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Nos convoca a no cejar en defensa de los derechos de las personas y en los intereses superiores de la patria.
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La dignidad del liberal mexicano

 

Éste es el programa del partido del retroceso: esclavizar

al pueblo para explotarlo en beneficio propio.

                                                                                          Benito Juárez

 

Al igual que hace 150 años, la república mexicana se debate en contra de una nueva forma de imperialismo: no se trata de una invasión militar que impone una monarquía, se trata de una forma de provocar el olvido del pasado histórico de nuestro pueblo, a fin de colonizarlo y arrebatarle así su riqueza material.

En ese contexto, volver a leer Cartas para mis hijos, la obra íntima que Juárez escribió en papeles sueltos, en un ejercicio testamentario muy personal y familiar, nos permite constatar su vigencia y nos obliga a compartirlos con el pueblo al que sirvió con plena convicción y máxima honradez, al pueblo que gobernó en uno de los momentos más cruciales de la historia nacional.

Dichas notas nos confirman los nobles sentimientos que desde su infancia animaron a este mexicano ejemplar y confirman ante el lector la dignidad del liberal mexicano, y su integridad forjada a pesar de su humilde condición y de todas las vicisitudes narradas en esta obra, en cuyas páginas ubicaremos críticas serenas y, jamás, un atisbo de resentimiento hacia quienes le dificultaron su acceso al castellano y a una mejor calidad de educación, o contra quienes, conculcando el derecho o violando la norma, lo encarcelaron, lo desterraron, lo traicionaron.

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En esta obra, Juárez revela la persistencia de esos males en su época y revela que “los golpes que sufrí y veía sufrir casi diariamente a todos los desvalidos que se quejaban contra las arbitrariedades de las clases privilegiadas en consorcio con la autoridad civil me demostraron de bulto que la sociedad jamás sería feliz con la existencia de aquéllas y de su alianza con los poderes públicos, y me afirmaron en mi propósito de trabajar constantemente para destruir el poder funesto de las clases privilegiadas”.

Con esta sencillez y firmeza, Juárez nos comparte el espíritu de su grandeza, y con esa reflexión nos convoca a no cejar un segundo en defensa de los derechos de las personas y, consecuentemente, en los intereses superiores de la patria, ante quien Juárez demostró que nunca hubo obstáculo, por más apabullante que pareciese, que pudiera vencer su ánimo; por el contrario: desventuras políticas o personales forjaron siempre su esperanza del triunfo de México por sobre sus enemigos y adversarios, tal y como ocurrió en julio de 1867, cuando el imperio del austriaco cayó y la república se restauró.

Por todo ello, hoy proponemos abrevar nuevamente en el legado juarista: pongamos todo nuestro entusiasmo y empeño en rescatar a México de esas opciones políticas calificadas por el prócer como las del partido del retroceso; liberémonos de los oportunistas y explotadores, de los compradores de votos, de los rateros, de los corruptos y de los secuestradores de la democracia que han hecho de nuestra patria un producto a la venta del mejor postor.