En Los extraños de la planta baja, de Francesca Gargallo, introspecciones y retrospecciones recrean dolorosos pasados, muertes en cascada de amigos y conocidos, injusticia, poder autoritario… El yo se descubre e interpreta; narra desde su punto de vista, sea producto de la emotividad, la razón, la vacua generalización, la ansiedad, indignación, inquietud o idealización. Esto es común en géneros autobiográficos: la primera persona fortalece la subjetividad, a menudo en detrimento de otros puntos de vista. En esta obra monológica, los temas van desde la violencia de la guerra hasta las actuales guerras calladas y callejeras, las guerrillas de idealistas, el peso siniestro del neoliberalismo o la exhibición de la vida cultural de otros tiempos. Simón es uno de los más persistentes objetos de la mirada de Giovanna Landolina, la protagonista y testigo, quien sufrió por la autoritaria figura paterna, trauma del que no se deshace, a pesar del ritmo del oleaje catártico de frases que la atrapa en emociones e ideales truncados. Incluso la mujer interpreta el supuesto código compartido por “todos” los varones: el respeto de la común masculinidad: “La solidaridad masculina es misógina y se sostiene sobre la necesidad constante de justificar como natural y válida cualquier acción de un hombre”. Bastaría enlistar una buena cantidad de excepciones para derrumbar tal proposición general, y habría que recordar que el machismo y la misoginia suelen ser impulsados desde la infancia por la madre sometida. La protagonista padece a veces de lo mismo que muchos críticos: parten de un puñado de casos particulares para sostener una proposición general que sólo se adecua a dichos casos. Se comprende su actitud contra lo que Giovanna se figura como “lo masculino”, dada la violencia que sufrió por parte del padre. Su interpretación llega al extremo cuando un hombre se enamora de una feminista. Ese afortunado se abstiene de ser cómplice de otros de su mismo sexo sólo por serlos. La visión reduccionista sobre los hombres es clara: “En el fondo todos son como mi padre”. Por fortuna, después matiza el juicio: “casi todos, algunos, en fin, casi ninguno”. Esta última frase aleja a la mujer de la proposición general y la vuelve más humana. Se refiere a “la estupidez” de los compañeros masculinos. Para que dejen de serlo, al parecer deben ser ungidos por la certera e irrefutable inteligencia feminista. Tal es la posición que se infiere tras leer la obra. Hay una frase significativa de Giovanna: “entre hombres se entienden”. Pero literariamente el personaje es convincente. Su visión, su largo monólogo es centro rector del mundo representado. El gineceo aparece como una especie de utopía feminista.
Más allá de las cuestiones sexistas o sexuales, uno de los aspectos esenciales de esta obra es la denuncia contra el racismo, el machismo, la policía protectora de asesinos, la prensa sensacionalista y la misoginia del sistema de justicia. Es un clamor por la inclusión del otro desde una visión subjetiva. Allí radica su valor. Acaso la palabra clave sea “huella”, que sintetiza la continuidad y el cambio. Hay historias detrás de la huella de la narradora. Su permanencia se nutre del espacio: allí está siempre, recordándonos el tiempo y la persistencia de sus desastres.
Francesca Gargallo, Los extraños de la planta baja. Ediciones desde abajo, Bogotá, 2015; 171 pp.

