“Que el amor lo es todo, es todo lo que sabemos del amor”

Emily Dickinson

Madrid.- La eterna división de los partidos de izquierda obsequió a Mariano Rajoy un gran tanque de oxígeno para que respire a gusto los dos siguientes meses… y quizá más.

Con sus posiciones inflexibles alargaron la vida de la derecha actual anacrónica e inoperante. Nuestra derecha de siempre, la que nos ha empobrecido en los últimos cuatro años y llevó a la gente a salir a la calle para protestar como nunca.

El 26 de junio próximo volveremos a las urnas. Y es tal la confusión que el resultado puede sorprender a la sociedad española.

Mientras, Bruselas pide a España más recortes por veinte mil millones de euros en los próximos dos años y exige al gobierno entrante, sea cual fuere, que ajuste sus presupuestos en materia de educación, sanidad, servicios sociales y vivienda.

El martes pasado se disolvió la undécima legislatura que tuvo una efímera duración de escasos 90 días. Ni Pedro Sánchez ni Pablo Iglesias comprendieron que encabezaban un liderazgo en uno de los momentos más graves de la historia de nuestra nación.

En tanto el PSOE y Podemos se enzarzaban en una lucha dialéctica para imponer sus programas, Ciudadanos se convirtió en el protagonista incómodo para impedir cualquier pacto del ala progresista.

El país necesita salir de la atonía en que se encuentra y practicar una política económica y social diferente. De lo contrario, se abre la posibilidad de que el inmovilismo rajoniano perdure en el poder y continúen los “ajustes” para “el bien de España”, frase que estamos ya hartos de escuchar.

Los argumentos de Podemos para no coaligarse con los socialistas no son válidos ni lo fueron. Porque la situación requiere un comportamiento más claro que permita la evolución y el mejor nivel de vida de los españoles.

Pedro cometió un grave error al firmar un programa de 20 puntos con Albert Rivera, cuyo partido joven es el representante de una política neoliberal y anti corrupción que es la base fundamental de su presencia en el escenario político español.

El inusitado acuerdo al que accedió Sánchez se debe a la intención de los barones de su partido para impedir una alianza con las fuerzas asamblearias de Pablo. No se explica de otra manera tal incongruencia porque nunca ocurrió que una organización de izquierda como lo es el PSOE selle y firme un documento que le obliga a cumplir con los compromisos que defiende Rivera dentro del actual sistema financiero. ¿Sabía Sánchez en la que se metía?

Yo creo que sí y aceptó la cohabitación sin rechistar. Mal hizo el joven madrileño y peor nos irá si después del voto a mediados de año los porcentajes son similares a los del 20 de diciembre.

Rivera aprovechó la ocasión y consiguió una presencia insospechada para un partido que sólo tuvo 40 curules y que está colocado en la cuarta posición dentro del hemiciclo parlamentario.

Pero no por ello Podemos se salva de su responsabilidad. Buscar preeminencia y hasta pedir sillones y ministerios en el nuevo gobierno lo descalifican y pone en duda su cacareada política de progreso y de cambio.

Oponerse a Ciudadanos es válido para Iglesias pero no para España. Pudo abstenerse y permitir que Sánchez fuese investido para, después, en las sesiones del Congreso, conseguir con mayor número de votos las transformaciones necesarias e imprescindibles para salir de la babia en que nos encontramos.

Los españoles hablaron claro hace cuatro meses. Decidieron que el PP se fuera a la oposición para regenerarse y nació una ilusión general que fue empañada de inmediato.

Creyó Pablo que era todo o nada. Y se quedó en ayunas, a ver qué pasa ahora.

Los sondeos y encuestas que se difunden como rosquillas en los medios de comunicación apuntan en todos los caminos. Y, por tanto, en ninguno.

Es lógico prever que los populares tendrían algunos curules más si el ausentismo predominase. Y esto es muy probable. Ciudadanos mantendría su estatus con leve modificación a favor o en contra.

La única manera de conseguir al fin un gobierno responsable es que Podemos e Izquierda Unida se unan y vayan juntos a las elecciones. Y se alíe con el PSOE.

¿Qué importa que IU mantenga sus siglas junto a las de Podemos para conseguir un voto suficiente y necesario?. Sin embargo, tal parece que hasta en esto hay discrepancia y todavía no sabemos si don Pablo Iglesias, con su grey a cuestas, lo aceptará.

Se suponía que el radicalismo era patrimonio de la derecha pero tal parece que los dirigentes de la fuerza morada quieren apropiárselo.

El buen juicio y el compromiso con los españoles empobrecidos, que son la mayoría, deben imperar para que ambos partidos políticos trabajen a favor de una izquierda de progreso.

La primera vez fuimos a votar con alegría y esperanza. Ahora iremos decepcionados y sin ánimo. Los españoles están aburridos, cansados, cabreados por la falta de gobierno. Pidieron que Mariano saliera de la Moncloa y nos encontramos con que, en el mejor de los casos, permanecerá allí tres meses más.

Y si las presiones desde el exterior aumentan, el actual jefe del Ejecutivo podría volver al sofá desde donde mira pasar el tiempo porque “no tomar una decisión puede ser a veces mejor que hacerlo”, dijo.

De cualquier manera, el panorama actual deja que pasen las horas, los días, las semanas y los meses y el problema se amorcilla.

Durante el largo tiempo que falta para votar, los intereses creados aprovecharán para influir con mayor fuerza en los candidatos y querrán modificar la tendencia al cambio que desean los habitantes.

Crecerán las agresiones, los insultos y las acusaciones falsas y cínicas. Seguiremos soportando a los portavoces de los partidos con frases repetitivas y denuncias fantasiosas. La verdad, aunque lo sea, estará en entredicho. La gente irá creyendo cada vez menos en sus posibles dirigentes y las actividades de todo tipo estarán sujetas al comportamiento de los líderes de los partidos.

Nos llenaremos de promesas y de conjuras inexistentes. La empatía entre los diversos sectores de la producción será menor y los acuerdos se supeditarán a cómo vayan las cosas durante el compás de espera.

Lo que no está a discusión es que, después del 26-J, habrá gobierno. Ni nuevas elecciones, ni arreglos en la cúpula, ni decisiones impertinentes modificarán la decisión de los votantes: tendremos nuevo o viejo presidente de gobierno.