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Es un equívoco, por cierto extendido, de que la obras literarias deben inspirar mensajes positivos.
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Simular capital cultural
La crítica literaria es una disciplina que rodea, aun, sombrea el trabajo de la creación, la historia, la teoría y, por supuesto, la recepción de la literatura. Esta disciplina es un vínculo entre autores y teóricos, implícita o explícitamente, inmersos en una historiografía, amén de disciplinas, la filología o la estética. Pero cómo podremos definir la crítica literaria de una manera directa, asequible, incluso, para los lectores no familiarizados con temas especializados, para lectores interesados en la literatura que necesitan referencias, claves.
La opinión de Alatorre
En ¿Qué es la crítica literaria?, el filólogo Antonio Alatorre (1922-2010) señala: “una obra literaria es la concreción lingüística (concreción en forma de lenguaje) de una emoción, de una experiencia , de una imaginación, de una actitud ante el mundo, ante los hombres. Un cuento, un poema, una novela… son obras literarias: convierten en lenguaje, digamos, la adoración de la belleza, la indignación por la injusticia individual o social; la fascinación por el misterio de la vida o por el misterio de la muerte, el sentimiento de serenidad o de terror o de melancolía dejado por cierta noche…”
Y en ese registro y argumentación, el autor de Los 1,001 años de la lengua española, define la crítica como “la formulación de la experiencia del lector. Pone en palabra lo que se ha experimentado con la lectura”. Claro, no es tan sencillo como parece.
De ahí que, como señala Alatorre, los críticos literarios son tan raros como los grandes creadores literarios; añade que la razón pueda ser que los medios de un creador son fundamentalmente irracionales, intuitivos, casi “fatales” (incluso se mencionan dotes “divinas”); el crítico parte, en cambio, de medios racionales, a los cuales se llega más por la constancia y del estudio (de las teorías, aun, de las interdisciplinas) que por medios intuitivos; y una de las capacidades de un crítico agudo es ser comprensivo y abarcador en su lectura (ya sea de manera “impresionista” —señala Alatorre— o técnica).
Y si es cierto que el verdadero crítico escribe desde su propia experiencia con las lecturas precedentes, el crítico nunca cesa de aprender, pues, siempre hay lecturas nuevas. Y, claro, no todos los lectores tienen los mismo talentos y experiencia. Y el crítico y sus lectores de literatura y crítica han de cuidarse de no alejarse de su objetivo: “decir lo que nos pasa”, sentencia Alatorre. El resultado será —digamos— de la pericia de quien escribe; de su capacidad para situar, contextualizar la obra y delimitar, además de los rasgos de su protagonistas, su estructura, su habla y —en general— los elementos perceptuales.
Investigadores-docentes
En ¿Para qué sirven los estudios literarios?, Marco Ángel, coordinador de Extensión Cultural de la Facultad de Lenguas y Letras de la Universidad Autónoma de Querétaro, reúne seis textos que interrogan y cuestionan el sentido y las funciones de los estudios literarios. La movilidad de subjetividades se impone.
Estamos ante la crítica de la crítica en su propio espacio. Aquí los ensayistas investigadores también son docentes, es decir, se enfrentan al choque que representa para sus alumnos pasar del inefable poético al rigor de las metodologías que per se son las herramientas para “desmontar”, “diseccionar” los textos (en el análisis) e interpretarlos, además, conjuntamente —como señala Alatorre— con la experiencia propia. Pero cómo ponderar en el pendular movimiento en qué ficción y realidad se encuentran.
Carmen Dolores Carrillo Juárez observa con palabras de Lubomír Dolezel que “la ficción a partir de la aplicación de la teoría de los mundos posibles, el mundo actual penetra en los mundos ficcionales al aportar modelos para su organización interna. No se trata de que esos mundos ficcionales distraigan al lector del mundo real, sino que le presentan otras opciones de mundo”.
Para la investigadora, la complejidad va más allá de categorías (verdad/mentira; veracidad/falsedad): “el aporte de la literatura no estriba en ser una copia de la realidad o no, sino en que puede influir en la permanencia de una cosmovisión o puede incluir el germen del cambio”.
De ahí que Gerardo Piña señale en el texto que da nombre al libro que la atracción o el rechazo al autor no tanto por la afinidad de ideas, “sino por nuestra capacidad de tener empatía con él o ella y, así, comprenderlo”. Es cierto, es un equívoco, por cierto extendido, de que la obras literarias deben inspirar mensajes positivos y que los lectores debemos participar en la construcción de una mejor sociedad; no es menos anómalo, observa Gerardo Piña, concluir que “la literatura debe ser siempre experimental en la forma”.
Estas reflexiones —también— de Francisco de Jesús Ángeles Cerón, Gerardo Argüelles Fernández, León Felipe Barrón, Cecilia López Badano y Nallely Yolanda Segura Vera, en tormo a los protagonistas de la creación literaria, los lectores y los estudios de ambos, así como el papel y el cruce de los investigadores, críticos, lingüistas, historiadores refrescan la mirada sobre el tema.
Los estudios literarios en México: Diatriba contra la simulación del propio coordinador de la publicación es una radical e irrefutable crítica sobre los procesos administrativos y personales envueltos en la maledicencia, la envidia, los intereses de grupo, que crean autodefensas y inamovibles barreras para controlar la integración de personal docente renovado en los departamentos de literatura. La felonía que envuelve las incontables anécdotas sobre el control de grupos (dominados por aquellos con mayor capital cultural), de presupuestos, estímulos económicos, más allá de sus protagonistas, no son coincidencias; al contrario, son prácticas bien delimitadas y premeditadas, establecidas por “un grupo social mayoritario en la academia de literatura”.
Los profesores que simulan dedicarse por completo al estudio devienen en “la figura del parásito institucional tan familiar entre los elementos de la clase política mexicana”. Y ya se sabe: no son casos aislados. Antes que el nivel de las áreas de investigación, lo importante es obtener las certificaciones (de Conacyt): los presupuestos.
Casi todos los participantes no preparados del sistema intentan simular capital cultural con certificados que se alcanzaron por distintos medios. Ésta es la usurpación de improvisados funcionarios que ostentan puestos en el servicio público educativo. Los estudios literarios respiran en un péndulo que va de la elitización a la marginación.
¿Para qué sirven los estudios literarios?, Marco Ángel (coordinador), México,
Antrophos-Grupo editorial,
Siglo XXI Editores, 2015.