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Olvidaron que están obligados a presentar propuestas y prefirieron exhibir sus miserias políticas y sus riquezas materiales.
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Política de olor excrementicio
Asesinatos, robos, asalto e incendio de locales, destrucción de bienes, agresiones físicas, secuestros, insultos, gasto excesivo, intromisión de gobernadores, narcocandidatos, desnudos “propagandísticos”, difamación, descalificaciones de todo orden y reparto de despensas, sacos de cemento, artículos domésticos, camisetas y dinero (compra de votos, para decirlo claramente) envolvieron las campañas electorales de este año.
Candidatos y partidos, inmersos en la guerra de lodo y escupitajos, olvidaron que están obligados a presentar propuestas y prefirieron exhibir sus miserias políticas y sus riquezas materiales, riquezas empleadas para delinquir en términos electorales y hasta penales, pues buena parte de ese dinero ilegalmente empleado proviene de las arcas públicas o de las organizaciones criminales.
En algunas regiones del país las cosas llegaron a extremos que debieron encender las alarmas. Por ejemplo, en Tamaulipas (Mataulipas, le llama Jorge Menéndez Preciado), donde el norte de la entidad es territorio sin más ley que la que imponen a sangre y fuego las mafias que se apoderan de pueblos enteros, se enfrentan a la policía y a las fuerzas armadas o combaten contra otras pandillas por el control de una importantísima franja de territorio contigua a Estados Unidos, principal mercado de la droga. En esas condiciones, en el norte del estado no hay, no puede haber elecciones dignas de ese nombre.
Por sus muy sonoras repercusiones internacionales, el secuestro del futbolista Alan Pulido fue algo así como la cereza del pastel de inmundicias horneado en esta campaña. Los móviles del hecho, hasta donde se sabe, nada tienen qué ver con el tema electoral, pero el oportunismo del gobernador priista y las acusaciones cruzadas entre los partidos sí entran en el terreno de los comicios, pues todos quieren sacar raja de cuanta cosa se les presenta.
Habría que averiguar el efecto que tantos desmanes causan en el electorado, para lo cual tendría que realizarse un estudio serio que, por supuesto, no hará el Instituto Nacional Electoral, pues según su presidente no hay focos rojos, sino focos de atención, lo que más o menos significa “algo está chueco, pero no tanto”.
El cochinero electoral desalienta la participación ciudadana, lo que impide una expresión clara de la voluntad popular. Además, está presente el costo de las campañas y del paquidérmico y muy oneroso aparato que organiza y rige los procesos comiciales. Si a eso se agregan los dineros ilegales, resulta escandaloso que en una sociedad con 60 por ciento de pobres, sin empleos ni esperanzas, se tiren recursos que no tienen más fin que engañar a los votantes o, en el mejor de los casos, manipularlos. Y todo para conservar las cuotas de poder, las chambas y los ingresos que otorga la política, esa política de olor excrementicio.