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Una buena suma de citas cultas y artísticas son otra constante más en el mejor cine de Pedro Almodóvar.
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Julieta, su más reciente obra

La película más reciente del notable escritor manchego Pedro Almodóvar, Julieta (El deseo, España, 2016), nos remite necesariamente a la que para mí sigue siendo su obra maestra por excelencia, Todo sobre mi madre de 1999, pues también trae implícito, aunque él mismo no lo confiese, un sentido tributo para con su amada progenitora, periplo de reconciliación iniciado con su también estrujante Carne trémula de 1997. Homenaje a las mujeres todas, las que aquí figuran, siempre en medio de la adversidad, y como en los dos títulos anteriores, son fuertes, luchadoras, autosuficientes, y aunque sufren mucho y tienen como característica común estar solas, de igual modo resultan ser plenamente dueñas de su propia soledad. Con guión del mismo Almodóvar, como se estila en el cine de este “autor”, ahora echó mano de varias historias enlazadas de Alice Munro que bien se acomodaban a su propia sensibilidad e idiosincrasia.

Otro de esos melodramas tan almodovarescos, Julieta narra también el autoexilio de una madre que, tras varios años de distanciamiento, regresa a su pueblo para reencontrarse con su madre desahuciada y un padre evadido tras el llamado sensual de una joven marroquí. En esa pesquisa va de por medio, de igual modo, un nuevo sentido a su vida, conforme va descubriendo otras experiencias de desasosiego y de soledad en otras féminas (las de su propia madre enferma y su misma contrincante, por ejemplo), que desde entonces pasarán a formar parte consustancial de su existencia.

Como otras películas de Almodóvar, el personaje protagónico de Julieta es a la vez un trasunto de otros anteriores suyos pero aquí también un sentido homenaje al homónimo de su admirado Federico Fellini que encarnó la inolvidable Giulietta Masina (eterna compañera del egregio director italiano), que en soledad sufre su hondo dolor pero a la vez reafirma su fortaleza casi mítica. Realidad y ficción, en la ficción se entremezclan y confunden, traspasando esos límites ilusorios y casi imperceptibles que han obsesionado ya a tantos creadores más o menos anteriores, porque “la realidad también suele copiar al arte”, y no sólo a la inversa. Y esa construcción de atmósferas de igual modo ya tan inconfundiblemente almodovarescas, con el personal sello de un gran director que puede errar pero jamás no ser fiel a sí mismo, lo vuelven a acompañar otros talentosos creadores y cómplices suyos de cabecera, como el músico Alberto Iglesias, el fotógrafo Jean-Claude Larrieu y el editor José Salcedo.

Aquí vuelven a resonar, indudablemente, ecos de otros autores admirados por Almodóvar como Mankiewicz, Tennessee Williams y García Lorca, cuyos personajes femeninos de igual modo suelen ser nodales y portavoces de una compartida tesis de que la maternidad es al fin de cuentas la fuerza que mantiene al mundo, que lo revitaliza en medio del sinsentido y el caos. Historia femenina coral, como la Yerma del gran genio andaluz, Julieta encarna los efectos dramáticos de una hija que la culpa por la muerte trágica de su padre infiel —como el suyo mismo—, si bien la perdona y vuelve a buscarla cuando ella misma sufre la pérdida también trágica de un hijo de la que se siente terriblemente culpable.

Sentido poema fílmico a la mujer y a la maternidad, Julieta habla desgarradamente sobre la más grande herida en la vida de una fémina: la pérdida de un hijo. Y todo está otra vez dicho con honestidad, con talento y en un buen ritmo, que tratándose de Almodóvar consuma la mayor virtud de un buen melodrama, al conseguir entrelazar perfectamente y con gracia, con frescura y buen gusto, lo dramático y lo humorístico, el sentimiento trágico y el gag hilarante. Con una buena suma de citas cultas y artísticas, los referentes cinematográficos, literarios y pictóricos (de nuevo Chagall, por ejemplo), son otra constante más en el mejor cine de Pedro Almodóvar, aquí traídos a colación sin que se perciban pedantes o artificiales. Y lo mismo habría que decir con respecto a su buena dosis de humanidad, en cuanto a la posibilidad del perdón y la ilimitada capacidad de generosidad que pueden caber en el alma femenina, porque ésta es dadora de vida.

Hay sólo tres hombres en Julieta, y vuelven a ser tan sólo espectros. En ese sentido, también el peso de la película recae otra vez en espléndidas actrices, en esta ocasión sobre todo en quienes encarnan a la madura y a la joven Julieta, respectivamente, ambas en casting, de probada trayectoria: Emma Suárez y Adriana Ugarte. Enseguida, en papeles de menor peso pero con no menos confirmada solvencia, aparecen la ya en otras ocasiones almodovariana Rossy de Palma, Inma Cuesta, la siempre bella Michelle Jenner, Pilar Castro y Nathalie Poza. Entre los intérpretes masculinos, el espléndido actor argentino Darío Grandinetti (que se dio a conocer con El lado oscuro del corazón de Eliseo Subiela y cómo olvidarlo en Hable con ella del mismo Almodóvar), Daniel Grao y Joaquín Notario.

Por todos los atributos citados, y entre las películas melodramáticas que mejor le suelen salir a este inconfundible y gran narrador de historias profundas de la vida, Julieta es una cinta más que digna del gran talento de Pedro Almodóvar, en reencuentro de sí mismo, de quien sin temer a repetirse o replantear un discurso en torno a temas o sentimientos que le obsesionan, alcanza con este otro bello y circular poema fílmico, que es Julieta, otra de sus mayores cotas de creatividad.