Desde hace varias décadas oímos hablar de gente que, a pesar de sus orígenes mestizos o incluso indígenas, admiran al Führer y se inspiran en la violencia reactiva (o en cualquier tipo de violencia) para adquirir el logos. Entre otras estrategias, junto con los neonazis blancos, se dedican a negar el holocausto de judíos, gitanos, homosexuales y discapacitados, a pesar de la gran cantidad de testimonios de gente real que lo vivió, a menudo en carne propia. Últimamente, el logos intenta cambiar de lugar, reubicarse. Los nazis que serían odiados por el auténtico nazismo lo siguen anhelando, pero ahora podemos ya hablar de una suerte de nazismo feminista o feminismo extremo que a toda costa intenta apoderarse del resbaladizo logos e incluso violentar nuestra lengua y sus estructuras morfosintácticas que, por cierto, nada tienen ya que ver con ningún tipo de machismo histórico. He argumentado ya este fenómeno en mi artículo “¿Equidad genérica o sexismo?”, que puede leerse en línea. Cada vez más, por ejemplo, se incorpora la ridícula arroba @, que carece de sonido y sólo sirve (junto con el “-as”/“-os”) para darles la palmadita en la espalda a las mujeres y decirles: “Ya están incluidas, hay inclusión, aunque sea simbólicamente en el texto”, mientras en la realidad todo sigue igual, sobre todo en el ámbito rural.

¿Todo sigue igual? Sí y no. Sin negar los grandiosos logros del feminismo inteligente, las extremistas han ido todavía más lejos del ámbito lingüístico para exacerbar la guerra de sexos y, mediante la apropiación del logos, ejercer una suerte de fascismo mediante el imperativo de un urgente “empoderamiento”. Hay ya muchas empresas e instituciones que simplemente se basan en las estadísticas sexuales y no en la capacidad intelectual de los aspirantes. Si un hombre pide trabajo y la “cuota masculina” ya se completó, tendrá que buscar en otro lado. Ya no importa la capacidad intelectual o la experiencia laboral, sino el sexo. Me pregunto: ¿no es esto sexismo al revés? La anterior no es la única anécdota. Hace relativamente poco, un hombre osó subirse en el tercer vagón del metro (ni siquiera en el primero). Fue consignado y tratado como criminal. Hace también relativamente poco, un grupo de descerebradas gritó consignas contra ciertos maestros en una conocida facultad. A varios les gritaron “misóginos”. ¿La razón? Ellos se atrevieron a cuestionar postulados del feminismo. Hoy rechazar el feminismo o cuestionar algunos de sus aspectos es ya sinónimo de misoginia: si no estamos a favor del feminismo somos misóginos. Esta cuadratura mental se va expandiendo en particular en el ámbito urbano. En un país tradicionalmente edípico como México resulta muy peligroso y exacerbará mucho más las injusticias. Siempre he estado por un humanismo de la otredad. No importa quién sea el OTRO: mujer, indígena, negro, pobre o explotado merecen voz y justicia. No se trata de que el logos cambie de propietario. Hay que estar siempre contra el logocentrismo. ¿Entenderán lo anterior las extremistas, cuya mente no sale del sistema binario: o bueno o malo; o blanco o negro; o feminista o misógino…?