COMENTARIOS CULTURALES               

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La interpretación popular del patrimonio es importante porque sólo conociéndola será posible conciliarla con las políticas nacionales.

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Nuestro patrimonio

En todos los países, me atrevo a decir, la política de patrimonio responde a una narrativa, a un relato del pasado que selecciona hechos y momentos que explican lo que esa noción ha llegado a ser. Esto es común a México y a Japón, a Estados Unidos o a Honduras. Este proceso de selección lo realizan las elites políticas y culturales pero, para que logren efectivamente imponerse como narraciones aceptadas o “válidas”, debe sintonizar con los sectores populares, los que no hablan pero que sustentan la gobernabilidad de un país.

En México, el relato sobre el patrimonio procede de distintas fuentes. El nacionalismo criollo de fines del siglo XVIII buscó en las antigüedades indígenas elementos con que construir un discurso que distinguiera a las elites nacidas en México de las españolas. Un siglo antes, Sor Juana Inés de la Cruz y Gaspar Fernándes, de la catedral de Puebla, habían escrito poesía y villancicos en náhuatl. Boturini se preocupó por las antigüedades indígenas. La reivindicación de Quetzalcóatl como Santo Tomás por Botunini y otros intelectuales criollos tenía sentido de ver a México como un pueblo que había entrado en contacto directamente con el mundo cristiano sin la mediación de los españoles. De ahí a reivindicar la independencia faltaba poco. Las rarezas naturales del país fueron de igual modo apreciadas para reconocer lo maravilloso del país y así, muchas más prácticas discursivas dieron a factores históricos, artísticos y naturales un peso importante para hablar de los mexicanos como una sociedad que debía ser valorada en sí misma.

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Cuando hablamos entonces del patrimonio como una construcción simbólica reivindicamos en primer lugar que el patrimonio tiene sentido en el marco de un cierto horizonte cultural. Éste consistió, en su origen, en la valoración del pueblo mexicano como una nación que podía aspirar a un destino político propio, independiente.

Con el México independiente la valoración del pasado se convirtió en un territorio para resolver controversias internas. La grandeza de las sociedades indígenas del pasado contrastaba con la decadencia de las comunidades indígenas contemporáneas. Por otra parte, los diversos tonos que se dieron a los patrimonios regionales marcaron también diferencias sociales y culturales en el interior del país. La valoración de ciertas tradiciones literarias, musicales o plásticas sirvieron para diferenciar distintos modos de adhesión, rechazo o indiferencia frente a los proyectos estatales.

En definitiva la simbolización del patrimonio no era un hecho indiferente para el poder. Se deducía de él un proyecto político del cual se derivaron políticas educativas y culturales muy elaboradas.

Es interesante que siendo la política de patrimonio un resultado de un Estado centralista y autoritario mantenga hasta ahora una gran adhesión de sectores críticos hacia éste. Se puede deber a que la asignación de significado a lo que ahora es el patrimonio sea el producto de la intersección entre la construcción estatal y las reivindicaciones y tradiciones populares que están siendo amenazadas por el nuevo Estado postautoritario.

Desde otra perspectiva hemos transitado por distintas maneras de gestionar el patrimonio que a su vez suponen asignaciones diferentes. El coleccionismo se aplicó sobre el patrimonio a partir de la idea de la rareza y del gusto formal por el bien coleccionado. La política de patrimonio se preocupó por el contenido y por su interpretación “científica” en torno a una idea de lo nacional. Al crearse las instituciones responsables de la salvaguarda del patrimonio, éste empezó a ser responsabilidad de un sector contratado por el Estado específicamente para estudiar, conservar, preservar y difundir el patrimonio y, en un giro discursivo muy relevante, también se convirtió en una materia de trabajo.

El último tercio del siglo XX vio perfeccionarse una interpretación simbólica del patrimonio cargada de eficiencia técnica. Los responsables del patrimonio: historiadores, arqueólogos, arquitectos, restauradores, museógrafos, etcétera, alcanzaron tal nivel de destreza y capacidad que hicieron del patrimonio un asunto de especialistas en donde el público, las autoridades o los no profesionales debían cuidar de no ir más allá de una barrera del público.

Un salto definitivo fue el desarrollo del patrimonio, de un bien de toda la humanidad. México estaba preparado para este proceso y hasta cierto punto esta política fue una extensión natural de la interpretación simbólica del patrimonio como un producto de toda la nación, pero ahora como un producto universal. Aunque firmante entusiasta de la convención del patrimonio mundial, el país tardó un poco para incorporarse definitivamente a las condiciones internacionales. Quito fue la primera ciudad americana en ser declarada patrimonio mundial. Las primeras incorporaciones mexicanas como Teotihuacán, el centro histórico de México o Monte Albán vinieron un poco más tarde. Sin embargo la adaptación fue rápida y exitosa. Ahora México es un referente en ese terreno.

El patrimonio ha chocado con algunas interpretaciones que son más fácilmente aceptables en otros contextos. Uno de ellos es la idea de patrimonio como bien turístico. En los hechos, el patrimonio funciona así, pero la idea de pensar en los bienes patrimoniales como ancla de la industria turística ha hecho poner especial atención en los efectos negativos de esta relación: sobreexplotación, vulgarización, selectividad, mercantilización son algunas de las efectos más cuestionados. La dinámica turística ha emprendido su propio camino en la consagración de algunos bienes. Concursos internacionales sobre las otras maravillas del mundo, el programa de pueblos o barrios mágicos, o el despliegue visual de algunas producciones cinematográficas en favor de algunos bienes patrimoniales son algunas muestras de ello. Habrá que preocuparse si la escisión entre la interpretación político cultural del patrimonio y la turístico mercantil.

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Interpretar el patrimonio impone observar lo que los productores del mismo realizan como las imágenes producidas en todos aquéllos que se ponen en contacto con él. En ese sentido la interpretación popular del patrimonio es importante porque sólo conociéndola será posible conciliarla con las políticas nacionales.

Hay dos fuentes privilegiadas de interpretación del patrimonio: La ley, especialmente la Ley federal sobre monumentos y zonas arqueológicos, artísticos e históricos, de 1972 aunque con varias modificaciones, las más recientes de este año, y la que ofrece la escuela. No son los únicos esquemas de interpretación pero sin duda son los más relevantes. La ley se basa en la ratificada asignación constitucional al gobierno federal para que legisle en la materia. No es desconocido el malestar que la ley causa fuera del ámbito federal. La escuela, por otra parte ofrece interpretaciones dispersas, difícilmente integrables en un esquema general sobre el patrimonio.

Como consecuencia de lo anterior la eficiencia de una interpretación simbólica que dé lugar a prácticas efectivas de salvaguardia dependen de la actualización de la ley y su reglamento y, sobre todo, de su implementación. Por otra parte el desarrollo de una política educativa sobre patrimonio resulta de importancia fundamental.