Suceda lo que suceda el jueves 23 de junio –día en el que debió haber tenido lugar el referéndum llamado Brexit (juego de palabras, ‘Britain Exit’: “Gran Bretaña fuera de la Unión Europea”–, la diputada laborista Jo Cox, de 41 años de edad, ya pasó a la historia del Reino Unido de la Gran Bretaña y del continente europeo, no sólo por haber sido brutalmente asesinada una semana antes (jueves 16) por un fanático nacionalista a favor de la salida británica de la UE, sino porque durante los últimos meses de su vida (fue elegida parlamentaria en 2015, por la circunscripción de Batle & Spengler, en el norte del país), realizó una fuerte campaña a favor de la permanencia del United Kingdom en la comunidad europea. Cox no creía en “la pérfida Albión”.
Propios y extraños –hasta los adversarios políticos– comentaron que la incansable y guapa laborista, podría haber llegado muy lejos, hasta Downing Street; la segunda mujer en la historia de Inglaterra que sería primera ministra. Otra Margaret Thatcher. Sin duda, Jo Cox será una santa laica británica. Su asesinato podría haber cambiado el resultado del referéndum.
Sin duda, las dos causas que defendía Cox no eran precisamente las de mayor popularidad en Inglaterra: la defensa de la inmigración y el movimiento pro europeo. El asesinato de la parlamentaria obligó a que las dos campañas oficiales del referéndum: Vote Leave y Stronger In suspendieran sus actos el fin de semana. David Cameron, regresó inmediatamente de Gibraltar y Jeremy Corbyn, el líder del Partido Laborista, condenó el “horrible asesinato” y pidió un acto de contrición a los políticos: “Habrá muchas preguntas por responder sobre cómo y por qué murió…”
El atentado contra Jo fue brutal, al salir de un acto en una biblioteca en la norteña ciudad de Birstall, cerca de Leeds. Su muerte se agrega a la lista de cinco ataques mortales contra parlamentarios británicos en el siglo XX, todos relacionados con el conflicto irlandés, aunque en lo que va de la presente centuria otras dos agresiones se cometieron, uno en contra del diputado liberal demócrata Nigel Jones, en 2000. Jones no murió pero sí su asistente Andy Pennington. El otro caso sucedió en 2010 cuando el diputado laborista y ex ministro Stephen Timms, fue apuñalado por una extremista islamista, Roshonara Choudry.
Jo Cox era madre de dos niñas. Desde hace un año vivía, con su marido, Brendan Cox, en una barcaza anclada en un muelle en los canales de Londres, porque era aficionada a los deportes náuticos. El esposo y sus pequeñas hijas dieron un comunicado en el que decían que “Jo creía en un mundo mejor y luchaba por ello cada día de su vida con una energía que habría dejado exhausto a cualquiera. Dedicaremos cada minuto de nuestras vidas a luchar contra el odio que la mató. El odio no tiene credo, raza o religión. Es venenoso”.
El asesino, identificado como Thomas Mair, de 52 años de edad, de ocupación jardinero, cuando compareció ante los magistrados de la Corte de Westminster, se negó a identificarse y cuando los jueces le preguntaron su nombre simplemente vociferó: “Mi nombre es muerte a los traidores, Gran Bretaña libre”. Volvieron a requerirle su identidad y el hombre, con extraña lentitud y calma, repitió: “Muerte a los traidores, Gran Bretaña libre”. Algunos testigos aseguraron que en el momento en que hirió a Jo Cox –tres disparos y luego varias puñaladas–, gritó: Britain first! (¡Gran Bretaña primero!), el mismo eslogan de los partidarios de que el Reino Unido salga de la Unión. Europea, pero también es el nombre de una agrupación de extrema derecha.
Investigaciones policiacas descubrieron que Mair tenía nexos con la asociación neonazi de Estados Unidos de América (EUA), National Alliance por medio de la cual en l999 adquirió un manual con instrucciones para fabricar una pistola artesanal. Asimismo, el asesino, que podría sufrir problemas mentales, desde hace diez años era suscriptor de la revista on line Springbok Club, publicada por un grupo suprematista contrario a la Unión Europea y a favor del apartheid que dominaba en Sudáfrica en buena parte del siglo XX.
Jo Cox no es la única parlamentaria inglesa en el punto de mira de los neonazis británicos. Antes de que Cox fuera asesinada, otro grupo de extrema derecha local, denominado The Notts Casual Infields, colgó en la Internet un comentario amenazante contra la diputada laborista Rachel Maskell, de 40 años de edad, que dice: “Esta zorra tiene que desaparecer”. Maskell, a semejanza de Cox, se ha significado por apoyar la permanencia de Gran Bretaña en la UE y por defender a los inmigrantes.
