Una de las cosas que me preocupaba al abordar La invención de un diario (Almadía, México, 2016), de Tedi López Mills, es que no había leído su precedente catalizador, La amante de Wittgenstein, del autor estadounidense David Markson (1927-2010). No sé si mi lectura habría sido más rica de contar con esta lectura, pero me condujo directo a la aludida, considerada una obra maestra. Publicada en 1988, La amante de Wittgenstein o Wittgenstein’ Mistress plantea desde su título una contradicción pues Ludwig Wittgenstein (1889-1951) era homosexual y si bien la obra de Markson exhibe numerosos paralelismos con la del filósofo vienés, concretamente su Tractatus Logico-Philosophicus, finalmente se descubre que Kate, la protagonista, una mujer que afirma ser la última superviviente de la tierra, confunde sus vastos conocimientos, adquiridos en los libros, con la experiencia vivencial… y en cierta medida es lo mismo que sucede en La invención de un diario, cuya autoría nunca queda del todo definida, aunque queda claro que se trata de una mujer —que ocasionalmente cambia de género—; una poeta que se ha propuesto dejar de serlo y lleva un diario que registra meticulosamente sus ideas, su vivencia interior, muy por encima de las experiencias cotidianas y cuya apasionada lectura del libro antes citado la acompaña a través del año 2013 que, en efecto, empezó y concluyó un día Martes y, un poco a la manera en que el propio Markson desarrolla su obra, entreteje lecturas con vivencias propias y de terceros que siguen un proceso semejante al narrativo, es decir, poseen algo que emula un principio, un nudo y un desenlace, sin serlo propiamente… tal cual discurren los diarios reales.
Al conversar con Tedi López Mills (Ciudad de México, 1959), reconocida poeta y ensayista, cuya obra poética se caracteriza por un marcado engranaje narrativo, me comenta que este nuevo libro es algo así como una invitación lúdica al lector que, una vez aceptadas las condiciones, debe participar activamente del juego. Y en efecto: La invención de un diario es una conminación a leer y releer a terceros, no porque las lecturas señaladas sean menester para la comprensión del libro, sino porque apela a la curiosidad y a la necesidad de colaborar en lo que podría no ser una ficción en todo rigor. Registrado en una primera persona mutable —que pasa de hombre a mujer, y de individuo a civilización— la “no-poeta” alude asimismo a “la hija del hijo”, a un excéntrico hombre (que también es mujer) de nombre P., al señor López (que se convierte en Señor Bermúdez) y a un “joven poeta” a quien sólo conoce por correo electrónico, entre otros llamativos personajes de fugaz aparición. Las referencias a estos se entreveran con notas periodísticas y autores y libros que la diarista lee y comenta: la melancólica poesía de la asturiana Olvido García Valdés (nada que ver, por cierto, con la de la propia Tedi); Octavio Paz, Fray Bernardino de Sahagún, Pascal Quignard, Franz Kafka, Foster Wallace Foster, Anne Carson (con quien Tedi, la poeta, debe encontrar gran afinidad), entre otros. La única obra que la diarista alude de principio a fin es precisamente La amante de Wittgenstein. Evidentemente, la diarista no se encuentra sola en el mundo como Kate, la heroína de Markson —tiene que atravesar el Eje 8 para encontrarse con el veleidoso P.—, pero hay muchas formas de experimentar una soledad radical que nos lleve a retornar a nosotros mismos, y en ese sentido es posible justificar la identificación de la lectora con este personaje: “(…) Con la amante de Wittgenstein el delirio es la memoria desprendida de la conciencia. Va a darse el contagio que temo. Será un homenaje” (p.55).
La diarista, que desde las primeras líneas se enuncia apóstata de la poesía —aunque sin renunciar expresamente a la escritura, ni decantarse por la prosa— denota un sobrio sentido del humor y una, a veces, no tan sutil ironía. Con talante cotidiano ejerce una crítica que se pretende ingenua pero, por lo mismo, deviene devastadora. La dirige, principalmente, hacia su propio gremio. El “joven-poeta”, por ejemplo, es un prototipo: incipiente artista con ínfulas de grandeza que pretende “apantallar” y luego imponerse al veterano. Pero a la diarista le divierte ese derroche de ingenuidad, al tiempo que gustosa asume los desafíos del insolente. Parece habituada a sobrellevar ese tipo de personalidades; todo tipo de desvaríos y excentricidades como las de su amigo P., que no sabe qué hacer con unos cuadros que su padre le dejó al morir. Pero también ironiza respecto a la política nacional, “(…) En mi país no se llega a conclusiones, sino a enigmas. Los preferimos” (p.130).
Hay que señalar que es no es la primera incursión en prosística de Tedi López Mills. En una obra previa, El libro de las explicaciones (Almadía 2009, Premio Xavier Villaurrutia) hace gala de elocuencia narrativa, entre otras cosas, para explicar el origen de su peculiar nombre, que no responde a un diminutivo inglés de “Teresa”, como pudiera suponerse… y ahí sale a relucir un tío con una historia del todo semejante a la de un tío de “la hija del hijo”: “Mi tío Teddy, piloto en la Segunda Guerra Mundial, había muerto en pleno combate. Era el héroe de la familia de mi madre. Todos extrañaban a Teddy, hablaban de Teddy, admiraban a Teddy y lloraban por Teddy, pero nunca percibí como su muerte, sucedida muchos años antes, se había entroncado con mi nacimiento, a tal punto que con mi nombre yo me había convertido en un homenaje a su vida trunca”. (El libro de las explicaciones, p. 17). En Invención de un diario jamás se apela a ningún nombre propio, como no sean los del señor López/Bermúdez, pero algo en el devenir de “la hija del hijo” nos hace intuir una complicación, una anomalía, una —si se quiere— broma. La alusión al tío héroe de guerra de “la hija del hijo” nos remonta, inevitablemente, al tío Teddy de Tedi, es decir, a la propia autora que, paciera, juega también con su propia historia.
La invención de un diario es un libro rico en más de un sentido: rico en anécdotas, rico en referencias literarias, rico en crítica literaria, sociopolítica, político-cultural, rico en imaginación, rico en cuestión lúdica, rico en materia de experimentación/ indagación literaria… y rico, muy rico en lo que la diarista pretende esquivar, acaso no con suficiente convicción: poesía.

