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¿Qué enviará este año el Presidente al Congreso y qué leerá en su mensaje? ¿Habrá alguna buena noticia que decir?
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IV Informe de Gobierno

El Estado mexicano no ha encontrado el modelo adecuado para que el informe a la nación que el Poder Ejecutivo entrega al Congreso de la Unión al inicio del primer periodo ordinario de sesiones de cada año legislativo, sea eso: un verdadero informe sobre el estado que guarda la nación y la administración pública federal, un diálogo entre poderes, un ejercicio de contrastes y valoraciones objetivas de los problemas del país entre el gobierno y la oposición, un espacio útil para identificar los retos que enfrenta el país y para definir las prioridades que contendrá la agenda nacional en el siguiente año.

Hasta la reforma constitucional que se realizó en el gobierno de Vicente Fox, cada primero de septiembre era un día de fiesta para el presidente en turno. El titular del Ejecutivo ejercía plenamente su carácter de factótum de la vida nacional. Aún se recuerda la fastuosidad de las ceremonias que, sexenio tras sexenio, acontecían en esta fecha: coberturas especiales, campañas publicitarias previas y posteriores al Informe y, principalmente, discursos grandilocuentes y retóricos sobre la situación del país que tenían como respuesta una interminable lista de aplausos y alabanzas al Presidente.

En 1988 inició un proceso de cambio político que culminó con un Congreso de la Unión plural. Primero en la Cámara de Diputados y después en el Senado de la República. La pluralidad del Congreso tuvo impactos directos en la presentación del Informe Presidencial; el Poder Legislativo dejó de ser un monolito favorable al Presidente. En plena ceremonia del primero de septiembre comenzaron a aparecer voces discrepantes a las oficiales, manifestaciones de protesta de Legisladores de oposición que cuestionaban la versión presidencial de la realidad del país.

Dichas manifestaciones fueron de todo tipo, sin embargo, no existía diálogo entre poderes, sino simple inconformidad. Con el relevo en la Presidencia de la República en el año 2000, también vino un cambio en el formato del Informe.

Lo que tenemos ahora es un evento dividido en dos partes. En la primera, el Presidente de la República envía por escrito su Informe, ante lo cual los grupos parlamentarios fijan sus posiciones; después sigue la glosa de lo informado, donde los titulares de las principales dependencias comparecen ante el pleno o las comisiones de ambas cámaras bajo protesta de decir verdad sobre la situación del área a su cargo; finalmente, se envían las preguntas parlamentarias de cada Cámara del Congreso de la Unión al Ejecutivo.

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Este procedimiento, aunque quita centralidad a la figura presidencial, no es útil para una verdadera evaluación de lo que el Presidente informa a la nación o de lo que los titulares de las distintas dependencias vienen a decir al Congreso.

 La segunda parte del tema del Informe continúa siendo una ceremonia de alabanza al titular del Ejecutivo. Permanecen las superproducciones en escenarios suntuosos, las largas listas de invitados, que incluyen a los amigos, colaboradores y afines al Gobierno. Es un evento para las élites políticas, económicas y sociales que se decide desde la Presidencia de la República. No se trata de una ceremonia republicana, ni mucho menos de una rendición de cuentas ante la nación. Es un evento de autoalabanza y, en varios aspectos, de autocomplacencia. En suma, seguimos sin tener un método que permita al Poder Ejecutivo y al Poder Legislativo un análisis serio y crítico de la situación del país cada año.

 Después de estas reflexiones sobre el proceso del Informe, surgen varias interrogantes sobre lo que ocurrirá el próximo primero de septiembre: ¿qué enviará este año el Presidente al Congreso y qué leerá en su mensaje? ¿Habrá alguna buena noticia que decir? ¿Tendrá la honestidad de aceptar los errores de este año en su Gobierno? ¿O por lo menos asumirá alguno de los costos de sus decisiones de la primera mitad de su sexenio? Cuánto hace falta a nuestro país un informe anual veraz respecto al momento que vivimos, porque sólo conociendo la realidad de nuestro país podremos encontrar soluciones a sus problemas.

 El Presidente ha dicho que este año será diferente, que además de subir el resumen Ejecutivo y el contenido total de lo que envíe al Congreso a una página electrónica, tendrá un diálogo con jóvenes. ¿Quiénes serán esos jóvenes? ¿Hicieron casting? ¿Serán jóvenes afines a su partido y a su gobierno? ¿Vestirán camisetas rojas? ¿Serán jóvenes estudiantes de universidades públicas o de universidades privadas? ¿Podrán expresarse libremente o se sujetarán a un guion definido por la oficina de la Presidencia de la República? ¿Invitará a algún normalista de Ayotzinapa o de alguna otra normal rural? ¿Habrá entre los asistentes algunos de nuestros representantes en los recientes Juegos Olímpicos?

Este primero de septiembre, la sociedad quiere saber por qué el Presidente no fue a fondo en el combate a la corrupción y se conformó con cambios a medias; saber por qué nuestro país sigue estancado en su crecimiento económico; por qué el alza en el precio de los combustibles y la devaluación de nuestra moneda; conocer las causas y los efectos de la violencia y por qué ha permitido que instituciones como la Policía Federal viole los derechos humanos como lo hizo en Tanhuato, Michoacán, de acuerdo a lo presentado por la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. Como cada primero de septiembre, siempre hay más preguntas que respuestas.

 

Coordinador parlamentario del

PRD en el Senado de la República.

@MBarbosaMX