Para bailar un tango hacen falta dos. Para formar gobierno en España, tras las elecciones del 20 de diciembre, hacen falta mucho más que dos. Los resultados de los comicios del 2015 dejaron un Parlamento en el que aún hoy es imposible ponerse de acuerdo. Durante estos meses de impasse, los analistas políticos se preguntan por el mensaje que la ciudadanía española ha enviado a sus representantes. Está claro: los españoles quieren un pacto. Pero ¿cualquier pacto? No todos los partidos son iguales.

La primera diferencia es la actitud frente a la Constitución. Mientras que unos respetan la Carta Magna española, especialmente en lo que se refiere a la unidad nacional, otros no tanto. Se trata de aquellos partidos como Podemos, la estrella de la izquierda radical; Izquierda Unida, el heredero del Partido Comunista de España, a punto de ser absorbido por Podemos; y los partidos independentistas dispuestos a separarse de España mediante un referéndum anti constitucional, tanto catalanes como vascos y gallegos.

La segunda diferencia es la actitud frente al resto de los partidos. Y este aspecto es tan importante como el primero, por cuanto que ha determinado la evolución de los acontecimientos. Para entenderlo hay que retroceder al 18 de enero, momento en el que, tal y como establece el protocolo, el rey Felipe VI convoca un primera ronda de entrevistas con los partidos más representativos y propone al candidato del partido ganador, Mariano Rajoy por el Partido Popular (PP), que forme gobierno. Los españoles sabíamos que la suma de apoyos no cuadraría, a menos que el PP y el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) se pusieran de acuerdo. Y eso se percibía como un reto muy difícil de superar. ¿Imposible? No. Hay precedente. Tras la muerte de Franco y la llegada de la democracia, todos los partidos del arco parlamentario se pusieron de acuerdo y firmaron los Pactos de la Moncloa para facilitar que el gobierno de entonces, del partido de centro UCD, pudiera realizar los cambios tan necesarios como dolorosos para la modernización del país.

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Pero las peores previsiones se hicieron realidad y el 22 de enero Mariano Rajoy informó a Su Majestad de que no contaba con apoyos para formar gobierno. El rey, siguiendo al pie de la letra lo que marca la Constitución, convocó una segunda ronda de conversaciones con los mismos representantes a quien había tomado el pulso hacía una semana. Al cabo del plazo establecido, Mariano Rajoy le comunicó a Felipe VI que, si bien no podía presentar su propuesta de gobierno al Parlamento porque no tenía los apoyos necesarios, estaba dispuesto a formar gobierno tan pronto como lo lograra. Ante lo cual, el rey, que se enfrentaba a una situación nunca vista en la historia de la democracia, decidió encargarle a Pedro Sánchez, el candidato del PSOE que se había ofrecido como alternativa, la formación de gobierno. Con solo 90 diputados de los 350 del hemiciclo, y tras los peores resultados de su historia, el PSOE tenía la oportunidad de desplazar a Rajoy.

La rueda de prensa del 2 de febrero, a la salida de la residencia real, el Palacio de la Zarzuela, fue antológica. Pedro Sánchez, con aire triunfal, anunció una lista de compromisos que parecía la carta de deseos a su hada madrina. Y ahí es cuando algunos nos dimos cuenta de que empezaba la nueva campaña electoral.

Durante los días previos a esa rueda de prensa que marcaría el final de los entrenamientos y el comienzo de la verdadera competición, todos los representantes políticos se habían apresurado a impostar una actitud idónea, adecuada a su localización en el panorama político. El PP anunció su disposición a pactar con todos y se sentó en el bordillo de la realidad política a esperar que alguien quisiera jugar con él. El PSOE, marcando distancia con el PP, se negó a cualquier cosa que implicara darle la presidencia del gobierno a alguien que no fuera Pedro Sánchez. Y Podemos, el partido populista “hermano” del griego Syriza, liderado por la estrella mediática Pablo Iglesias, sin haber hablado con nadie, el mismo 22 de enero anunció mirando a las cámaras, que había hablado con el Rey acerca de su intención de formar gobierno con el PSOE, con Pablo Iglesias de vicepresidente y con su partido al cargo de los ministerios de Economía, Defensa, Interior y Justicia y Asuntos Exteriores. Además sugería la creación de un Ministerio de la Plurinacionalidad, una clara patada en el estómago para los constitucionalistas. Esta maniobra forzó al PSOE a no poder pactar con Iglesias debido a la guerra mantenida dentro de sus propias filas entre los más constitucionalistas, que buscan la salida de Pedro Sánchez como candidato, y los fieles a Sánchez, dispuestos a formar gobierno a costa de lo que sea. Solamente el centrista Ciudadanos con el joven Albert Rivera al frente dio muestras de querer participar en cualquier pacto, siempre que no se cuestionara la unidad de España.

La única novedad desde entonces hasta ahora, cuando la imposibilidad de gobernar se ha materializado, fue el pacto firmado entre PSOE y Ciudadanos para mantener la línea roja frente al independentismo. No fue es suficiente para formar gobierno sin el apoyo del PP.

Las nuevas elecciones, con el calendario oficial en la mano, serán el día 26 de mayo del 2016. Un lujo, si sumamos los gastos y subvenciones a los partidos por la campaña electoral. Las previsiones acerca de los resultados son confusas, pero todas coinciden en que perjudican a Podemos que ya ha tomado medidas y está cerrando filas con Izquierda Unida.. Mientras tanto, la prensa sigue ocupándose de sacar nuevos casos de corrupción de unos y otros y los navajazos políticos son la norma diaria. El cansancio del pueblo español frente a la ineptitud de sus representantes está haciendo sonar las alarmas. La abstención puede llevarnos a la casilla de salida: podría no haber pacto de gobierno tampoco entonces.

Más allá de la política, los inversores interesados en el tímido repunte de la economía española, se arrugan frente a la rebaja de las previsiones de crecimiento (un punto del PIB, de momento), el incumplimiento de déficit y la más que probable subida de impuestos que nos espera. Pero sobre todo, el capital, propio y ajeno, buscaría refugio en lugares mejores si Podemos siguiera teniendo opciones de formar parte del gobierno. No es raro. Los ejemplos de lo que son capaces de hacer en los ayuntamientos regidos por la izquierda radical y la dimisión de muchos dirigentes locales (a veces la cúpula entera) de Podemos hablan por sí solos.

La única ventaja de esta situación tan asfixiante es que van cayendo las máscaras de la impostura política ante los ojos de una sociedad harta de palabrería vana, capaz de votar la peor opción con tal de que nos mientan otros, pero no los mismos.

*Universidad CEU-San Pablo.

Instituto Juan de Mariana / marygodiva.wordpress.com / Madrid / @Godivaciones

Foto: Reuters TV

Publicación de La Red Liberal de América Latina, RELIAL y Fundación Friedrich Naumann para la Libertad.