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Nuestro país enfrenta problemas diversos; los derechos humanos se vulneran a cielo abierto y a plena luz del día.
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Mientras tanto, a soportarla

Algunos sectores del PRD se pronuncian constantemente por apoyar la candidatura de Andrés Manuel López Obrador para los comicios de 2018, y el exjefe de Gobierno de la Ciudad de México reiteradamente ha dicho que no, sólo que los perredistas insisten acaso por sobrevivencia dados sus últimos fracasos que presagian una crisis mayor.

Otros perredistas no descartan aliarse con el PAN como ya ha sucedido en diversas elecciones, parece que se acaba la proyección del Sol Azteca que ha perdido bastiones importantes, en algunas entidades es una organización casi extinta.

El PAN se empoderó en los últimos comicios, los escándalos de corrupción en algunas entidades gobernadas aún por el PRI fueron argumentos para incrementar el caudal de votos a la causa albiazul.

El PRI estrena dirigencia en el joven Enrique Ochoa Reza, quien ha llegado sin contar con una trayectoria destacada, perfil tecnocrático y cercano al presidente Enrique Peña Nieto.

Parece que la oligarquía partidaria se desliza a los imaginarios escenarios de 2018, mientras ellos visualizan su bola de cristal el país se derrumba ante embates de violencia furiosa, corrupción e impunidad. Problemas sistémicos.

Nuestro país enfrenta problemas diversos; los derechos humanos se vulneran a cielo abierto y a plena luz del día, los presidentes municipales viven una era del terror que evidencia una fragilidad temeraria cuyo saldo ha sido fatal.

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Las protestas de la CNTE, iniciativa privada y otros sectores disímbolos reflejan un descontento creciente que demanda respuestas concretas porque los estallidos sociales no se descartan, la gobernabilidad hace agua.

Allende las fronteras, se libra la pugna Hillary Clinton contra Donald Trump, evidentemente que los comicios en Estados Unidos influyen en nuestro país de manera natural. El magnate Trump se ha caracterizado por invocar los viejos fantasmas, ahora revividos, del racismo en aras de un nacionalismo trasnochado y contradictorio.

No obstante las perniciosas señales de la actualidad la oligarquía distribuida en los partidos políticos parecen enajenarse en hacer sus cálculos electorales en la imaginaria arena de 2018, lo realmente importante para ellos puede esperar, todo ello refleja el grado de mezquindad y negligencia.

Sería oportuno disminuir el financiamiento público a los partidos porque otros renglones demandan mayores inversiones, la educación por ejemplo, la promoción cultural por igual; en los dos citados rubros estarían las respuestas a muchas interrogantes.

La democracia representativa parece estar agotada, hoy más que nunca se ocupa de un viraje necesario en nuestra vida pública para que la participación política no se mantenga secuestrada.

El paradigma de la democracia participativa es una demanda legítima, revocación de mandato, referéndum, plebiscito y otros instrumentos serían de utilidad para legitimar toma de decisiones, también influirían de manera definitiva para desechar lo que no funcione que es bastante.

Mientras tanto, tenemos que soportar la insoportable levedad partidaria.