Tenías mugre entre los dedos de los pies, mi amor, cuando te los besaba y luego besé la sábana para limpiarme los labios, fue una sensación erótica oler el perfume del jabón de la lavadora.
Mientras mi boca subía por tu pierna izquierda, escuché que un avión caía en la casa de mi madre; esto me excitó mucho más, pues recordé las noches en que ella me besaba el pene como sonámbula.
Al fin llegué a tu pubis y era azul claro esta vez, como el río que pasaba en el pueblo de mi padre donde crecían los árboles más pequeños del país y el turismo llevaba sus lupas y microscopios.
Distinguí dos clítoris verdes y uno amarilloso en tu sexo, mi lengua subió a tu ombligo y le quitó la mugre; ahí fue cuando empezaste a contonearte y a gemir como el río que pasaba por el pueblo de mi madre. Allá no había árboles pero había demasiados turistas debido a que ese río de aguas verdes sabía a limón como me sucede ahora que mi lengua besa tus labios y los turistas con binoculares nos ven desde enfrente, subidos a la azotea.
De pronto te volteas y levantas el culo encarnado con el color de los labios de las damas de Rendir y las dimensiones de las nalgas de las de Rubens y escuchamos los gritos de los turistas que se desploman hacia el pavimento.
Yo, de inmediato, escupo las pelusas de tu ombligo, me acomodo atrás de ti, pongo una dosis de vaselina en el centro del trasero de tu cuerpo que ya se impulsa hacia arriba en el momento en que entro de un envión.
Los turistas aplauden y otro avión cae, explosivo, en la casa de mi madre como yo sobre tus nalgas; ya ningún turista aplaude ni pega de gritos ni nada, pues los que gritamos como orangutanes somos nosotros y aplaudo yo sobre tus caderas rubensinas y me pides más golpes y te los doy con las cuerdas y reatas de siempre; empiezas a aullar como loba y tus aullidos apagan el griterío de las ambulancias que van hacia la casa de mi madre.
Tus bramidos se mezclan con los míos y la cama hace tronar el piso y caemos al piso de abajo donde hay bramidos y ambos pisos truenan y caen al siguiente piso de abajo que está silencioso; poco a poco dejamos de aullar, de bramar, de gritar, de nada.
Tocan a la puerta, me levanto, me pongo los pantalones, abro; es un turista que nos trae las donaciones que se juntaron en la azotea de enfrente donde ya no se encuentra alma alguna.
Los pisos se descaen, los turistas que se desplomaron hacia la banqueta se van a cenar. Nosotros nos vestimos de gala; iremos al mismo restaurante de los turistas, donde el dueño del local nos dispensará la cena y nos regalará con uno de sus mejores vinos. Tú y yo le llenamos su local cada tercer día.

