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Feliz encuentro de lo que Aldous Huxley denominó “unidad perfecta”.
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Centenario de su natalicio

 

Así como el prematuramente desaparecido Silvestre Revueltas es el compositor más personal y relevante del acervo de la música académica o de concierto mexicana del siglo XX, qué duda cabe que Alberto Ginastera (Buenos Aires, 1916-Ginebra, 1983) lo es del de la argentina. Egresado del Conservatorio Williams de Buenos Aires en 1938, Aaron Copland lo tuvo como uno de sus discípulos más destacados en Tanglewood, entre 1945 y 1947, y a su regreso a la Argentina fundó, junto con otros colegas suyos de la Liga de Compositores, la Facultad de Música de la Universidad Católica, de la que fue su primer decano, y años después, la Escuela de Altos Estudios Musicales del Instituto Di Tella, que dirigió hasta su exilio. Reconocido también por su valiosa labor como promotor y como docente de varias generaciones —Astor Piazzola fue uno de sus alumnos más aventajados—, fue además quien impulsó la creación, en 1949, del Conservatorio de La Plata.

Todavía en la línea de un primer nacionalismo aún no abierto del todo a los nuevos efluvios de la contemporaneidad, entre 1934 y 1936 escribió su ese sí ya muy ginasteriano primer ballet Panambí, opus 1, que se estrenó en 1940, ya con muchos elementos y como preámbulo de lo que sería su segunda y última página en el género, una de sus obras maestras, Estancia, opus 8, de 1941. Aunque a solicitud de la Compañía Caravan, tuvo su estreno en el Teatro Colón de Buenos Aires en 1952, y como en otras de las partituras que mejor definen su estética, tras la consecución de un nacionalismo mucho más subjetivo, profundiza su interés por combinar los patrones de la música popular argentina con la búsqueda de nuevas técnicas de expresión cada vez más radicales. Emocionado con los resultados, y siguiendo una antigua tradición, utilizó cuatro de sus números para la conocida Suite Orquestal de danzas Estancia, opus 8ª, que paradójicamente se estrenó —en 1943— y popularizó antes que su fuente original, convirtiéndose en una de las páginas más populares de su autor.

 

Alabado por Alejo Carpentier

Moderno y revolucionario, y atraído por lo que había escuchado primero en Estados Unidos y después en Europa, pero siempre sin renunciar a los primeros sonidos y esencias que desde su primera infancia había oído en Argentina, Ginastera fue uno de los primeros compositores latinoamericanos que trabajó exitosamente, desde finales de la década de los cincuenta, con técnicas microtonales y dodecafónicas. De esta época proviene precisamente su bella y conmovedora partitura Pampeana Núm. 3, que su cercano amigo y también declarado admirador Alejo Carpentier —además de escritor dotado, un crítico musical agudo y visionario— mucho alabó en su estreno, declarando algunos de los mayores recursos de este inusitado gran talento del nacionalismo argentino, una de las voces más singulares de todo el espectro musical latinoamericano.

Gracias a su éxito en escena con los dos ballets mencionados, concibió también tres óperas, la primera de ellas, Don Rodrigo, en 1964. La más conocida, Bomarzo, de 1967, en dos actos, con libreto de Manuel Mujica Láinez —a partir de la propia novela homónima de este exquisito estilista, en torno a la vida del mercenario y también mecenas italiano Francesco Orsini—, fue objeto de censura por parte del gobierno del dictador Juan Carlos Onganía y prohibida en el Teatro Colón, si bien luego se estrenó por fin en 1972, con sendas reposiciones en 1984 y 2003; hay una apenas interesante versión fílmica experimental argentino-italiana de Jerry Brignone, de 2007, que combina el ambiente renacentista tanto del original narrativo como de su consecuente versión lírica con la atmósfera opresiva que originalmente había fustigado la ópera de Ginastera. La última, Beatrix Cenci, de 1971, con libreto del poeta Alberto Girri, está basada en la trágica historia de la noble renacentista italiana del mismo nombre.

 

Piano a ritmo de rock

Autor asimismo de varios conciertos (dos para piano, dos para chelo, uno para violín y uno para arpa), de otras piezas orquestales, de música de cámara y un número relativamente grande de piezas para piano, el mismo Ginastera agrupó su música en tres periodos (nacionalismo objetivo, nacionalismo subjetivo y neo-expresionismo), división ésta que ha sido cuestionada por otros. Amigo cercano de un amplio número de otros importantes músicos y creadores en otras artes que admiraban su talento, el egregio director austriaco Erich Kleiber reconocía su obra y estrenó varias de sus partituras, y más para acá y fuera del mundo académico, el grupo de rock progresivo-sinfónico Emerson adaptó el cuarto movimiento de su Primer Concierto para Piano y lo grabó en su popular álbum Brain Salad Surgery con el nombre de Toccata, con la aprobación y hasta el apoyo del propio compositor.

De sus hermosas y más que representativas Tres Danzas argentinas para piano, de 1937, la más famosa de ellas, la intermedia, la “Moza donosa”, es un prodigio de escritura, por su efervescencia musical, por su gracia melódica, por su fina línea poética, como se evidencia en la incomparable versión que de ella ha hecho Martha Argerich. Exiliado también en Ginebra, en donde entabló contacto más cercano con su por él tan querido y admirado paisano —también universal— Jorge Luis Borges, murió un 25 de junio de 1983, apenas tres años antes que el autor de Fervor de Buenos Aires. La extraordinaria herencia de Alberto Ginastera, el mayor talento musical argentino del siglo XX, se distingue por su vitalidad, por su manifiesto cromatismo, por el feliz encuentro que en su obra tienen la tradición y la originalidad, tras la consecución de lo que Aldous Huxley denominó “unidad perfecta”.