¿Quién ocupará la Oficina Oval?

 

Todo parece indicar que ya está bien definida la boleta electoral con la que los estadounidenses concurrirán el martes 1 de noviembre para elegir a su próximo presidente. Salvo que ocurriera algún imprevisto ya no habrá cambios ni sorpresas.

Y los imprevistos, en materia de boletas, no son los frecuentes. En cien años recuerdo que tan sólo han ocurrido dos casos. En 1963, el presidente John F. Kennedy sería el seguro candidato demócrata para contender por la reelección para el periodo 1964-1968. Pero sucedió el noviembre de Dallas y, en lugar de su nombre, fue impreso el de Lyndon B. Johnson, quien habría de ganarla contra Barry Goldwater.

eleccionesEl segundo caso aconteció en 1968, cuando el senador Robert F. Kennedy ya estaba asegurado como candidato demócrata para contender por la Presidencia para el periodo 1968-1972. Pero sucedió el junio de Los Ángeles y, en lugar su nombre, fue impreso el de Hubert H. Humphrey, quien habría de perderla contra Richard M. Nixon.

Ahora bien, lo que no está decidido a tan sólo 6 meses de la mencionada elección es quién la ganará de entre los seguros candidatos, Hillary Rodham Clinton por el Partido Demócrata y Donald Trump por el Partido Republicano. Esa decisión todavía no se escribe y habrán de suceder muchos acontecimientos, muchos discursos, muchos ataques y muchas circunstancias antes de que nuestros vecinos digan a quién le regalan la Oficina Oval, el Air Force One y el código potus.

Sin embargo, es importante para nosotros y para muchos otros países observar este proceso sucesorio con la más gélida frialdad y con la más seria madurez. Considerar, por una parte, lo que está en juego en nuestra relación bilateral y, por otra parte, lo que el principal inquilino de la Casa Blanca puede decidir y actuar por su propia e independiente voluntad a favor o en contra de otros pueblos.

En cuanto a lo primero, México es un país que no depende de cuestiones esenciales que se depositen en el capricho presidencial norteamericano. No requerimos de su protección militar frente a la agresión de otros vecinos, como acontece con algunos Estados del Oriente Medio. No contendemos en una carrera armamentista, como sucede con las potencias nucleares rivales. No necesitamos de su asilo para refugiarnos de persecuciones tiránicas. No precisamos de una realineación económica, social o política.

Hasta allí vemos que nuestra relación depende de cuestiones objetivas que deciden el Congreso, el mercado o la realidad, pero no el presidente de Estados Unidos.

Lo segundo es que se ha hablado, durante la precampaña presidencial, de un muro divisorio que habremos de pagar en contra de nuestra voluntad. De una sobretributación sobre las empresas norteamericanas que inviertan en México o que le compren a México. Sobre un endurecimiento de las leyes migratorias, de confiscación de bienes a mexicanos y de atrocidades o estupideces similares o, aun, peores. Pero todas ellas no dependen de la Casa Blanca sino del Capitolio o, más poderosa aún, de la verdadera realidad.

Por último, considerar que ningún presidente de Estados Unidos ha sido muy bueno ni muy malo para México, salvo contadas excepciones. Tyler nos hizo mucho mal y Lincoln nos hizo mucho bien. Roosevelt en algo nos ayudó y Reagan en algo nos desayudó. Pero los otros 40 presidentes de esa nación han sido ni fu ni fa para nosotros.

Y el que venga no creo que nos resulte ni muy bueno ni muy malo. Más bien prometen que serían muy mediocres.

 

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@jeromeroapis