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La democracia es para mandar y obedecer. Pero la gobernabilidad casi siempre es inversa.
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Potestades e impotencias

 

Las jornadas electorales y la instalación de un nuevo gobierno siempre nos llevan al eterno enredo entre la democracia y la gobernabilidad.

La gobernabilidad es muy clara si se le contrasta con la democracia. En el ejercicio democrático, el peso factorial de cada individuo es idéntico al de los demás. Cada ciudadano vale un voto. Nadie más y nadie menos. El resultado democrático es, pues, una sumatoria. La mayor cantidad es la que decide. Los principios rectores de la democracia política son la paridad y la mayoría

En el ejercicio de la gobernabilidad, por el contrario, no todos los individuos tienen el mismo peso factorial. Un ciudadano común no tiene el mismo que un individuo exponencial o lideral en el campo de las ideologías, de los partidos, de las profesiones, de los dineros, de la comunicación, de los sindicatos o de los congresos. La gobernabilidad es el ensamble adecuado, no la suma, de esos factores.

El triunfo de la democracia casi siempre proviene de la voluntad de las mayorías. Pero la instalación de la gobernabilidad casi siempre dimana de la voluntad de las minorías. La democracia es seductora mientras que la gobernabilidad es insípida.

Pongo un ejemplo viviente de lo que estoy diciendo. Hemos tenido jornadas dedicadas a las campañas mundiales contra el cáncer. Muchos compramos corbatas rosa para todos los días de la campaña. En todos los lugares que frecuento, en los tribunales, en las procuradurías, en la televisora, en el periódico y en los restaurantes he visto una plaga mayoritaria de encorbatados rosáceos, entre ellos yo mismo.

Si el cáncer mamario fuera un asunto de consenso democrático, a estas alturas ya estaría totalmente vencido en el mundo entero. Pero estoy convencido de que, con toda nuestra parafernalia, no logramos curar a una sola enfermita. Espero, por lo menos, que hayamos logrado prevenir a muchas mujeres sanas.

Lo mismo acontece en el cuerpo político. La democracia es aritmética pero la gobernabilidad es geometría. Por eso es que no estoy seguro si, con el consenso de todos, habrá de reducirse siquiera el 1% del índice delincuencial mexicano, del de la pobreza o del de la corrupción. Éste me parece que, también, es un cáncer del cuerpo social, al que he bautizado como cratoma, o degeneración del sistema de poder.

A casi todos nos seduce la democracia porque casi todos creemos que pertenecemos al círculo de la mayoría. Así como a casi todos nos gusta la economía liberal y la propiedad privada porque casi todos creemos que somos socios del club de los ricos. Y casi todos anhelamos la vigencia del Estado de derecho porque casi todos creemos que militamos entre los respetuosos de la ley.

La democracia es para mandar y para obedecer. Es para que la mayoría mande y para que la minoría obedezca. Para que la mayoría impere y para que la minoría tolere. Pero la gobernabilidad casi siempre es inversa. Por eso, presiento inútil el voto democrático pensando que la mayoría que forman los buenos se va a imponer a la minoría de los malos.

Confieso que soy un enamorado romántico de la democracia, aunque nunca la he practicado ni en mi familia ni en mi bufete ni en las instituciones que me han encargado. Tampoco he estado obligado a ello. Pero me gusta soñar en que los que somos más queremos lo bueno y, sobre todo, en que somos infalibles.

 

w989298@prodigy.net.mx

@jeromeroapis