Siete pulgadas y cuarenta y cinco revoluciones: La navidad, Alberto y yo
*Por Erick Canales / @prometeomk2
Por fin me dispongo a hacerlo. Voy a escribir. Me doy cuenta que le queda 7% de vida a la pila de este ordenador. No traje el cargador porque pesa más la mochila y hoy me iba a venir caminando de la casa al trabajo. Aún así escribo, ese 7% es equivalente a 18 minutos, según la interfase operativa del aparato.
Me gusta escribir. Me emociona pensar en un pequeño texto nuevo, pero como todo en esta vida, me acaba dando flojera. La idea de algo nuevo me excita, me da ánimos, me gusta pensarlo, diseñarlo en mi cabeza, hago pequeñas anotaciones en las hojas de papel amarillo y virtual que vienen incluidas en mi teléfono. Me emociona en verdad imaginar un proyecto nuevo… pero el salto al ejecutar y dárselo a conocer a la gente es donde vale madre todo por que me da flojera. Así de simple y triste. Está de la chingada ser así. Y he intentado ser de otra manera, de verdad que sí, pero es muy difícil, más en esta época. Al final del año uno siente que vale menos la pena hacer las cosas. Debe ser desmotivante y por demás aburrido leer a una persona así. Sé que aquí pierdo al 95% de ustedes.
Todo se acaba al fin y al cabo.
El 5% que queda es el que me interesa, tampoco me puede interesar mucho. No me interesan muchas cosas. Con todo y lo que deprimen estas fechas de final de año las encuentro interesantes en muchos sentidos. Fue más grande mi interés sensorial relacionado a estas fechas cuando escuché por primera vez un track titulado “24 de Diciembre”, compuesto por uno de mis grandes ídolos. Una de las personas que me hacen pensar que la vida puede ser divertida algunas veces y bonita (sí, bonita, muy bonita): Alberto Aguilera Valadez.
No recuerdo bien la edad que tenía cuando vi por primera vez el acetato de siete pulgadas y 45 revoluciones en la sala de la casa de mis papás, seguramente no pasaba de los 6 o 7 años. Recuerdo haber salido de bañarme, me puse mi pantalón y zapatos preferidos, mi mamá me peinó y del horno de la casa emanaba una combinación de olores que me parecían maravillosos: lomo, pierna, salsas, cremas, canelones, pavos, ponche, manzana. La casa llena de luces, mismas luces que en ese entonces no me causaban la melancolía que me causan ahora. Poco a poco me fue pareciendo triste que las cosas y lugares estuvieran iluminados de esa manera sólo en esas fechas. ¿Por qué no podían quedarse así todo el año? Todo parece ser especial cuando está así de iluminado, así de adornado, así de cuidado. Así de querido. Supongo que el corto periodo que duran así las cosas es precisamente lo que les da esa ilusión.
Entre esa mezcla de brillos y olores, mi padre preparaba el ambiente con música de diversos géneros, aunque sus favoritas siempre fueron las baladas pop en español. ¿De cuáles artistas? De muchos en verdad, pero siempre predominaba Juan Gabriel. Después de cenar, y ya con varias copas encima, él recreaba el show de Juan Gabriel en Bellas Artes, pero en el piso de nuestra pequeña sala. De verdad que bailaba muy parecido al maestro. Muy. Los ademanes también le salían muy bien y con muy poco esfuerzo.
Con el paso de los años, la fiesta, los ánimos, los bailes, las risas exageradas y las botellas de alcohol y las personas fueron reduciendo su presencia en las cenas navideñas y de fin de año celebradas en la casa. Todo se acaba al fin y al cabo.
Ahora después de la cena ponemos el DVD de Juan Gabriel en el Palacio de Bellas Artes y nos sentamos a verlo. Antes lo veíamos de principio a fin, ahora uno tras otro nos vamos quedando dormidos antes de la mitad del show.
Uno de los temas musicales principales de las noches navideñas en mi casa era precisamente el track “24 de Diciembre”. Desde que lo escuché por primera vez pensé que era perfecto para esa noche. Entendí bien desde un principio cada una de las palabras que Alberto utilizó para componer aquella canción: amor, esperanza, anhelo y pura felicidad. El adiós definitivo a todo tipo de tristeza. Para aquel entonces yo ya había escuchado el “tema” “Disco Samba” de los belgas Two Man Sound; entrecomillo la palabra tema por que en realidad era un mixtape, es decir, una selección de temas mezclados uno tras otro por un DJ y que en conjunto crean la sensación de fiesta. Me parece que en aquella época eran llamados “medley”. Tal mixtape era predominado por ritmos latinos y del famoso sonido discotheque: música negra, música gay, música hecha famosa por blancos, disco pues. Dicho fenómeno musical me había acaparado totalmente, me encantaba el disco, hasta la fecha me encanta, él y todos sus benditos derivados.
“24 de Diciembre” tenía una base discotequera muy, pero muy rica, muy bailadora y también un toque españolote que Alberto solía usar en varias de sus producciones en aquellos tiempos. Durante su larga carrera, el maestro ha intentado experimentar con el sonido discotheque en varios de sus “Larga Duración” con no muy brillantes resultados, haciendo un balance objetivo y muy a mi pesar. Por ejemplo, en el titulado Espectacular, que ya por sí solo el nombre da una idea de la música que se podría encontrar. A mi gusto los experimentos mejor logrados, hablando aún del discotheque, son el grandioso track titulado “Debo hacerlo” y el que me atañe en estas líneas.
“24 de Diciembre” me capturó de inmediato, se volvió parte de mí desde la primera escucha; me dio toda la esperanza que no me va a dar nada jamás. Me lo explico así: cuando alguien que acaba de ser papá me cuenta la experiencia de toparse por primera vez con los ojos nuevos y abiertos de su primogénito, así, así de esperanzador, así de confuso y así de engañoso es lo que sentí cuando escuché esa canción por primera vez. El efecto de aquella primera vez parece perdurar en mi cerebro, aunque la vida y la experiencia hace que todo se acabe al fin y al cabo.
Me encuentro obligado a hacer el “copiar/pegar” del inicio de la letra de la canción:
Si ves un lucero que brilla en el cielo,
síguelo; él te guiará a mi.
Es mi amor el que tú miras,
que en el cielo brilla y cuida de ti.
Feliz Navidad.
Los hijos y los luceros que brillan en el cielo mueren.
Como ya dijo otro grande, el amor acaba.
Las luces se funden, los tracks se terminan, incluso los “medleys” que parecen durar eternidades.
Este cielo inmenso que nos cubre se va a acabar algún día, va a desaparecer en totalidad; la ciencia no nos ha dejado tener duda alguna sobre ello.
Me da gusto que todo se acabe al fin y al cabo. Cuando algo se acaba, parece no gustarme, pero con el tiempo ese sentimiento automático de disgusto se acaba también.
Me da gusto haber terminado este texto.
*Texto aparecido en Letras Explícitas el 22 de diciembre de 2014. Agradecemos a la página de rock-literatura todas las facilidades para su publicación.