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Si los mexicanos votáramos, ganaría Hillary, por supuesto.
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Elecciones en EU

El proceso electoral estadounidense ha definido ya a los dos contendientes de su sistema bipartidista. Por el lado de los republicanos contendrá como candidato el inefable Donald Trump; por los demócratas, Hillary Clinton.

Por primera vez en su historia, una mujer tendrá la posibilidad de ocupar el Salón Oval de la Casa Blanca. Sus posibilidades son muchas e inmejorables, representa un hito, como en el pasado reciente cuando un afroamericano alcanzó la presidencia del país más poderoso del mundo. Hasta ahora solo tímidamente se ha manifestado un espíritu de misoginia en su contra. Ha sufrido sí, ataques despiadados por su posicionamiento en temas álgidos, como la extensión del sistema estatal de salud o sus acciones en política exterior, cuando esta brillante abogada se desempeñó como secretaria de Estado, o por su “error” de utilizar su teléfono personal y su correo electrónico en cuestiones oficiales, algunas de las cuales eran en su momento top secret. Pero, en su caso, no carga con un esposo incómodo o repudiado por el pueblo norteamericano.

En el caso del partido del burrito —los republicanos—, su candidato es toda una extravagancia histriónica, que ganó su nominación a pesar y en contra de la elite partidista republicana, y que muchos se equivocaron —yo entre ellos— al calcular pocas sus posibilidades para ser el candidato. Porque el error se sustentó, en buena medida, por sus propuestas descabelladas, llenas de odio, de racismo, de xenofobia, de supremacía blanca, de tonterías, que parecía imposible, incluso para los más acreditados analistas políticos estadounidenses, que fueran a tener eco en sectores sociales amplios, excepto un pequeño sector de blancos sin educación, con empleos mal pagados y cargados de odio en contra de migrantes, miembros de la clase media y gente exitosa.

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Hoy la terca realidad lo coloca como candidato de los republicanos y, a querer o no, con posibilidades de ser el nuevo ocupante de la Casa Blanca. La realidad, esa dama veleidosa e inestable, nos enseñó que en extensas capas de la sociedad estadounidense vive larvado un sentimiento de supremacía racista y de añoranza y nostalgia de los tiempos de la diplomacia de las cañoneras con que se construyó la hegemonía económico militar norteamérica, primero despojando a su vecino, esto es, a México, de la mitad de su territorio, luego haciéndose de los restos de la viejas monarquías hispana y francesa, y posteriormente emergiendo como potencia vencedora de la primera y segunda guerras mundiales.

Actualmente en el mundo globalizado, Estados Unidos tiene un papel de primer orden, pero ya no es la potencia hegemónica indiscutida, y esa añoranza la ha sabido vender muy bien Trump. Es muy claro que algunas de sus propuestas —como la de hacer saltar el sistema de comercio mundial— son inviables y los propios intereses estadounidenses lo maniatarán, pero, por lo pronto, le sirven en su discurso para ganar elecciones.

Otro tema que preocupa, en su propio país y en todo el mundo, es su inestabilidad emocional. Es de todos conocidos que a su ignorancia en temas vitales de relaciones internacionales, de seguridad nacional y de economía mundializada, aúna su carácter explosivo, de impromtu colericus; el solo hecho de imaginarlo con el poder de accionar las armas nucleares genera pánico. En cuanto a su frivolidad ya se encargarán los demócratas y los medios de exhibirlo.

Algunos opinan que si la elección es en Estados Unidos, para qué nos preocupamos u ocupamos, que siempre nos equivocamos, que simpatizamos con los demócratas y con ellos nos va mal, que con los republicanos nos va mejor. En estos tiempos, menos que nunca, no podemos desentendernos de lo que sucede en el país vecino, sea cual sea el resultado nos afectara directamente. Ah, pero si los mexicanos votáramos, ganaría Hillary, por supuesto.