Muchos no se han percatado pero lo cierto es que ya está en curso la III Guerra Mundial. Los métodos de lucha son diferentes entre las tres. Pero el resultado es el mismo: miles y miles de víctimas hasta sumar millones. El derramamiento de sangre y la exposición de las tripas del “enemigo” son idénticas en todos los casos. En la primera los frentes se delimitaban en trincheras que se llenaron de cadáveres; en la segunda los bombardeos masivos sobre ciudades y el horripilante Holocausto fueron la pauta, poniendo el punto final con dos bombas atómicas en Hiroshima y en Nagasaki. Y la de nuestros días, empezó desde el 11-S de 2001, cuando aviones bomba dirigidos por militantes suicidas de Al Qaeda —aunque algunos “expertos” aseguran que todo eso fue un cuento—, derrumbaron las Torres Gemelas de Nueva York, cuyo balance asesino fue de más de tres mil víctimas. El siglo XXI empezó con terrorismo y sangre.
De aquel día a la fecha nadie sabe, a ciencia cierta, cuántas personas han perdido la vida debido al enfrentamiento entre el “capitalismo salvaje” y el fanatismo religioso, como si viviéramos en la época de las cruzadas. En esta guerra no hay retaguardia, no hay escudos suficientes y efectivos; unos bailan con cualquier música y otros rezan a Alá, a cuya invocación llenan de muertos los aeropuertos repletos de inocentes pasajeros, o los turistas en museos. La inspiración del terrorismo está en los campos de concentración nazis.
A lo anterior podemos agregar, por si hiciera falta, el fallido intento de golpe de Estado en Turquía. El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, una vez que retomó el poder, inexplicablemente apoyado por el ciudadano común y corriente que salió a la calle para oponerse a los propósitos de algunos militares, ordenó el arresto de 2,800 militares implicados en la conjura y la destitución de 2,700 jueces. El fallido intento de derrocar a Erdogan originó derramamiento de sangre, ya causó la muerte de más de 250 personas (104 rebeldes y el resto civiles) y lo que falte. El contragolpe les saldrá caro a los implicados. Erdogan les anunció que “pagarían un alto precio”, sobre todo su antiguo mentor, el clérigo en el exilio, Fetulá Gülen, acusado de orquestar el fallido golpe.
El frente de guerra en Europa, el Oriente Medio y América, corre ahora a cargo de los terroristas fanáticos, en la calle, en los mercados, en los salones de fiesta, en restaurantes, en las playas y en los boulevares, de Niza, Francia, o a bordo de autobuses. Un camión frigorífico es más que suficiente para matar a decenas de personas y herir a centenares. La III Guerra Mundial está en marcha. El caso es derramar sangre, mientras más, mejor.
Francia es, por el momento, el país “preferido” del terrorismo islámico. En 18 meses ha sufrido tres sangrientos ataques. El último tuvo lugar el jueves 14 de julio, fecha en la que se celebra le histórica toma de la Bastilla. En esta ocasión los hechos tuvieron lugar en el puerto de Niza, el centro turístico más importante de Francia después de París. Sin embargo, ni la supervigilancia de miles de cámaras de televisión pudo evitar el atentado. Ningún grupo se adjudicó este nuevo atentado que tuvo características diferentes a los dos primeros cometidos en París. Cuando escribía este reportaje Daesh (o ISIS, como también se llama el autoproclamado Estado Islámico) reivindicó la masacre cometida por un solo hombre: Mohamed Lahouaiej Bouhlel, tunecino de 31 años de edad avecindado en Niza desde hace varios años. Este hombre, que no parece haber acostumbrado las disposiciones religiosas islámicas como sí lo hacen otros suicidas identificados con la Yihad (Guerra Santa) dispuesta por el nuevo Califato, no tenía antecedentes terroristas, aunque era clasificado por sus vecinos y autoridades policiacas como violento, inestable, jugador y aficionado a las bebidas alcohólicas. Hasta hace pocos meses, vivía con su esposa (de la que se estaba divorciando) y sus dos hijos, en un barrio obrero al norte de Niza. Ahora se sabe que pocos días antes del criminal atentado Mohamed alquiló un camión frigorífico, de 19 toneladas, que usaría como ariete para embestir indiscriminadamente a las personas –niños, mujeres y hombres de todo tipo, locales y turistas– que celebraban el día patrio en el malecón de los Ingleses. Los muertos casi suman 100, de los cuales 10 eran niños, y los heridos 200; 50 en estado crítico.
La reacción del presidente François Hollande fue realista: “Estamos ante un combate que va a ser largo. Tenemos un enemigo que va a seguir golpeando. Ellos son el mal: seremos capaces de vencerles”. Convocó inmediatamente el Consejo de Defensa y anunció que se mantendría el estado de excepción vigente desde noviembre de 2015, aunque diez días antes adelantó que se levantaría el martes 26 de este mes y que los 10,000 militares que patrullaban en la calles pasarían a ser 7,000. La matanza en Niza forzó cambiar sus planes.
