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Castillo llegó a Brasil como si se tratara de un viaje de placer. De un jet set tour.
Jamás fue consciente de la representación que llevaba.
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[gdlr_dropcap type=”circle” color=”#ffffff” background=”#555555″]E[/gdlr_dropcap]l director de Conade, Alfredo Castillo, no sólo se ha convertido en un lastre para el deporte mexicano sino para el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto.

El senador Miguel Barbosa sintetizó el reto que tiene enfrente el responsable de la nación de la siguiente manera: “lo tiene que destituir como una muestra de que su gabinete ya no es un círculo de amigos”.

Las duras palabras del legislador me hicieron recordar los discursos del entonces candidato del PRI a la Presidencia de la República en los que mencionaba a Adolfo López Mateos como la figura que había inspirado sus sueños políticos.

Directora de la revista Siempre!López Mateos fue López Mateos y Juárez fue Juárez por los hombres que llevaron a su gabinete. Varios de ellos no eran amigos ni conocidos del presidente. No simpatizaba emocional o ideológicamente con sus funcionarios más importantes, con los que ocupaban los cargos más estratégicos, pero eran los mejores para servir, en ese momento, al país.

Castillo llegó a Brasil como si se tratara de un viaje de placer. De un jet set tour. Jamás fue consciente de la representación que llevaba. Alfredo pensó en Alfredo, seguramente en su novia, Jacqueline Tostado Madrid, pero nunca codificó la palabra México.

Tampoco entendió, y seguramente sigue sin entender, que el gobierno atraviesa por una seria crisis de credibilidad nacional e internacional y que llegar a un foro mundial, ante los ojos de todos, a dar un vergonzoso espectáculo de frivolidad, prepotencia y nula calidad deportiva, sólo iba a confirmar la pobre opinión que las potencias tienen de nosotros.

El bajo desempeño de los atletas mexicanos no fue producto de la casualidad, de la adversa posición de los astros. Tampoco —como llegó a decir el señor Castillo— de un complot internacional. De una actitud racista, excluyente o discriminatoria.

En las canchas, pistas, albercas y gimnasios quedó en evidencia la falta de una política de Estado en materia de deporte y, claro, la profunda, visible corrupción que existe en todos y cada uno de los ámbitos responsables del desarrollo deportivo.

Cierto, Castillo no es el único culpable del fracaso mexicano, pero tampoco hizo mucho para evitarlo. La Conade y su titular junto, con el Comité Olímpico Mexicano y las federaciones, forman parte de una estructura opaca e ineficiente que debe ser reemplazada.

Pero en el fondo de toda esta mediocridad existe una grave carencia. Mientras los competidores olímpicos de otros países levantaban y echaban a volar sus banderas, nosotros arrastrábamos la nuestra.

En tanto Estados Unidos, Rusia, China e incluso Cuba, Brasil, Argentina, salían a competir conscientes de que el deporte es también una forma de hacer política internacional, México sólo lograba atraer la atención por los besos de Castillo a su pareja sentimental o los desplantes prepotentes de él y su comitiva.

Castillo se comporta como un macho retador por la protección política de la que goza. Padece la misma enfermedad de muchos otros jóvenes funcionarios, primerizos en el servicio público que han “perdido el piso” por creer formar parte del primer círculo de amigos del Presidente.

Castillo debe ser despedido ipso facto por varias razones, pero con una sola es suficiente: haber permitido que su novia vistiera —sin tener méritos— el uniforme de la delegación mexicana, lo que, en un contexto olímpico, equivale a llevar la representación de una bandera y de una nación. Esta falta es equiparable, de acuerdo al artículo 191 del Código Penal Federal, a ultrajar las insignias nacionales. La ley precisa castigo.

@PagesBeatriz

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