Rivalidad Mozart-Salieri

 

Uno de los compositores más célebres del llamado Grupo de los Cinco que lideró el nacionalismo ruso de la segunda mitad del siglo XIX, Nikolái Rimski-Kórsakov, es sobre todo conocido por memorables páginas orquestales como la suite sinfónica Scheherezade, la Obertura de la gran Pascua rusa o el Capricho español, si bien de igual modo fue un dotado autor lírico en obras monumentales como Sadkó o sus invaluables aportaciones a la inacabada gran ópera rusa por antonomasia Boris Gudonov, de Músorgski, y sumariamente a El príncipe Igor, de Borodín.

Muy cercano a la poesía y a la dramaturgia rusas, como sus demás colegas coetáneos, y él mismo un notable pedagogo y crítico, en 1898 estrenó, en el Teatro Solodovnikov de Moscú, esa especie de divertimento músico-teatral que es su ópera —en un acto en dos escenas— Mozart y Salieri, inspirada a su vez en el homónimo drama en verso, de 1830, del poeta nacional por excelencia Aleksandr Pushkin. A pocos años de la muerte de Salieri acaecida en 1825, se sabe que llegó a oídos del también autor del drama Eugenio Oneguin una popular leyenda que al parecer había tenido su origen en los propios labios del compositor italiano y otrora rival de Mozart (como se originan las más de las leyendas, quién sabe en qué condiciones dijo lo que dijo, si es que lo dijo, y qué fue lo que en realidad dijo), quien según la tradición afirmaba haber sido culpable de la muerte del genio de Salzburgo.

Cierto o no, y en ambos casos con muy mala fortuna para la reputación y el destino de la obra de un compositor talentoso y con notable oficio, primero el drama de Pushkin y después la ópera de Rimski-Kórsakov han abonado a una macabra fábula que desemboca en crimen por el que llaman el más oscuro de los vicios humanos, el del egoísmo, germen de muchos otros abyectos sentimientos y tema neurálgico en el arte, de la propia literatura que derredor de él ha producido algunas de las obras cumbre de la escritura ficcional. Tomado casi al pie de la letra por Rimski-Kórsakov, el drama de Pushkin sigue la leyenda al parecer apócrifa de que Salieri envenenó a Mozart por celos a causa de su genio creativo y la magia arrobadora implícita en la música del inmortal compositor austriaco.

A finales de la década de los años setenta, a escasos años de conmemorarse el bicentenario luctuoso de Wolfgang Amadeus Mozart, el reconocido dramaturgo inglés Peter Shaffer obtuvo otro triunfo sonado con su melodrama Amadeus, apoteósico éxito que a su vez redundó en la no menos celebrada y popular película homónima, con guión del propio Shaffer, del calificado cineasta bohemio Milos Forman. A partir por supuesto del original de Pushkin, Amadeus arrasó en su año de estreno, 1984, en los más importantes festivales cinematográficos, y mucho contribuyó a popularizar buena parte de la obra de uno de los de por sí más conocidos compositores clásicos de todos los tiempos. Y si sumaba en la ya injustamente desprestigiada memoria de Salieri, de igual modo abrió brecha para que muchos, al menos por curiosidad, incluidos músicos y melómanos, incursionaran en el conocimiento y reconocimiento de su para nada despreciable obra.

Repuesto —si no es que estrenado— en México, el público ha podido acercarse a este fundacional divertimento músico-teatral de Pushkin-Rimski-Kórsakov, en un montaje más que decoroso del Centro Nacional de las Artes, con el Ensamble Vocal y la Orquesta Escuela Carlos Chávez. Con algo más que las ya incluidas citas que Rimski-Kórsakov hizo en su partitura original tanto del muy socorrido Réquiem (la leyenda dice que se lo encargó un ser extraño, y que lo escribió en su lecho de muerte con el propio Salieri, cuando en realidad se lo pidió un enviado del conde Franz von Walsegg y lo concluyó su aventajado discípulo Franz Xaver Süssmayr) como de la también cargada de claroscuros ópera Don Giovanni del venerado compositor salzburgués, esta ahora reseñada sobresaliente reposición ha echado mano además, en beneficio del todo, de fragmentos de otros famosos melodramas musicales mozartianos como Cosi fan tute, Las bodas de Fígaro, El rapto en el Serrallo o La flauta mágica.

En una puesta pletórica de imaginación y creatividad, cargada de poesía y encanto que rebasan muchas otras más publicitadas producciones “profesionales”, además de los implícitos personajes aquí seudobiografiados, para tenor y barítono, respectivamente, y de un violinista ciego que en el original es mudo, el director de orquesta y el de escena, los experimentados y capaces Eduardo García Barrios y Leszek Zawadka (él mismo, un gran músico y un barítono-bajo de solvente trayectoria), prolongaron la personalidad de un atormentado Salieri en dos entidades que subrayan la naturaleza humana de un ser conflictuado, en el entendido de que tras la oscuridad del más malévolo se pueden esconder también las alas del ángel, o viceversa, porque, como decían los románticos que acabaron de perfilar el drama moderno, en un mismo individuo coinciden y se disputan lo sublime y lo grotesco. Por otra parte, en igual forma se acrecienta el peso específico de un coro que en Mozart suele ser protagónico (también lo es en Salieri, en sentido estricto), vital en el desarrollo dramático tanto de los personajes como de las situaciones que éstos encarnan. Si bien no todas las jóvenes voces aquí convocadas brillan con similar esplendor, qué duda cabe que hay talento y alguno que otro diamante en bruto, y no es de llamar la atención que alguno de ellos pueda en corto estar destacando en los certámenes vocales donde se descubren nuestras voces a triunfar en un futuro no muy lejano.

Con el más que revelador subtítulo Yo, Mozart. ¿Quién mató a quién?, lo cierto es que este formidable montaje enriquece una partitura de Rimski-Kórsakov que si bien no se encuentra entre las más coloridas y suntuosas de uno de los más generosos orquestadores de la escuela nacionalista rusa, en cambio hace hincapié en su hondura y su talento dramáticos, en su capacidad para describir la complejidad del alma humana. ¡Enhorabuena!