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Seguramente pensará que Lincoln es una marca y que la democracia es una palabra común.

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Resalta los principios de igualdad

Vivimos tiempos en los que la intolerancia, el racismo y la exclusión ganan espacios amparados en diversos motivos como sofismas; retorna la ultraderecha en Europa con la vestimenta de un nacionalismo trasnochado para blandir un fanatismo que parece brotar de las cenizas arrojadas en la Edad Media.

Los brotes de homofobia reflejan un odio sin límites porque suele provocar desenlaces fatales como sucedió recién en Orlando, la discriminación contra los emigrantes en Europa y Estados Unidos vulneran derechos humanos. Las fobias se calibran.

Donald Trump busca la presidencia de Estados Unidos, de acuerdo con los últimos indicadores registra desventaja ante Hillary Clinton, aunque el electorado puede ser voluble, al menos en México las encuestas ya no son creíbles porque publicitan fantasías.

El magnate Trump se ha distinguido por lanzar exabruptos que indignan a la comunidad migrante y halagan a una cauda de oscurantistas negados a la democracia, el magnate se emparenta con Hitler y esa recua de engendros que destilaban odio como sustancia purulenta.

El racismo va de la mano de la discriminación, estamos en el siglo XXI aunque para muchos aún vivimos en el sopor oscurantista medieval por la concepción primitiva del mundo, negación de empatía, complejos de superioridad que dejan ver el lado oscuro de la miseria humana.

Donald Trump es un obseso con la idea de levantar un inmenso muro que sea inexpugnable, además exigirá que dicha barda sea pagada por México. El aspirante a la Casa Blanca por la derecha radical representada por el Partido Republicano desconoce la historia de su país, Estados Unidos es una nación que se ha nutrido de los éxodos provenientes de diversas partes del mundo.

En el siglo XIX se libró en Estados Unidos la Guerra Civil del norte contra el sur, los estados de la Unión contra los confederados, los primeros contra la esclavitud y los segundos por la supremacía blanca; en el marco sangriento de la confrontación el presidente Abraham Lincoln pronunció un emotivo discurso en el cementerio de Gettysburg, ahí resaltó los principios de igualdad que están contenidos en la Declaración de Independencia, también hizo votos para que nunca perezca sobre la faz de la tierra el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Dicha pieza retórica no duró más de dos minutos y aún mantiene actualidad.

Donald Trump desconoce la igualdad que postulan diversos ordenamientos jurídicos, seguramente pensará que Lincoln es una marca y que la democracia es una palabra común. Sorprende que muchos de sus compatriotas vean en el aspirante a la Casa Blanca al nuevo redentor que invoca la discriminación, aunque se digan cristianos.

El racismo de Trump es una mancha que tiñe el presente y ensombrece el futuro, una persona de ideología extravagante, acaso ayuno de valores, que representa un símbolo en la era neoliberal en que la legislación trascendente parece ser el mercado global que sólo fabrica parias y apoltrona a una turgente plutocracia.

En fin, todo puede suceder en las próximas elecciones norteamericanas, en el vecino país del norte que presume su democracia como la más madura del orbe aunque también sea pretexto para asumirse como los salvadores de la humanidad e intervenir abusivamente por el mundo.

Donald Trump