Primera de dos partes
“Alfabeto, pan y jabón hay que decir y todo lo demás se os dará por añadidura.”
Alfonso Reyes
A manera de presentación
La cultura, una moneda social no valorada
¿Por qué y para qué invertir?
México cuenta con una riqueza patrimonial que ha sido motivo de asombro a lo largo de los siglos. Su imponente belleza natural y su vasta diversidad cultural, han constituido un escenario histórico de verdadera excepción. Cuna de civilizaciones, en la lista de patrimonio mundial de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, nuestro país cuenta a la fecha con 33 lugares designados (27 como Patrimonio cultural, cinco como Patrimonio natural y uno, como Patrimonio mixto).
Esto lo convierte en el sexto país con mayor cantidad de sitios inscritos en la lista, sólo por detrás de Italia, España, China, Alemania y Francia, así como primero en el continente americano y de América Latina y Caribe. Además, cuenta con siete tradiciones y festejos como Patrimonio cultural inmaterial. Éste no se limita a los bienes materiales con un significado o valor excepcional, como las zonas arqueológicas, los monumentos, los centros históricos o las obras de arte. También comprende al acervo de conocimientos, valores y expresiones culturales heredadas de nuestros antepasados y que transmitimos a nuestros descendientes.
El patrimonio cultural inmaterial se manifiesta en la lengua y la tradición oral, tradiciones culinarias, artes del espectáculo, juegos tradicionales, rituales, actos festivos, conocimientos y prácticas relativos a la naturaleza y el universo; en la música y danza tradicionales, en saberes y técnicas vinculados a la artesanía milenaria, en la medicina de los pueblos originales, en modos de vida. Estas son expresiones culturales que cambian con el tiempo adaptándose a las nuevas realidades, pero que contribuyen a darnos un sentimiento de identidad y continuidad al crear un vínculo entre el pasado y el futuro: el vínculo somos nosotros, el presente.
La Conferencia General de la UNESCO aprobó, en el 2003, la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial, un acuerdo firmado por 158 países, en el que se comprometen a trabajar en la salvaguardia de estas expresiones culturales.
Un primer paso se realiza mediante su identificación y registro en tres listas:
La Lista representativa del patrimonio cultural inmaterial de la humanidad, en la que se incluyen las expresiones que ilustran la diversidad del patrimonio inmaterial con el fin de contribuir a una mayor consciencia de su importancia.
La Lista del patrimonio cultural inmaterial que requiere medidas urgentes de salvaguardia: se compone de elementos que las comunidades y los países consideran que necesitan medidas de salvaguardia urgentes para asegurar su trasmisión. Las inscripciones en esta Lista contribuyen a movilizar la cooperación y la asistencia internacionales, para que los actores interesados puedan tomar medidas de salvaguardia adecuadas. Por ejemplo, en México, muchas lenguas indígenas están en peligro de extinción.
El Registro de las mejores prácticas de salvaguardia se compone de programas, proyectos y actividades que mejor reflejen los principios y objetivos de la Convención. Del rico y diverso patrimonio cultural inmaterial de México, la UNESCO ha reconocido a siete expresiones como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad y ha seleccionado a un programa para la salvaguardia del patrimonio cultural inmaterial.
Lo anterior nos habla de un nicho de mercado que privilegia a la cultura como una moneda social que, paradójicamente, ha sido desestimada por parte de la iniciativa privada en México, dejando el desarrollo cultural en manos del Estado. Esta herencia del mecenazgo cultural de los regímenes posrevolucionarios, ha cambiado su papel con el paso de los años, se ha ido reduciendo de la centralización a la dinámica de la administración de los recursos en los procesos la investigación y salvaguardia y en la asignación y ejecución de proyectos de turismo cultural, cultura popular y desarrollo artesanal comunitarios, creación y operación de infraestructura, teatros, centros artísticos; programación y divulgación de las llamadas bellas artes.
Este panorama nos obliga a echar manos de numerosos estudios sobre lo cultural que han realizado los especialistas para entender cuál es el papel de la cultura como pilar de desarrollo social, particularmente en contextos de violencia por los que atraviesa nuestro país, sobre todo si entendemos que la cultura es un proceso y no un evento; por eso genera valores éticos, pues constituye un proceso inherente al desarrollo integral de cualquier país, transmite saberes culturales, estereotipos, prejuicios, ideas, imágenes y sonidos del mundo, formas de representación y sistemas de interpretación. Por ejemplo, sería impensable concebir el modelo de desarrollo económico de los Estados Unidos de Norteamérica sin el papel fundamental que ha significado la lógica del capital y de los modelos de vida que comporta el neoliberalismo, sus dispositivos ideológicos, sus estrategias de posicionamiento y alienación sin la industria cinematográfica de Hollywood.
El sector empresarial mexicano tiene una deuda en materia de inversión cultural. No ha desarrollado esquemas de participación, sociedad, alianza, manejo y gestión del patrimonio cultural y los contenidos que otorga a diversos escenarios naturales, culturales e históricos en términos de las listas de patrimonio y la gran cantidad de posibilidades que existen para el desarrollo de la llamada industrias blanca, industria creativa y que Adorno llamó industrias culturales. México es una potencia económica en ciernes. La mayor aportación de una cultura, es que su pueblo, este país, disfrute y usufructué su riqueza y que de ella derive el alimento para el espíritu y para el cuerpo.
El estado de lo cultural, luego de las últimas reformas, requiere de un diagnóstico que nos permita hacernos de un panorama general sobre las posibilidades que guarda cada uno de nuestros estados desde sus regiones y procesos culturales, que a la vez redimensione el peso social de la cultura en el desarrollo económico de México, sin chovinismos, etnocentrismos, regionalismos o esencialismos históricos.
El Estado no ha podido democratizar los bienes y servicios culturales, entonces queda abierto el espacio de intervención del sector privado para el rediseño de legislaciones que flexibilicen y fomenten la inversión privada en el manejo y gestión de recursos culturales, en el rediseño de instituciones y políticas públicas a través de programas y acciones que abran un sector de oportunidad para una coyuntura reclinada en una crisis social severa a consecuencia de la corrupción y la impunidad radicalizadas en el narcotráfico.
El sector empresarial puede estimular a través de la producción de bienes y servicios culturales, la dinámica misma de los derechos culturales y de la participación ciudadana, incorporándose a procesos locales de financiamiento a través de agencias de proyectos que se planteen metas regionales, a partir de la organización del mismo sector cultural: corredores de teatro; locaciones, circuitos y festivales de cine y televisión por cable o Internet. La crisis de contenidos y financiera por la que atraviesan las dos grandes cadenas privadas, TV Azteca y Televisa, impone un análisis de mercado sobre cuáles son los gustos que hoy modelan no la personalidad del público ni del mexicano, sino la diversidad de públicos consumidores de contenidos innovadores.
Actualmente los proyectos gubernamentales en materia de desarrollo cultural encuentran oposición entre el sector cultural precisamente por la ausencia de transversalidad y legitimidad. Se piensa en hacer, pero desde el escritorio, sin tomar en cuenta los gusto, las preferencias, las necesidades de consumo de los públicos, de los actores sociales en donde se implantan esquemas de intervención cultural sin consulta: un ejemplo es la categoría de Pueblos mágicos, programa que no es malo en sí mismo, sino que muchas veces las instituciones estatales no atienden criterios serios de conservación, sino a la producción de escenografías que homogenizan la identidad de los pueblos, de las ciudades y/o centros históricos, contraponiendo legítimos valores comerciales contra auténticas expresiones en defensa del territorio.

