrado por el Estado como política de bienestar legitimaba el ejercicio del poder, aun en sus decisiones extremas de represión. La crisis política del 68 —la movilización estudiantil y popular en busca de una democracia utópica, es decir: el no-autoritarismo del Estado— no minó el balance electoral del PRI, quizá porque los jóvenes no estrenaron su voto en 1970 y sin duda por el control del aparato corporativo y de las instituciones electorales. Mientras el Estado operara la política de bienestar social, las bases de legitimidad del Estado beneficiaban al PRI.

La democracia presentada por Krauze era electoral, sin duda por lo que provocó el pánico en el PRI y hasta en la izquierda porque todos pensaban que ganaría el PAN, a partir de las experiencias de la transición española del franquismo autoritario a la democracia de una monarquía constitucional parlamentaria —inaugurada en la Constitución de Cádiz de 1812 con los reyes secuestrados en Bayona por Napoleón.

En 1997 Krauze aportó uno de los estudios históricos más importantes sobre el poder político mexicano: la presidencia imperial. El seguimiento del poder a través de los presidentes de la república —de Manuel Ávila Camacho en 1940 a Carlos Salinas de Gortari en 1994, poco más de medio siglo— le permitió a Krauze establecer la primera estructura histórica del sistema político, ya no su referencia teórica. En 1970 Paz acudió a la ciencia política comparada para relacionar el sistema mexicano con el soviético; en 1997 Krauze aportó elementos históricos en la construcción del aparato político (Juárez), la estructura de poder (Díaz) y el sistema político (PRI), la “integración orgánica” de las diversas etapas de la historia: 1810-1940: “la solución fue un híbrido o, más bien, un arbitrio histórico tan corrupto y perverso como eficaz y original: el sistema político mexicano coronado por una presidencia imperial”.

En las conclusiones a su monumental estudio histórico sobre La presidencia imperial, Krauze establece su propuesta-modelo de democratización que de alguna manera se refleja en Desaliento de México: democratizar la presidencia sólo con el cumplimiento estricto de sus límites constitucionales, cuando esa estructura de poder se construyó con alianzas, acuerdos, complicidades y corrupciones y devino en Estado para un grupo.

Estos parámetros de ensayos anteriores de Krauze no se retoman en Desaliento. La crisis de seguridad, en el fondo, es el reflejo del agotamiento del viejo sistema autoritario y de la falta de funcionamiento de instituciones democráticas. Reconoce en el último párrafo “el enorme esfuerzo de transitar a la democracia” y propone “consolidar lo fundado” desde los cimientos con un genuino Estado de derecho. Pero la propuesta de Krauze se basa en la profundización de lo avanzado cuando se necesitan algunos golpes de timón: no democratizar desde arriba sino que se necesita democratizar desde los lados, desde las instituciones, desde la sociedad, desde la reconfiguración de los partidos.

Más que desaliento que es expresión de estados de ánimo de la sociedad, la actual fase de la crisis de México es de gobernabilidad huntigntoniana: la violencia social y criminal por insuficiencia en los cambios institucionales ante el activismo recuperador de iniciativa —también propuesta de Krauze— de la sociedad civil. La democracia no debe ser el destino de México sino el camino para un sistema/régimen/Estado funcional a los equilibrios políticos. El destino final de México debe ser la república en la versión de Platón y no la democracia como tumulto que criticaba Aristóteles.