Como apuntes biográficos Víctor Toledo nació en Córdoba, Veracruz, en 1957. El poeta perteneciente a la llamada generación de los Cincuenta, no obstante se distancia por su peculiaridad poética. Por otra parte, su formación profesional —lengua y literatura hispánicas en la UNAM y el doctorado en Filología Rusa en la Universidad de Lomonosov de Moscú— lo han llevado a explorar otros géneros, de modo que ha escrito ensayos, hecho traducciones de los grandes poetas rusos como Osip Mandelshtam, Joseph Brodsky y Barís Pasternak; así mismo llevado a cabo diversas investigaciones en teoría de la poesía.
Sin embargo, es como poeta en donde erudición y sensibilidad toman el lugar apropiado y una rica veta particular: expresión y profundidad en cada verso.
El libro del escritor avecindado en Puebla, Voz que ve, es una reunión precisa de bellos y significativos poemas atravesados por las singulares armonías que Víctor cultiva: los helados vientos rusos, la bruma aromática de la cultura zapoteca, y el anhelo clasicista por el conocimiento del cosmos, la belleza de la proporción y el canto del espíritu.
Es precisamente el encuentro de tales armonías lo que provocan una distintiva riqueza lingüística que ha sido puesta bajo el ala del neobarroquismo así como de la poesía experimental, sin por ello lograr encapsularla, más bien crea nuevos géneros como sus Rosagramas, caligramas que toman la forma de las rosas y que de acuerdo a temática y musicalidad poseen forma y colores diferentes.
Por otra parte, podría decirse que la poesía de Toledo es evasiva, esquiva, casi líquida. Es un intento de ordenar el mundo en decaimiento y rescatar la magia que las palabras traen consigo. Víctor Toledo es un sacerdote de la poesía, predicador de una teología rica en liturgias y rituales que persiguen hallar “la lengua original” —como reza uno de sus poemas— con la que se nombra y se conciben las aristas del mundo, le cito: “el día justo llega al lugar exacto, pues en las playas del mundo, se extienden aladas, las luminosas oraciones: las hadas, las amadas palabras”.
Estas palabras se vuelven recursos de explosión semántica, herramientas lúdicas bajo la dirección del poeta: aliteraciones, sinestesia y palíndromos danzan en las páginas buscando el sentido vital y mítico en medio del desorden que es la vida cotidiana.
Nada en la obra de Víctor es azaroso, sí nombrado a la zaritsa Nádinka, su esposa, cada espacio, cada signo de puntuación, palabra y son-ido pertenecen a un elaborado plan de exploración, el complejo acertijo de quien cifra y des-cifra los enigmas que guarda lo divino: “Soy universo de reinos diminutos,/ Llaga de guerras y mundos represivos/ Universo sensual y dormido/ Dentro de otro brillante universo”.
Una constante preocupación en la obra de este poeta de latitudes universales es la defensa de lo sagrado, es decir, de lo poético; pues tiene claro que la vida poética es la única forma viable de existencia y la única manera también de aproximarse al misterio, de des-velar a Dios: “en el bosque está Dios pero el hombre se empeña en alejarlo […]/ es una pregunta que le hago a Dios: creo que me escucha,/ me responde/ pero no lo comprendo bien”.
El oído atento de Víctor Toledo a la voz de lo sagrado, el camino órfico de doble retorno y la meditación profunda sobre el eros —fuerza primigenia en su obra— se manifiesta en los juegos verbales cuya musicalidad parece llevar a un trance. Es comunicación entre la sombra y la luz, un filo del que nace el asombro permanente que provoca este poeta.
Pues si algo puede asegurarse de Víctor es que todo el tiempo está inquiriendo más: más en filosofía, más en botánica, más en física, literatura, zoología, antropología. Está siempre preguntando y tratando de responder; porque el poeta es un fauno, un invocador y un hechicero: persigue la vida, el fuego divino que le dé la redención y el conocimiento del ser. Aun en sus poemas más intimistas, por darles un calificativo, como los pertenecientes a Retrato de familia con algunas hojas o el mínimo infinito, exigen una revisión minuciosa del lenguaje, no hay tregua en su búsqueda por llegar a la fuente: “si pudiéramos ver Todo donde lo mínimo y lo máximo finito se abrazaron. No puedo evitar la danza de palabras que ayudan a intentar lo inexpresable”. Y tomo esta última cita porque es verdad que la imposibilidad de decirlo todo obtuvo un lugar en la materialidad discursiva cuando Víctor puso la primera palabra en una hoja de papel. No hay frase más cliché que decir “hacer posible lo imposible”, pero como todos los lugares comunes, alguna vez se dijeron en verdad, y la obra de Víctor Toledo es un afanoso intento de abarcar lo inefable y darle espacio entre sus versos.
Víctor Toledo, Voz que ve. Fomento Editorial, BUAP, 2015.

