Cada vez es más difícil leer a escritores que trabajaron en sus textos y no los hicieron “al vapor”, sobre todo cuando se trata de narrativa en prosa. Una falsa idea del arte y la literatura se ha propagado desde las vanguardias. Es posible transgredir las técnicas y modelos, parodiarlos, combinarlos, pero no renunciar a ellos. El arte está en la técnica y sin ella no hay arte. Parte de esa técnica es la legítima tendencia a la verosimilitud, que sin duda se obtiene por un afán perfeccionista. Hay gran cantidad de anécdotas y testimonios sobre el modo y los años en que un artista se pasa corrigiendo y restructurando un escrito. Flaubert tuvo ese afán. También Asturias. En México, Altamirano optó por la verosimilitud, lo mismo que Guzmán, Revueltas y García Ponce, entre otros. Daré un simple ejemplo de este último autor.
Uno de los escenarios de la novela El nombre olvidado (1970) es el aserradero. Podría caerse en la tentación de hallar elementos autobiográficos en la inclusión de este lugar, pero no es así. Afirma García Ponce en una entrevista con Jorge Ruffinelli: “Mi padre ha tenido fábricas de muchas cosas. Recuerdo que en Yucatán tenía un almacén”, pero no un aserradero: “nunca en mi vida he estado en un aserradero. Mi aserradero es totalmente producto de la imaginación, y tan es así que aunque mi padre trabajó en la Selva de Quintana Roo mucho tiempo como chiclero y pudo decirme cómo era el bosque, cuando yo escribí El nombre olvidado hice que en mi aserradero hubiera cedros y caobas juntos. Eso no existe en ningún aserradero de la historia; el clima no permite que haya cedros y caobas juntos. Hay en mi novela, porque yo tengo el derecho de hacer que haya”.
¿Podemos creer realmente en esta última frase, o la dijo Juan porque la obra estaba ya publicada y no podía hacer cambios? Opto por esta última respuesta, pues en las siguientes ediciones hizo el cambio y suprimió a las caobas, dejando sólo a los cedros. En la primera edición, leemos que el protagonista “aprendió a ver los árboles que verdaderamente necesitaban: las maderas finas, las fuentes inmutables y solemnes, anteriores a todo tiempo imaginable, de la riqueza y la prosperidad: los cedros y las caobas, y también los árboles de menor importancia pero aprovechables…”. Como escritor vinculado al realismo y en pro de la verosimilitud, Juan cambió la frase “los cedros y las caobas” por “las muy anchas caobas”, y así aparece en las ediciones de 1996 y 2004. El autor eliminó los cedros porque, si bien en la entrevista citada justificó el “error”, le ganó el afán de verosimilitud.
Aunque esta obra sea una descripción del mundo interior del protagonista, quien con una nueva ruptura se sintió desamparado (“en su búsqueda se encontraba siempre al final un vacío”), el afán por la verosimilitud le ganó al autor. Este es un simple ejemplo del trabajo del escritor en general. Aquí vale la pena recordar que El nombre olvidado es excepcional en la narrativa de García Ponce no sólo porque la mujer no desempeña el signo único, sino también porque se aleja de los espacios interiores. Como afirma José Antonio Lugo, la mayoría de los hombres en García Ponce encuentra la totalidad y el vacío en la mujer, mas en El nombre olvidado, “ésta se encuentra representada por la madre naturaleza”. La nouvelle contradice en parte al mismo García Ponce cuando en una entrevista con Vallarino afirmó: “Soy un autor de lugares privados, de interiores”. Escribí “en parte” porque El nombre olvidado se desarrolla en espacios abiertos, pero en verdad el espacio donde ocurre todo es tan privado como en las narraciones eróticas, sólo que aquí todo se desarrolla en la mente del protagonista, incluso la intriga y la tensión (siempre sicológicas, siempre interiores).

