En 1988 se rompe la magia del Informe presidencial

 

En el día del Presidente nadie tenía que arruinar la fiesta. Todo estaba planificado. Los invitados a la ceremonia sabían cómo actuar, qué decir y cuándo callar. Ser elegido para responder el Informe presidencial se veía como un premio entre la familia revolucionaria. Contestar el Informe significaba competir en elogios hacia el mandatario en turno. Así fue el caso del diputado Fedro Guillén, quien alabó por 40 minutos al presidente Luis Echeverría cuando, en 1974, replicó el IV informe de gobierno. El discurso de Guillén se distinguió de los de otros años por su larga duración y el propio legislador admitió que recibió indicaciones sobre lo que debía decir.

Ahora las cosas han cambiado radicalmente. El Informe presidencial se entrega por escrito y el Ejecutivo Federal realiza un mensaje a la nación ante los integrantes del gabinete, representantes de los otros poderes, empresarios, amigos y funcionarios de la alta burocracia. El ritual presidencial salió de San Lázaro y se estacionó en Palacio Nacional. Pero, en esta ocasión, el presidente Enrique Peña Nieto se tomó muy en serio su lema de gobierno “Mover a México” para mover el Informe y hacerlo virtual: sólo se reunirá con 300 jóvenes para escuchar su opinión y se transmitirá en vivo por televisión y redes sociales. La presentación del Informe será a puerta cerrada, y no habrá medios de comunicación.

En entrevista para la revista Siempre!, Lorenzo Meyer, historiador y profesor emérito de El Colegio de México, explica que el “día del Presidente” comenzó a resquebrajarse tras el fraude electoral de 1988.

“Todo estaba planeado, todo era forma. La coreografía era lo importante. El informe cambió cuando el sistema viejo, la etapa clásica del autoritarismo mexicano, comenzó a desmoronarse. Inició por el fraude electoral de 1988 que sufrió Cuauhtémoc Cárdenas”.

-¿Qué modificaciones percibe en la historia reciente de los informes de gobierno?

No hay cambios muy marcados de Lázaro Cárdenas a José López Portillo, hay más semejanzas que diferencias. Quizá la diferencia principal es la larga duración del informe, algunos fueron extraordinariamente prolongados. El informe es el día del Presidente, toda la clase política está con la vista fija en la ceremonia. Importaba el mensaje político: los kilómetros de carreteras que se han construido, puentes, obra pública. Creo que eso le importaba poco a muy pocos. En algún momento tuvieron a bien insertar anexos y el informe se redujo. El informe era leído completo por el Presidente, en algunas ocasiones sí se llevaba horas de lectura, había cadena nacional y mucha gente ponía la radio. Tengo la impresión que muy pocos ponían atención de principio a fin, era imposible por lo tedioso. Era una ceremonia a fin de cuentas absurda, pero nadie se atrevía a romper con ese ritual.

-Hasta que llegó la TV…

La televisión le dio mayor cobertura al informe. Lázaro Cárdenas no tenía más que la radio, pero Miguel Alemán introdujo la TV y ya con Ruiz Cortines fue el medio principal para difundir el informe. La prensa lo imprimía pero lo espectacular era ver llegar al Presidente de la República al Congreso y ver cómo avanzaba el auto descubierto y el escuadrón de caballería del Colegio Militar escoltándolo, el confeti, las vallas que ocupaban las masas de los organismos priistas que aplaudían al Ejecutivo. La respuesta al informe, quizá es la parte más ridícula porque ya estaba escrita mucho antes de escuchar al Presidente. Quien se encargaba de dar respuesta era visto como un gran honor en la clase política, todo era un teatro político. Después se marchaba el presidente a Palacio Nacional y los medios reportaban las largas filas de personas que iban a felicitar al mandatario.

-¿En el informe de Miguel de la Madrid se presentó la primera interpelación en este ritual presidencial?

Eso lo tiene Porfirio Muñoz Ledo a mucho orgullo. Él se atrevió a hacer la interpelación y ya me imagino la sorpresa de Miguel de la Madrid, pero ahí hay un corte bien interesante: aunque esa oposición aun no puede enfrentarse al aparato presidencial, la magia del informe se rompe y eso tuvo efectos sobre todo simbólicos. Rápidamente dejó de haber el desfile triunfal de entrada y salida al Congreso, culmina todo esto con el momento en que ya el sistema antiguo está roto, viene un nuevo partido al poder pero el PRI sigue siendo la parte dominante en el legislativo. Y el Presidente opta por presentar el informe por escrito al Congreso como es su obligación, pero sin la ceremonia, sin ese espectáculo con el que vivieron varias generaciones de mexicanos.

– ¿A partir de qué sexenio desapreció completamente “el día del Presidente”?