Por su parte, el primer ministro, Manuel Valls, ante un país angustiado por la sensación de vulnerabilidad que producen atentados como el de Niza, incluso fue más realista: “Hemos cambiado de época. Francia va a tener que vivir con el terrorismo…Francia es un gran país, una gran democracia que no se dejará desestabilizar. No cederemos: Francia no cedería a la amenaza terrorista”.
Sea o no Mohamed Lahouaiej un “soldado” de Daesh, como lo afirma el comunicado yihadista –algunos analistas lo niegan, aunque hasta el momento el Estado Islámico no se ha atribuido un atentado que no haya cometido–, el hecho es que la matanza en Niza responde “exactamente” a lo que ordenan y predican los movimientos yihadistas. Es decir, ataques por todos los medios contra los no creyentes, como los cristianos europeos y americanos. Hace tres meses, Patrick Calvar, el jefe de los servicios de espionaje interior de Francia, auguró “un nuevo tipo de ataque” en lugares de gran afluencia de público “para crear un clima de pánico”, y es lo que repiten los expertos en terrorismo. Y los dirigentes yihadistas, por su parte, han afirmado que se multiplicarán las acciones individuales por todo Occidente.
Todo indica que Francia y otros países de la Unión Europea seguirán contando muertos. “La guerra será larga” advirtió el compungido François Hollande.
ASONADAS, MALDICION BÍBLICA EN TURQUÍA
Turquía es un país particular que sorprende a propios y extraños. Es la frontera entre Occidente y Oriente. Uno de sus más famosos hijos, Orhan Pamuk, Premio Nobel de Literatura 2005, con motivo del reciente intento de asonada en su madre patria, escribió una corta opinión titulada “Con la democracia siempre” en la que afirma: “En mi vida he sido testigo de tres golpes militares “exitosos” y cuatro “fracasados”. Todos hicieron que los problemas de Turquía fueran mayores y la gente más desgraciada. También me siento muy satisfecho porque los partidos de la oposición criticaran el golpe y lo demostraran en declaraciones desde primera hora. El futuro de Turquía está en la democracia completa”. “Creo absolutamente en la democracia. Soy crítico con el partido gobernante AKP por muchas razones, pero los golpes militares nunca son la solución a los problemas de Turquía”.
El asunto es que cuando parecía que Turquía había enterrado la amenaza de los golpes de Estado con tanques militares en las calles, e incluso que los militares permanecían en los cuarteles para siempre, las fotografías y los vídeos tomados en el aeropuerto de Atatürk –donde hace pocos días la Yihad cometió otros de sus sangrientos ataques–, de Estambul y en los puentes sobre el Bósforo impactan “como una maldición bíblica a un país miembro de la OTAN y aspirante a integrarse en la Unión Europea”, como escribe Juan Carlos Sanz en su análisis “¿El 23-F de Erdogan?”.
Desde 1923, después de la fundación de la Turquía moderna que estableció Atatürk, el país ha sufrido varios golpes de Estado. En 1960 uno de estos culminó en la ejecución del primer ministro, Adnan Menderes. Un año después el poder regresó a manos de los civiles. En 1971, otra asonada disolvió el Parlamento. En la década de los setenta del siglo pasado, los Lobos Grises, grupos nacionalistas muy imbricados en el ejército, protagonizaron una ola de violencia que culminó en el golpe de Estado más serio de la historia reciente, en 1980, a manos del general Kenan Evren. En 1998, los mandos castrenses “invitaron” a dejar el poder al islamista Necmettin Erbakan, en un golpe bien diseñado que resultó incruento.
De tal suerte, ahora, a mediados de julio, las detenciones y purgas no se hicieron esperar tras el fallido golpe de Estado: 2,839 oficiales y soldados han sido detenidos una vez que las tropas leales terminaron con los focos de resistencia. Asimismo, 2,745 jueces y fiscales serían suspendidos de sus funciones, en tanto que dos magistrados del Tribunal Constitucional ya fueron detenidos. Además, ya se dieron órdenes de arresto contra 140 miembros del Supremo, 48 del Consejo de Estado y cinco del consejo del poder judicial. Y, oficialmente se informó que el golpe ya costó la vida a más de 250 personas.
Desde el primer momento, el ahora presidente de Turquía –anteriormente se desempeñó como primer ministro–, Recep Tayyip Erdogan acusó al clérigo Fetulá Gülen, su antiguo mentor, de ser el autor intelectual del golpe. Esta acusación podría tener repercusiones con Estados Unidos de América –donde reside el clérigo desde hace varios años, en un exilio auto impuesto en Pensilvania–, porque el gobierno de Ankara ha exigido su extradición. Sin embargo, el clérigo condenó el golpe y en un comunicado afirmó: “El gobierno debe lograrse a través de un proceso de elecciones libres y justas, no mediante la fuerza”.
Erdogan amenazó a los conjurados: “Los conjurados van a recibir la respuesta de la nación y van a pagar un alto precio por actuar contra la nación. No les vamos a ceder el campo. Pronto vamos a eliminar su actitud”. La purga en Turquía será implacable. Erdogan salió reforzado del fallido golpe. Hasta el próximo. VALE.