Permanezca o no el Reino Unido en la UE, no será fácil que los ingleses olviden a Jo Cox, la guapa mujer que solía vestir con trajes rojos, el color tradicional del Partido Laborista en el que militaba. Su destino se cruzó con un asesino que cortó de tajo su prometedor destino. Una de sus vecinas en Birstall, Sarah Kane, llorosa declaró a la prensa antes de depositar unas flores en su recuerdo: “Era realmente excepcional, una de las más dotadas políticas de su generación. Tenía un carrerón por delante, podría haber llegado a primera ministra”.
Muy pronto la joven Cox tuvo conciencia de sus obligaciones sociales. Durante varios años estuvo en algunos de los lugares más peligrosos del mundo, en zonas de guerra, como responsable de política y campañas humanitarias de la ONG Oxfam. No hace mucho tiempo declaró en una entrevista de prensa: “He estado en situaciones horrorosas en las que mujeres eran violadas repetidamente en Darfur, he estado con niños soldados a los que les habían dado Kaláshnikov y que habían matado a miembros de su propia familia en Uganda. He aprendido que si ignoras un problema, empeora”. Pese a la seriedad de sus encargos, Cox no se sobrevaloraba. También dijo: “Yo nunca crecí con interés en la política. Me llegó estando en Cambridge, donde me di cuenta que el lugar donde habías nacido importaba. Vaya si importaba…Y también importaba a quién conocías. Yo no hablaba adecuadamente y no conocía a la gente adecuada. Me pasaba los veranos empaquetando tubos de pasta de dientes en la fábrica donde trabajaba mi padre, mientras los demás se tomaban un año sabático”.
Sus humildes orígenes indudablemente no le facilitaban las cosas, pero pudo estudiar en la exclusiva Universidad de Cambridge y al paso del tiempo fue capaz de reírse de esas dificultades. En plan de broma, comentaba: “Tras haber pasado por la experiencia de Cambridge, haber logrado sobrevivir a ella y reconstruirme, venir aquí (al Parlamento) ha sido un paseo…¡Y además mucha de esa gente está aquí”.
Aunque el asesinato de Jo Cox tuvo repercusiones inmediatas, a nivel nacional e internacional, el escritor John Carlin, en su columna El Factor Humano publicó un análisis titulado “Democracia y martirio”, en el que afirma: “La única interpretación honesta del asesinato es que fue un acto sin sentido cometido por un loco y, ante todo, una terrible tragedia personal para Cox, su marido y sus dos hijas pequeñas. La respuesta decente es sentir un inmenso dolor por ellos y no sacar ninguna conclusión política…Pero no somos perfectos, no todos vamos a responder de esta manera. El factor Cox demuestra con una alarmante nitidez las limitaciones y los peligros de nuestros sistemas democráticos. Valga la redundancia, los resultados de las elecciones (el referéndum, BGS), dependen tanto o más de las percepciones que de las frías evaluaciones de los hechos, y más si de lo que se trata es de una cuestión tan infinitamente complicada como si la permanencia de un país en la Unión Europea es algo bueno o malo para los ciudadanos. Solo un minúsculo porcentaje de la población maneja los conocimientos necesarios para tomar una decisión formada”.
La muerte de Jo Cox podría haber cambiado la ecuación del referéndum, pese a que días antes del mismo las encuestas –que suelen equivocarse con mucha frecuencia– anunciaban una gran ventaja para los partidarios del Brexit. Lo que no significa, John Carlin dixit: “que haya que plantearse abandonar el sistema electoral por el modelo autócrata chino. La democracia representativa, en la que uno cede el poder sobre las decisiones de Estado a un grupo pequeño de personas elegido por los ciudadanos, sigue siendo, como decía Churchill, el sistema de gobierno menos malo que se ha inventado. Lo reconfortante del sistema, en circunstancias normales, es que si el electorado se equivoca tiene la oportunidad de rectificar cuatro o cinco años más tarde”.
Pero, agrega Carlin: “El referéndum británico es otra cosa. Como dijo Cameron el domingo 19, “no hay punto de retorno”. Por eso el primer ministro debería haber dejado la decisión sobre la UE en las manos relativamente expertas de los representantes parlamentarios. Ya se verá el jueves (23) si pasará a la historia como el culpable de un error histórico. Como también se verá si el espantoso martirio de Jo Cox habrá contribuido a que Cameron salve su pellejo, y el de su país”. Nada más, nada menos.
En fin, la suerte está echada. El jueves 23 de junio, se jugaría mucho más que el Brexit. Bien dijo el Premio Nobel de Economía, el escocés Angustia Deaton: “los insatisfechos del Reino Unido abrazan cualquier idea de romper con el sistema y buscan chivos expiatorios a quien echar la culpa de todos sus males, ya sean los inmigrantes, ya sean los burócratas de Bruselas…(muchos británicos) votarán con el corazón, aunque después se arrepentirán con el cerebro”. VALE.

