Unas de las muchas asignaturas pendientes que tiene el Estado, desde hace varias décadas, es la implementación de políticas públicas eficaces para regular el deporte en México, pues los jóvenes talentos se quedan en el rezago, en la falta de oportunidades, y no solo dejan su profesión, sino terminan en el abandono total en cuanto a una carrera atlética se refiere.
Podría pensarse que el futbol es solo un espectáculo –muy caro por cierto para el que gusta de verlo-, pero de acuerdo a Consulta Mitofsky el balompié aún es el deporte más gustado de México, en el que del total de personas encuestadas 5.3 de cada 10 son aficionadas al soccer, por encima del Box, beisbol, basquetbol y la lucha libre.
Por segundo año consecutivo se observa una baja generalizada en la afición para todos los deportes, en parte por los bajos rendimientos de deportistas o por situaciones ajenas al deporte que impactan en estados de ánimo. En el caso del futbol su caída es de dos puntos porcentuales en un año y 16 puntos en dos años, señala la empresa que dirige Roy Campos.
Pero más allá de lo que la afición pueda opinar, se tiene que entrar a las entrañas y saber que las mafias del poder público y privado sólo han llevado a los deportistas de alto rendimiento a una verdadera crisis, en un contexto en el que además no se necesita que los jóvenes sean relegados, sólo por el hecho de no tener un “padrino” o una influyente recomendación para destacar.
Simplemente hay que voltear a los intereses que la propia Federación Mexicana de Fútbol. Directivas y autoridades interponen muy por encima del desarrollo y las necesidades de un joven o una joven, víctimas de una verdadera falta de regulación al seno de los clubes.
Uno de miles de esos casos es el de Jesús Castillo Ugarte, quién se desapareció de las canchas y no se le volvió a ver pisar un terreno de juego, a pesar de que fue debutado en el año 2007 por José Luis Trejo, uno de los más reconocidos directores técnicos del futbol mexicano.
Chuy Castillo piso la cancha del Estadio Morelos a sus cortos 18 años de edad para defender los colores de Monarcas Morelia, donde también fue dirigido por Luis Fernando Tena y Carlos Bustos.
También portó la casaca en Primera División de Jaguares de Chiapas, donde estaba bajo la tutela de José Guadalupe “El Profe” Cruz, y en Veracruz con Carlos Reynoso y Cristóbal Ortega. En la Liga de ascenso tuvo un paso por San Luis y Celaya; no obstante, Tomás Boy inició la debacle del joven delantero al mandarlo a la banca, aún con todas sus habilidades. Nunca se le dio seguimiento a su desarrollo en el rectángulo verde.
La directiva de esa época, que estaban al frente de la escuadra rojiamarilla, fue muy cuestionada por su actuar; incluso señalados por actos de influyentismo y de intereses financieros extra contractuales.
Sin embargo, no fue el único equipo en el que los mismos promotores no dejaran de denunciar la corrupción y la exigencia de “las mochadas” a cambio de que sus jugadores fueran contratados y considerados para ser parte del cuadro titular; al menos para entrar de cambio.
Se podrían citar otros muchos casos de jóvenes talentosos del futbol mexicano relegados y en el olvido a su corta edad como el caso de Mario Moreno, que terminó de tras de un escritorio en un organismo operador de agua potable gubernamental en Morelia o de Pedro Beltrán, que apenas fue rescatado su talento en el norte del país y hasta los extranjeros que fueron engañados por las directivas y que dejaron sus países de origen para buscar el sueño mexicano que nunca llegó.
La mal citada “Regla de los 7”, es otro de los duros golpes a los jóvenes canteranos del balompié mexicano, pues privilegia la entrada de mayor número de extranjeros a la Liga Mexicana.
En este caso cómo se exige entonces al futbolista rendir, hacer buenos duelos en Selección Nacional o hasta en su propio equipo si los discriminan, los malbaratan, los prostituyen –sin que ello parezca discriminación, porque no lo es-. Jugadores que les impiden crecer como atletas mexicanos de alto rendimiento.
Y es justamente en esta parte, cuando se cuestiona la carencia de políticas públicas, que regulen el funcionamiento de los clubes encargados de poner a rodar el balón en el césped, les guste o no, como lo es en España, Italia, Portugal, Holanda, Inglaterra, Argentina y hasta Brasil solo por citar algunos, donde el vigía de que las cosas marchen bien es el Estado y no los poderosos empresarios.
La Comisión Nacional del Deporte, la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, los diputados federales y las legislaturas locales, deben de perderle el miedo a los dueños del balón.
Lejos de verse beneficiadas las autoridades con millonarias cantidades de dinero en juego, tienen que regular, mediante leyes muy específicas, el mercado de piernas que año con año se conoce como “Draf”, a fin de evitar en lo posterior prácticas de lavado de dinero, corrupción, impunidad y opacidad de los clubes a la hora de reportar sus ingresos como empresa y la de sus integrantes.
Además se debe reglamentar con mucha seriedad la parte del espectáculo futbolero, porque si no son los altos precios, son las transmisiones cerradas que finalmente paga el espectador, aficionado o cliente potencial de su publicidad, porque debe entrar a un escenario popular y no selectivo. En fin. El balón está en los botines de las autoridades y la decisión, también. ¡Jueguen limpio; sientan su liga!