Creo que con Miguel de la Madrid ya comienza a fallar la escenografía. De todos modos Salinas es un presidente fuerte. Es quizá el que gasta las últimas pólvoras de la antigua presidencia. Más bien vendría a ser Zedillo, sobre todo el momento de terminar el ciclo priista y empezar el corto ciclo panista, ahí sí ya no es el día del Presidente. Da la impresión, en el caso de Fox, de que él hubiera querido no presentar el último informe, es más un momento de tensión y riesgo para el Presidente. Ya no está la coreografía controlada, puede existir un momento inesperado de gritos, interpelaciones, y mejor lo eliminan y crean el informe alternativo. Después el Presidente se presenta pero entre los suyos, otra vez en un ambiente controlado que ya no es el Congreso. Esto es importante: ya no es el Congreso. El Congreso es el sitio, mal que bien, donde la soberanía popular está representada. El Presidente busca otro nicho para hablarle a los suyos y hacer ahí una presentación fundamentalmente política que resume sus puntos anualmente, donde hay aplauso, pero no se compara, ni de lejos, con esos momentos gloriosos de Miguel Alemán o Adolfo López Mateos.

-¿Se puede decir que el sexto informe de López Portillo es el momento más crítico de los informes? Porque lloró y pidió perdón a los pobres…

El más crítico, no. Visto con una perspectiva histórica, ese informe sí tiene mucha importancia. Tiene un poco de ridículo, porque las lágrimas en el rostro de un jefe de Estado puede ser un momento de catarsis de toda una nación, claro, si la nación lo acompaña. López Portillo no tiene la simpatía de la sociedad cuando le pide perdón a los pobres. Esas lágrimas representan la frustración de ese gobernante que aprovechó el petróleo. Creyó que Cantarell le daba lo que el sistema político y su propio gobierno no le daban, esa gran fuerza y presencia de México en el mundo y termina, ese brevísimo periodo en que se suponía que íbamos a administrar la abundancia, en una catástrofe. Entramos a un desastre económico que aún no nos reponemos. Entonces, está llorando como el último gobernante árabe en España cuando lo expulsan, no tiene la simpatía siquiera de su círculo familiar, su madre le dice “Llora como mujer lo que no supiste defender como hombre”. Cuando los precios del petróleo se caen por motivos externos, también se cae la figura de López Portillo.

-En 2006, Fox observa la tribuna del Congreso tomada por los perredistas y decide entregar el informe por escrito. A partir de ese momento, Calderón no pisa en todo su sexenio la tribuna. ¿Cómo podemos interpretar este hecho?

Simbólicamente es un suceso muy importante. Porque en el año 2000, a mi juicio, se abrió una oportunidad histórica impresionante. Pocas veces hemos vivido una coyuntura política tan favorable, el momento en que la legitimidad de las urnas –Fox saca la mayoría relativa pero suficiente en el Congreso-, el primer momento en que hay una transferencia del poder de un partido a otro de manera pacífica. No es cualquier transferencia, es un PRI que llevaba 71 años en el poder y se ve obligado a entregarlo. Se abría un mundo de posibilidades políticas para México, pero se necesitaba a un líder que entendiera el momento histórico y Fox no lo hizo. Él dejó ver muy rápido que era un personaje común y corriente, más corriente que común, y que no había posibilidades de que él usara su posición institucional y su legitimidad para llevar a México a una etapa superior de su desarrollo político. Para el final del sexenio, ya es claro su fracaso. Al final entregó por escrito el informe y dijo “aquí les dejo esto, no tengo ganas de escucharlos.

-¿Y Calderón?

Él tuvo que entrar al Congreso por la puerta de atrás, ese inició lo marcó y ya no pudo entrar por la puerta grande y ancha que se suponía debería de tener un Presidente con legitimidad. Se quedó como un patrón: más le vale al Presidente no celebrar su día a la antigua. Y todavía no han encontrado una nueva fórmula.

-¿Qué cambios debe tener el informe presidencial, algún día veremos a un presidente debatiendo como se hace en Francia o España?

No lo veremos así, porque esas democracias como la francesa o la española son parlamentarias. El jefe del gobierno es uno entre el conjunto de parlamentarios. Y entonces sus iguales e impares lo cuestionan y lo cuestionan muy duro. Vemos por TV a los españoles poniendo a su primer ministro en apuros; en el caso de los ingleses es más dramático porque el espacio físico es muy pequeño y están cara a cara. Nosotros estamos, para bien y para mal, con un sistema presidencial, se lo copiamos a los estadounidenses. Lo que no veo es a la sociedad mexicana envuelta en ese proceso como a la norteamericana.

-¿Cómo sería un informe de gobierno ideal? ¿Algún día veremos a un Presidente debatiendo con la oposición?

Bueno, es una posibilidad de que se vuelva a retomar. Imaginemos, sería uy bueno, que un presidente con legitimidad, con prestancia, que no dependa del telepronter, ofrezca un informe preciso, conciso y macizo. Y que tenga la capacidad de respuesta en caso de situaciones inesperadas en el Congreso, que sea capaz de sobreponerse, sí puede ser, pero para eso necesitaríamos haber pasado por unas elecciones limpias. Esto no ha pasado más que en el año 2000. Por eso Fox tuvo esa increíble oportunidad que de una manera irresponsable, estúpida, desperdició.