A principios de la década del siglo XX, junto a la disertación médica, política, psicológica-filosófica, religiosa, el discurso de la crítica literaria también contribuiría a revalidar como un eje y norte de la identidad femenina. Con esta perspectiva el discurso crítico solía alabar en los textos de mujeres la representación de la mujer-madre o de la que aspiraba a serlo, como ocurre en la primera novela Esa otra orfandad de Gabriela Couturier.
El entendimiento humano es una parte de una apreciación y como tal un supuesto, frágil a los pensamientos hay que tener cuidado con la conciencia y sus razonamientos que es el principal fundamento de juicio, ya que pudiera en muchos casos conducirnos a vivir en el traspié. “Algunos años antes, cuando se casaron y Renata tenía treinta y dos, a ella se le había hecho muy fácil prometerle a Mark que en tres años empezarían a buscar un hijo. Lo que nunca se imaginaron en ese momento fue que no iban a poder; pero tampoco habrían sospechado que Renata no iba a querer. Y no: no era que no quisiera. Sabía que en algún momento querría hijos. Lo que no había querido era arriesgar su triunfo profesional ni abandonar esa vida por la que sentía que tanto había sacrificado”.
Sigmund Freud ya nos había advertido los riesgos del conocimiento del inconsciente y había explorado su interior con temas diversos e indagatorias futuras, como una de ellas, es el entendimiento de la feminidad pero también “la crisis de los treinta cuarenta años” es una etapa de interrogantes personales que por lo común acontecen al alcanzar la mitad de edad que se tiene como una expectativa de vida. La persona asienta que ha pasado el ciclo de la juventud para entrar al ciclo de la madurez. El resultado puede reflejarse en el deseo de hacer mejor las cosas significativas en la vida cotidiana, tales como la carrera profesional, el matrimonio. “Como algas desde el fondo, su vida se le había enredado en el cuerpo y en la voluntad, y la jalaba lenta, sutil, inexorablemente: la casa que planeaban construir, el trabajo, las decisiones que habían tomado y las que no se había atrevido a tomar, el hijo que no podía tener. No había vivido algo extraordinario que compensara esa vida que se volvía desesperadamente normal. Todavía no se resignaba a no haberlo hecho cuando tuvo la libertad y el tiempo de hacerlo, y se le estaban acabando los dos”.
Couturier desgrana un caos, es decir, la catarsis emocional que se acerca inevitablemente a una realidad futura que va afrontar con valentía sin evasiones, ¿qué duele más? en Esa otra orfandad ¿los sentimientos humanos?, ¿adónde la debutante novelista ubica a su protagonista Renata y su antagónico Mark en un hábitat de trama tenso, hasta ver sus límites como pareja? “—¿Esterilidad? Renata, bájale al drama./ —¿Y cómo se le llama, después de tres años de intentarlo? ¿Indecisión?/ —Infertilidad o como quieras. Esterilidad suena a condena. A García Lorca./ —Yerma./ —Te digo, con esa mentalidad no vas a llegar a ningún lado. Lo que tienes que hacer es relajarte, olvidarte del asunto por un tiempo./ —Ya te quiero ver a ti, olvidándote del asunto mientras te inyectas, mientras te tomas la temperatura cada día del mes, en lo que haces el amor en una posición y no en la otra, cuando te tomas los estrógenos o te pones la progesterona y cuando literalmente no hay un solo día en que todo lo que hagas no te recuerde en qué estás metida./ —¿Ya no tienes duda sobre la maternidad?/ —No sé qué es ser mamá, así que sí, montones. Y miedos, todos. Pero lo que más me asusta es llegar al momento en que sea demasiado tarde para tener hijos”.
Renata y Mark, Mark y Renata, sólo forman un testimonio más que sirve de advertencia respecto a la naturaleza humana a las pretensiones prometeicas, a los males que se derivan de la disolución de la personalidad individual o a la incomprensión cuando cae en manos equivocadas sin estima alguno.
En voz de Renata conversa de la dificultad de la gestación, una mujer de cuarenta años que al aplazar la decisión de ser madre y, con el límite del tiempo encima presta atención a un último intento, al vía crucis del in vitro sin éxito. “‘No se puede hacer todo en la vida’, solía recordarle su papá”.
Ésta, no es sólo una novela que demuestra esa otra orfandad sino todo lo contrario, es una novela que demuestra la visión actual de muchas Renatas y Marks tan humanos, imperfectos; parejas que tienen confusiones, miedos a pesar de tener éxitos en sus profesiones pero con una carga a sus espaldas, la falta de algo que debe haber más en sus vidas y motivación para vivir, o tal vez, cada quién vivir con su soledad.
La intimidad del personaje femenino es el filón de Couturier una novela que pretende entrar en ese tono velado de las situaciones y hechos detrás de algunos matrimonios, un tema visto a través de los ojos de una mujer. “Había identificado a la trampa como normalidad. Y la reconocía como lo que era: una vida promedio, una vida que tendía al equilibrio, como tienden las vidas. Donde las decisiones a veces no dependen de uno y donde el azar puede tanto como la determinación./ Abrió la ventana. Una brisa tibia traía de mar y de pasto recién cortado”.

