La ignorancia de un soberbio
Donde hay soberbia, allí
habrá ignorancia.
Salomón
Hace una década, el 16 de mayo de 2006, por necedad del expresidente Vicente Fox Quezada se inauguró la mega biblioteca México José Vasconcelos, en los terrenos de la vieja estación de ferrocarril de Buenavista, enclavada en el corazón de la delegación Cuauhtémoc de nuestra ciudad.
Con el fatuo que le caracterizó en su recta final de gobierno, el autodenominado “presidente del cambio” exigió a contratistas y a una atribulada presidenta del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Sari Bermúdez, abrir las puertas de una obra inacabada, concebida por el arquitecto Alberto Kalach, quien al igual que los constructores advirtieron que la premura presidencial por inaugurar el inmueble acarrearía consecuencias lamentables, como efectivamente ocurrió a menos de un año de su apertura.
La historia de este megaproyecto cultural foxista fue, desde su inicio, un acto de insensatez —denunciado puntualmente por quien esto escribe—, como un desafortunado distractor a un negocio llamado Tren Suburbano Buena Vista-Cuautitlán, concesionado en 2003 a una empresa particular que concretó un añejo proyecto truncado, por muy diversas razones técnicas, políticas y sociales, hasta la llegada del PAN a la Presidencia de la República.
Producto del desmantelamiento de la empresa pública Ferrocarriles Nacionales de México —por cierto, expropiada a favor de los trabajadores por el general Lázaro Cárdenas del Río en 1937—, por la administración del licenciado Ernesto Zedillo Ponce de León a fines del pasado siglo, el gobierno de Fox recuperó el proyecto y, tras muy diversas vicisitudes y pleitos comerciales, lo asignó al español CAF.
A pesar de haber señalado al gobierno federal que la delegación Cuauhtémoc cuenta con la mayor concentración de bibliotecas de la ciudad y la cercanía de la histórica Biblioteca México en el edificio de la Ciudadela, que se ubica a tres estaciones de la línea 3 del Metro, el empecinamiento de Fox se impuso para construir en tres predios de la estación “la más grande biblioteca del país”.
Nadie puede poner en duda la magnificencia del diseño arquitectónico de la obra, cuya similitud con las catedrales góticas hace de este espacio un deleite visual que, lamentablemente, tuvo que enfrentarse a las prisas de un presidente ávido de reflectores, que privilegió el exceso por sobre las medidas básicas de protección a un acervo bibliográfico que desde la primera lluvia de aquel 2006 tuvo que ser protegido de las constantes goteras que horadan sus techos y de los inclementes rayos del sol que penetran por sus amplios ventanales.
Muy a pesar de todas las reparaciones aplicadas a lo largo de una década, la “mega biblioteca” se distingue por ser un monumento a la estulticia y, como sentenciara el salmista Salomón, una muestra de la ignorancia de su soberbio impulsor.
