BELLAS ARTES

Actores presentan lectura de El décimo Fausto

 

Para el teatro, que quizá constituyó la gran pasión de Rafael Solana, y que vio y disfrutó como simple espectador, crítico, promotor e incluso hacedor, escribió cerca treinta comedias. Aparte de la muy reconocida Debiera haber obispas —traducida a dieciocho lenguas y representada en cuarenta países—, este también prolífico y confeso comediógrafo tuvo la fortuna, en sus casi cuarenta años como dramaturgo exitoso, de que los más de sus títulos fueran estrenados en vida del autor, porque él mismo insistía en que el género dramático está destinado finalmente para la escena.

Lector voraz y hombre sabio, don Rafael fue reconocido en vida además como una autoridad en materia teatral, y aparte de los muchos otros ámbitos en los cuales su generosa e inteligente opinión resultaba enriquecedora, al quehacer escénico estuvo vinculado por otra parte como promotor y empresario, e incluso como funcionario en beneficio no sólo de los dramaturgos sino de todos los demás gremios allí congregados. Él siempre apoyó y aconsejó a otros, y manos llenas y sin reticencias.

8906f1bbdf42e0f3a47f4de267a9cc38_XLConocedor del teatro en todas sus épocas y aristas, sus prólogos, textos críticos y crónicas en torno a otros autores, obras ajenas y montajes diversos constituyen parte sustantiva de la bibliografía y el acervo periodístico en derredor del quehacer dramático del siglo XX. En este sentido, sus varias paráfrasis de clásicos de la escena universal dan buena cuenta de este saber profundo y minucioso de la historia del teatro universal, y con respecto al mexicano, que conocía al derecho y al revés, por dentro y por fuera, fue también uno de sus más entusiastas y generosos promotores, sin envidias ni resentimientos, e incluso hasta por encima del reconocimiento personal de su propia obra.

De 1978, por ejemplo, cuando ya era un hombre de teatro de notable trayectoria, es su alegre y visionaria comedia Pudo haber sucedido en Verona, por supuesto un homenaje personal al Romeo y Julieta de William Shakespeare, de quien por cierto este año se conmemora —junto con el de Miguel de Cervantes Saavedra— su cuarto centenario luctuoso. Estrenada por la Compañía Nacional de Teatro, bajo la Dirección Escénica de Pepe Solé y con un gran reparto, recuerdo que en esa estupenda puesta aparecía, todavía imberbe pero con una presencia escénica ya destacada, Demián Bichir. Fue una de las mejores puestas de su año, con varios reconocimientos entre las varias agrupaciones de críticos y periodistas teatrales.

Entre sus últimas creaciones dentro de este extenso bálsamo de vivificantes comedias de corte clásico, por otra parte prodigio de fina y picante versificación, se encuentra Son pláticas de familia, de 1988, alegre y no menos sui géneris lectura del clásico de José Zorrilla: Don Juan Tenorio. Manolo Montoro la llevó a escena en un extraordinario montaje, todavía en vida del autor, con estupendos diseños de escenografía y vestuario de Billy Barclay, y con la hermosa primera actriz Elsa Aguirre a la cabeza de un destacado reparto donde también lucían jóvenes actores que después harían una interesante carrera.

Pocos meses antes de su muerte, acaecida en septiembre de 1992, don Rafael escribió otras sendas versiones teatrales suyas de dos clásicos del genio teutón por antonomasia —especialmente reeditado y citado en este Año Dual México-Alemania— Johann Wolfgang von Goethe, pieza vital del Sturm und Drang como vertiente inicial del Romanticismo. Me referiré primero a la que de verdad fue la última, Las cuitas del joven Vértiz, a partir de la conocida novela Werther, y que como sus demás comedias, rebosa un humor ágil y mordaz, como las de sus grandes maestros de formación, entre ellos, Juan Ruiz de Alarcón (obtuvo este premio nacional, cumbre del teatro mexicano), Lope de Vega, Tirso de Molina, Calderón de la Barca, Molière, Pirandello. Como él mismo afirmaba, y en oposición al sentido del original goethiano, el pesimismo únicamente lo atrapó en la juventud, por lo que sus comedias siempre terminan rebosando optimismo y esperanza, sin llegar a ser por ello un teatro momificado y simplista sino, por el contrario, vital y declaradamente comprometido con la dignidad humana.

De la primera de éstas, El décimo Fausto, a partir del muy referenciado drama Fausto (en la ópera, por ejemplo, otra de las grandes pasiones de nuestro rememorado escritor veracruzano de quien el año pasado se conmemoró el centenario de su nacimiento, existen los también ya clásicos de la lírica Fausto de Charles Gounod y Mefistófeles de Arrigo Boito), un grupo de talentosos y entusiastas actores han ofrecido una lectura que bien resalta las muchas virtudes de quien además era un muy fino estilista. Encabezados por la propia sobrina del dramaturgo homenajeado, Lolita Solana, esta muestra de respeto y cariño por la obra y la personalidad de quien fue un escritor prolijo en muchos géneros, Rafael Solana, contribuye a mantener viva la enorme herencia de un humanista sin par. La acompañaron en este emotivo encuentro, en la Sociedad de Escritores de México que el mismo don Rafael contribuyó a levantar, el también talentoso dramaturgo Willebaldo López, Francisco Mondragón (también responsable de la dirección), Laura Martínez Venegas, Marisol Paredes, Carlos Medina Pardo y Oswaldo Anderson. Como bien dijo el igualmente reconocido dramaturgo Tomás Urtusástegui como preámbulo, ¡honor a quien honor merece!