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Para entonces ya habremos extinguido tantas cosas que la extinción del Estado será lo que menos nos preocupe.

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Nadie debe preocuparse

Hace algunos días platiqué con mis alumnos sobre la posible desaparición futura del Estado como forma de organización política.

El planteamiento no tiene objeción posible si admitimos que todas las históricas formas de organización política han desparecido, como sucedió con el clan, con la tribu, con el feudo y con el imperio. Parece ingenuo pensar que el Estado sería la excepción de eternidad.

Confieso que yo soy de los que cree que, antes de la extinción del Estado, habrá una metamorfosis o una dilución de la democracia, de la soberanía, de la federación, de la república y de la división de poderes.

Hay dos figuras políticas cuyo futuro no alcanzo a imaginar. Me refiero a la libertad y a la justicia. No reflexiono sobre su extinción porque creo que no han nacido a plenitud, aunque creo que han madurado muchísimo en el devenir de la humanidad.

Estas cavilaciones no están basadas en el tarot ni en el horóscopo sino en síntomas inequívocos. Entre esos síndromes no mencionaría la globalización, la desregulación ni la desincorporación porque mucho se ha hablado de ellos. Pero mencionaría sólo tres de ellos.

El primero sería la ilegalidad, muy especialmente la que se ejerce por grupos organizados cuya estrategia es reducir la acción, la operación, la presencia, la eficiencia y el prestigio del Estado. Sus formas más evidentes de concreción son la criminalidad, la ilicitud no penal, el desvío de autoridad, la arbitrariedad, la corrupción, la lenidad, la apatía, la ineficiencia oficial y la cultura de la ilegalidad.

El segundo sería la informalidad, considerada como la instalación de utensilios al margen del Estado pero más eficientes que él. Cito, como ejemplo, las redes sociales y los medios de comunicación, hoy más extensos, más rápidos y más transparentes que la comunicación oficial. Más aún, los gobernantes de muchas naciones se comunican mejor a través de sus páginas electrónicas que de sus voceros. Por eso, la información ya no es potestad exclusiva del Estado sino que, al contrario, éste recurre a las redes y a los medios para estar informado.

El tercero sería la irregularidad. Pongo, como ejemplo, las organizaciones deportivas. La que más conocemos es la del futbol. Sus leyes, sus autoridades, sus jueces, sus sanciones y su funcionamiento nada tienen que ver con el Estado ni emana de él ni éste mete un solo dedo en ellas. No les autoriza ni les prohíbe cosa alguna. Es más poderoso un árbitro que una corte suprema de cualquier país. Ambos son inapelables pero el árbitro es unitario y uninstancial mientras que la corte tiene que juzgar en colegiado y después de varias instancias. Así, hay muchas organizaciones que son colaterales al Estado y que constituyen verdaderas soberanías.

Me queda en claro que, al hablar de una futura extinción del Estado, a algunos los puede llevar a la incredulidad o a la risa. Nadie debe preocuparse mucho por la extinción del Estado.

Primero, porque no desaparecerá la política ni los políticos. Todo burócrata puede estar tranquilo porque, así como si desparece el libro no desaparecerán los escritores. Segundo, porque cuando esto suceda ya habremos desaparecido todos los ahora vivos. Tercero, porque no regresaremos a las cavernas sino a formas más depuradas de poder político. Y, último, porque para entonces ya habremos extinguido tantas cosas que la extinción del Estado será lo que menos nos preocupe.

 

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@jeromeroapis