BELLAS ARTES

 

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Su primer gran éxito operístico, a finales de la década de los ochenta, fue con la Condesa en Las bodas de Fígaro, de Mozart.

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La voz, su mejor instrumento

Soprano a la vez poderosa y con un muy hermoso timbre, que por su amplio y versátil registro cubre una variada paleta de repertorios en diferentes lenguas, Renée Fleming ha sido sobre todo reconocida como una de las mejores intérpretes de su generación tanto de Mozart como de Richard Strauss, dentro de una rica tradición norteamericana que mucho ha contribuido en ambos acervos. Condecorada con la Legión de Honor de Francia, se ha destacado de igual modo con el repertorio francés, entre otras obras, con Thaïs, Manon y Herodías de Massenet, o Louise de Charpentier; no menos espléndida en el barroco, dentro del cual se ha especializado con lo hecho con varias obras del nutrido legado lírico de Händel, lo cierto es que también ha incursionado con éxito en otras óperas menos socorridas como la eslava, al cantar y grabar (en checo y ruso, respectivamente) la heroína homónima de la Rusalka de Dvorak o la Tatiana de Eugene Onegin de Tchaikovski.

Comparada con otras legendarias sopranos de amplio registro como la española Victoria de los Ángeles o las también estadounidenses Eleanor Steber y Leontyne Price, e incluso con la italiana Renata Tebaldi (la única y verdadera rival de la Callas) con quien la identificó el egregio director de orquesta húngaro Georg Solti, la lucida y versátil carrera de la Fleming se ha desplazado con no menos fortuna en otros repertorios italianos más de batalla como el belcantístico con obras de Rossini o Donizetti, o bien el verdiano o el pucciniano con los cuales se ha anotado no pocos de sus muchos triunfos tanto en los escenarios americanos como europeos.

También una destacada recitalista, es espléndida su versión de las Cuatro últimas canciones de Richard Strauss que grabó con la Filarmónica de Múnich, bajo la batuta de Christian Thielemann, recordándonos otras anteriores como las ya memorables de Elisabeth Schwarzkopf, Kiri Te Kanawa y Jessye Norman.

Gershwin y también jazz

Por sus orígenes y su formación de igual modo muy ligada a la música norteamericana tanto de concierto como más popular, ha sido también una destacada intérprete de autores como Gershwin o Copland, e incluso del jazz que empezó a cantar desde muy jovencita. Egresada de la Escuela de Música Crane de la Universidad del Estado de Nueva York, al ganar la Beca Fulbright, que obtuvo sin discusión, se perfeccionó con Arleen Augér y la propia Elisabeth Schwarzkopf en Alemania, donde amplió y perfeccionó su repertorio con la obra de otros importantes compositores teutones más modernos como Erich Wolfgang Korngold, Kurt Weill y el también muy ligado a Estados Unidos André Previn.

Su primer gran éxito operístico, a finales de la década de los ochenta, fue con la Condesa en Las bodas de Fígaro, de Mozart, que cantó entonces en la Gran Ópera de Houston. Después vendrían, entre otros importantes centros líricos, en una trayectoria ascendente sin freno, la Metropolitan Opera House de Nueva York, la Ópera de San Francisco, el Covent Garden de Londres, el Teatro Colón de Buenos Aires, la Scala de Milán, la Ópera de la Bastilla de París, la Ópera Estatal de Viena, así como los festivales de Salzburgo, Baden Baden, Glyndebourne, Edimburgo y Bayreuth donde debutó con la Eva de Los maestros cantores de Núremberg de Wagner. En el elenco de varios estrenos de óperas contemporáneas, ha participado en Los fantasmas de Versailles de John Corigliano para la Metropolitan de Nueva York, o Susannah de Carlisle Floyd para la Ópera Lírica de Chicago, o Un tranvía llamado deseo del mismo Previn —a partir del drama homónimo de Tennessee Williams— y Relaciones peligrosas de Conrad Susa —a partir de la novela homónima de Choderlos de Laclos—, estas dos últimas para la Ópera de San Francisco donde también figura como una de sus intérpretes favoritas.

De vuelta a México, ahora con un recital que acompañó al piano el también norteamericano Gerard Martin Moore (nada que ver con el ya legendario Gerald Moore inglés, que compartió con varias de las más grandes voces del siglo XX), nos ofreció en esta ocasión un programa de igual modo variado y acorde a sus querencias. Y si bien la primera mitad se escuchó más bien fría y lineal, mientras la diva prendía motores y entraba en calor (“Porgi, amor” de Las bodas de Fígaro, de Mozart; “Bel piacere” de Agripina y “V’adoro pupille” de Julio César, de Händel; “C’est Thaïs, l’idole fragile” de Thaïs y “Allons!… Adieu notre petite table” de Manon, Massenet; “Soirée en Mer”, de Saint-Saëns; “Je t’aime quand même” de Los tres valses, de Oskar Strauss), la segunda fue un auténtico agasajo, a la altura de lo que esperábamos escuchar sus muchos admiradores que abarrotaron la sala mayor del Teatro de Bellas Artes.

Con “Estrellita” se ganó el público

Desde el inicio de la segunda parte, con cinco de las pequeñas pero exquisitas canciones de Rajmáninov, confirmó por qué es una soprano que también se ha caracterizado por su musicalidad, por su hondura, que se hicieron patentes sobre todo en dos melodías que en su voz fueron un auténtico manjar: el núm. 11 del Opus 14, “Vesenniye vodï”, y sobre todo el núm. 4 del Opus 4, “Ne poi, krasavitsa, primne”, que la rusa Anna Netrebko tiene entre sus encores de cabecera. Después de “O del mio amato ben”, de Stefano Donaudy, otro gratísimo regalo fue su versión de “Aprile”, del también italiano Francesco Paulo Tosti, que es un poema y en su voz se convirtió en una auténtica revelación. Muy grata de igual modo fue su lectura de la conocida aria “L’altra notte in fondo al mare”, de Mefistófeles, de Arrigo Boito, y de la que la Callas hizo una versión prácticamente insuperable. Luego de una “Mattinata”, de Ruggero Leoncavallo, impecable, cerró la velada con un derroche nacionalista con el que acabó de echarse el público a la bolsa: “Estrellita”, de Manuel María Ponce, portando además un fino y hermoso rebozo que presumió que se lo habían regalado a su llegada a México. Un grato vis marcado todavía en el programa fue el popular pasodoble “La morena de mi copla”, que los españoles Carlos Castellano Gómez y Alfredo J. De Villegas escribieron para homenajear al pintor cordobés José Moreno de Torres e Imperio Argentina hizo muy famoso.

Una auténtica diva, en toda la extensión de la palabra, Renée Fleming se despidió con tres encores que bien confirmaron la versatilidad de su canto y de su repertorio, para redondear su regreso a un país donde se le quiere y admira mucho: “Summertime”, de Porgy and Bess, de Gershwin; “I could have dance all night”, del musical Mi bella dama; y la en su caso infaltable “Canción de la luna”, de la ópera bohemia Rusalka, de Antonin Dvorak, de la que ella ha hecho una auténtica creación. ¡Para el recuerdo!