[gdlr_text_align class=”right” ][gdlr_heading tag=”h3″ size=”26px” font_weight=”bold” color=”#ffffff” background=”#000000″ icon=” icon-quote-left”]
[/gdlr_heading][/gdlr_text_align]
El gran riesgo de Peña Nieto/III y última
Un espectacular desfile del orgullo homosexual en la Ciudad de México parece coronar una actitud triunfalista de la famosa comunidad lésbico-gay… etcétera tras del apoyo del presidente Enrique Peña Nieto. Un triunfalismo sobre las fuerzas de la reacción conservadora y obsoleta encarnada en diversos obispos y en el PAN que de pronto se acuerdan de que es un partido de origen confesional. Triunfalismo al que se suma Miguel Ángel Mancera, gobernante tolerante y “progresista” que tras de tantos tumbos administrativos, escándalos e ineficiencias por fin mete un jubiloso gol.
Y triunfalismo también de lo que yo llamaría los neoliberales morales que están, diríamos, “a la par con Nueva York” y París y todo el Occidente civilizado, rico, un poco drogadicto y liberado, hubiera dicho Nietzsche, del yugo de la moral. Hasta ahí lo bonito.
El problema es que ni todo el mundo ni todo México es triunfalista y no se adhiere a las conquistas de la comunidad del arco iris. Y si bien no se llega a la intolerancia islámica o de ciertos países africanos con la homosexualidad penada con la muerte o a la actitud de Putin, el México mayoritario, “la multitud silenciosa”, que es cristiano (no solamente católico romano) y que no está compuesto por esos obispos de los que se burlan los progresistas, tiene una visión de las cosas muy distinta. Acepta por supuesto la diversidad sexual y, con excepción de algunos homófobos a quienes el triunfalismo gay es desafío e insulto, tradicionalmente ha coexistido pacíficamente con los “raritos” y “que cada quien haga de su cuerpo un papalote” es la opinión generalizada.
Lo que molesta es la actitud escandalosa, retadora, vulgar, majadera, sospechosamente apoyada por ciertos poderes (hoy el presidente) o los medios que nunca han movido un dedo por las sufrientes comunidades indígenas en cuyo apoyo, por ejemplo, nunca ha desfilado la embajadora de Estados Unidos.
Y el punto de desacuerdo con los gay no está en que se unan en “matrimonio” sino la adopción de niños cuyos derechos tendríamos que defender todos los mexicanos, y el asunto no lo puede definir un político en busca de una discutible popularidad sino ser el motivo de un plebiscito.
Un punto final está en que los obispos, pastores y rabinos no hablan por gusto sino porque están obligados con ese documento fundamental de las religiones y de la civilización occidental que es la Biblia, en la que como individuos los laicos podemos creer o no creer, pero que para los religiosos es la base de todo. Y la Biblia es muy clara, y si no me lo cree, querido lector, consulte Éxodo capítulo18, versículo 22; y si mal no recuerdo, la Biblia (the Good Book) es como la piedra angular del derecho y la moralidad de Estados Unidos que hoy, qué curioso, ¿verdad?, son los campeones y propulsores mundiales de la comunidad del arco iris, ¿también en México? ¿Y para qué? Perdónenme, pero es que soy muy preguntón.