EDITORIAL

México se encuentra ante la sucesión presidencial más adelantada de su historia moderna.

Decisiones y acontecimientos así lo demuestran. La prisa con que Margarita Zavala se destapó y la peligrosa velocidad con que el expresidente Felipe Calderón maneja su automóvil para recorrer el país y conseguir, entre la militancia panista, simpatizantes para su esposa, habla de los tiempos que corren.

También, las prospectivas en las que, por encargo o libremente, vienen trabajando las principales casas encuestadoras. Varios aspirantes a ser candidatos a la Presidencia de la República ya registraron su nombre como marca y pagan para aparecer en el ranking de los favoritos.

Pero, la sucesión presidencial no sólo se está gestando ante los medios y los reflectores. Hay un “huevo de la serpiente” que se está gestando en los sótanos y cañerías; en la clandestinidad del sistema político.Directora de la revista Siempre!

Las movilizaciones de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), por ejemplo, ya nada tienen que ver con la reforma educativa y mucho con lo que pueda suceder en 2018.

Más aún, el movimiento magisterial va más allá de la intención que tenga o no el presidente de la república de convertir a Aurelio Nuño, secretario de Educación Pública, en su sucesor.

No. La CNTE y Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), el partido caciquil de Andrés Manuel López Obrador, junto con muchas otras organizaciones, como las que raparon y humillaron a las maestras de la tercera edad, en Comitán, Chiapas, se agrupan y organizan para “reventar” el sexenio peñista.

“Reventar” el sexenio y jalar el país hacia un estado de violencia e ingobernabilidad que vuelva inmanejable la sucesión presidencial.

Morena tiene y puede ir sumando a este proyecto aliados externos. Ahí están listos para lo que se ofrezca, por ejemplo, las ONG en materia de derechos humanos, los grupos de expertos que vienen exigiendo una comisión especial internacional para —como en Guatemala— juzgar casos de corrupción.

Ahí están en el caldero nacional una serie de ingredientes que pueden dar pretexto y aliento a lo que sea.

Un caldo alimentado y contaminado de manera especial por los partidos políticos. El 2016 no fue una elección. El 2016 fue una guerra de calumnias, ofensas y acusación entre PRI, PAN y PRD que profundizaron el encono y la división nacional.

Trabajaron para denigrar la política. Por cierto, con un solo campeón: Morena, avanzando, a la manera de un Johnny Walker, “tan campante”, en las preferencias electorales.

No es el electorado el que contribuyó a dar más fuerza a Morena, al obseso negocio político de un solo hombre, sino los partidos políticos tradicionales.

Lo hicieron escogiendo peores y malos candidatos. Lo hicieron al presentar propuestas mediocres. Lo hicieron al diseñar modelos de campaña sin credibilidad ni penetración.

Y a partir de esa pobreza político ideológico democrática, fueron alimentando al monstruo.

La tercera candidatura de López Obrador a la Presidencia de la República va a ser las más barata, y ¡quién sabe si la más exitosa de todas! Sólo tiene que limitarse, como hasta ahora, a explotar los múltiples errores, vicios, omisiones y desviaciones de sus adversarios para crecer.

Morena es sinónimo de violencia, autoritarismo y represión. Quien está pavimentando el camino para que en 2018 llegue a la Presidencia de la República un dictador no es el propio López Obrador, sino los partidos políticos.

@PagesBeatriz