[gdlr_text_align class=”right” ][gdlr_heading tag=”h5″ size=”26px” font_weight=”bold” color=”#ffffff” background=”#FA5858″ icon=” icon-quote-left” ]  Es una novela que piensa en el lector, que quiere que salga con un buen sabor de boca.
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Charla con Rogelio Guedea | Autor de El último desayuno

 

Roque de la Mora es un profesor de español en la Universidad de Nueva Zelanda. No nos dice su edad pero por sus características se deduce que es un hombre de cuarenta y tantos años. Serio, formal, nunca se le ve teniendo contacto muy directo con sus estudiantes y, en general, todo en el ambiente es silencioso, pacífico y, pudiera decirse, aburrido. Las cosas dan un giro radical cuando una estudiante de veinte años llamada Sarah Pike es encontrada muerta en el campus. Lo único que aparentemente vincula a la víctima con el profesor mexicano, es que se trataba de una de sus más destacadas alumnas… pero de pronto, Roque, que conscientemente está seguro de no tener nada que ver con el asesinato de la chica, empieza a dudar de su propia inocencia.

Ese es el punto de partida de El último desayuno, la más reciente novela del escritor colimense Rogelio Guedea, abogado criminalista y uno de los máximos exponentes del género negro en la literatura mexicana. Esta vez se va más por el lado del thriller psicológico y consigue mantener al lector atento y desconcertado hasta la última página.

Además, Rogelio tiene en común con Roque ser un maestro mexicano en la Universidad de Nueva Zelanda, aunque recientemente, y tras varios años de radicar en aquel remoto país, ha retornado a su país y estado natal.

Mi problema con el trastorno obsesivo compulsivo

“He de reconocer que no es lo único que comparto con Roque —señala Rogelio con una tenue sonrisa— porque también yo sufro el trastorno obsesivo compulsivo y de alguna manera quería indagar sobre mi trastorno a través de una novela de estas características; hasta dónde su patología puede llevar a Roque, porque el trastorno obsesivo compulsivo, en los momentos de crisis, te crea confusiones muy grandes, al grado de no estar seguro si hiciste tal o cual cosa, y una nimiedad te complica la existencia. Aunque Roque es meticuloso con sus medicamentos, comienza a sentir las sospechas, la presión interna que ejercen sobre él sus colegas, que —al menos él así lo percibe— sospechan que él pudiera ser el asesino de Sarah. Esto lo lleva a convertirse en detective de sí mismo, justo la parte que quería subvertir dentro de la novela policiaca convencional. Aunque también sería correcto definirla como una novela psicológica, incluso intimista”.

Hay mucho estrés en Nueva Zelanda

Nueva Zelanda, un país tan tranquilo donde el atropellamiento de un gato puede llegar a ser noticia, sufre eventualmente de crímenes impactantes que sacuden a la sociedad poco familiarizada con la delincuencia.

“Y sin embargo es una sociedad muy estresada –señala el también autor de Conducir un tráiler— y el motivo de ese estrés es que tiene muchas reglas, desde el número de decibeles permitidos para escuchar música, hasta el uso de los baños públicos. Bueno, hasta para bailar tienen reglas, a pesar de que no son precisamente fiesteros los neozelandeses. Y de pronto te encuentras con que un chico que sufre crisis nerviosas sale a matar a unas quince personas… y al cabo de varios meses, o años, un novio le mete 300 puñaladas a la novia, que fue un caso real, y esa sensación de paz y seguridad se evapora por largo rato hasta que todo empieza a tomar su sitio otra vez. Es en estas sociedades hipercivilizadas donde se concentran los mayores asesinos seriales”.

“En el personal —agrega Rogelio—, batallé mucho para adaptarme a ese estilo de vida. Por ejemplo —y esto se ve en la novela— para los neozelandeses es muy normal que unos divorciados salgan al cine o al teatro, acompañados de sus nuevas parejas, cosa casi impensable en México. Por el contrario, cosas que para nosotros son habituales a ellos les resultan ofensivas, como que les preguntes cuánto ganan en su trabajo. Eso significa que te estás metiendo en su intimidad, y en el asunto de lo privado nosotros penetramos mucho. No es raro que saludemos de beso y abrazo a alguien que acabamos de conocer… ¡allá, ni pensarlo! La verdad, más que adaptarme, aprendí a vivir con todo eso, sin integrarlo a mi propio hábito. Fue una lucha muy grande por no perder mi mexicanidad, ni identidad y mis raíces”.

Torpes policias neozelandeses

Los mexicanos, le comento a Rogelio, tenemos muy idealizados los sistemas de justicia del extranjero, especialmente los de Estados Unidos y Europa, pero en El último desayuno nos topamos con un detective particularmente inepto que presenta como culpables a tres personas distintas, más una serie de sospechosos absurdos.

Dice Rogelio: “Se cree que en el extranjero sí existe la justicia, que allá sí se encierra a los asesinos y a los criminales, pero en El último desayuno la policía no termina por «decantarse» por un asesino definitivo, y son varios los que desfilan ante nuestros ojos, que ni siquiera habían aparecido previamente en la narración. Pero es parte de lo mismo”.

“Me tocó ver —evoca Rogelio— muchos casos en Nueva Zelanda con varias aristas precisamente por la torpeza de los policías. Uno de mis propósitos era mostrar que es un mito que la justicia es un hecho en los países que idealizamos. Son sistemas donde, si escarbas un poco, te das cuenta que hay un montón de imperfecciones, incluso de irresponsabilidad”.

Modestamente, Rogelio reconoce no tener mucha experiencia como lector de novela policiaca, a pesar de haber creado un gran thriller. ¿Qué autores —le pregunto— han sido decisivos entonces para construir ese peculiar estilo que lo ha hecho merecedor de excelentes comentarios?

Responde Rogelio: “Una novela que me influyó mucho, en cuanto al tono de esta novela, fue Sin destino, del recientemente fallecido Premio Nobel Imre Kertész. No tiene nada que ver en apariencia, pero había ahí un tono que me gustaba, como confesional, muy adecuado para contar esta novela semi autobiográfica. También fue muy importante Tren Nocturno, de Martin Amis, que me gustó mucho y leí con gran interés. Ésa sí es policiaca, aunque más que nada me gustó el lenguaje, el fraseo, la prosa. Finalmente mencionaría Desgracia, de J.M Coetzee. Siempre la he tenido muy presente, y por supuesto estuvo alrededor de la creación de esta”.

“Quería hacer —finaliza Rogelio— una novela corta, de capítulos breves, y ese fue mi reto principal, aunque también algo que de pronto deja uno fuera: que resultara entretenida. Que el lector lograra entrar en ella, es una novela que piensa en el lector, que quiere que salga con un buen sabor de boca”.

Rogelio ha empezado a escribir su primera novela en México cuyo tema no está muy seguro aún de que será criminal, pero tiene relación con un asunto de transexualidad que vivió de cerca en Nueva Zelanda, por parte de una familia mexicana que se vio forzada a marcharse de allá.

El último desayuno está publicado por Random House, México, 2016, y su autor nació en Colima en 1974.