Lo que el economista francés Serge Latouche, promotor del pensamiento Decrecionista, llama “la colonización del imaginario colectivo” es un fenómeno cultural y mediático en el cual unas ideas se “implantan” en el pensamiento de la gente que no las cuestiona, pues le parecen verdades eternas. Usando términos que se prestan a Marx, este imaginario colectivo incuestionado e incuestionable no es neutro, está supeditado a la forma de producción (la estructura económica) y obedece a los intereses de minorías que se benefician de él, un caso patente fue la justificación de la esclavitud argumentando la superioridad de algunas razas o clases sobre otras.
Algunas de las verdades que brillan en el imaginario de gran parte de la población mundial en el siglo XXI son, por ejemplo, la creencia de que la vida feliz se consigue a través de la posesión de bienes materiales que hacen la vida más fácil; la creencia de que el individuo está en competencia con su entorno, incluso el familiar, en vez de pertenecer a un sistema colaborativo; la creencia de que los avances tecnológicos podrán vencer las desigualdades sociales, las catástrofes del medio ambiente, los límites naturales y no naturales dentro de los que el ser humano vive y actúa. La realidad que vivimos actualmente nos muestra en carne propia que nuestro tipo de vida no nos da felicidad. De ahí el altísimo consumo legal de drogas contra la depresión y la ansiedad, sin tomar en cuenta el de las drogas ilegales.
Si prestáramos atención a lo que nuestros sentidos perciben, las certezas a las que nuestra mente se aferra podrían fracturarse y esas hendiduras permitirían su cuestionamiento. Una ruptura epistémica podría tener lugar. ¿Dolorosa? Sin duda, mas liberadora.
Ivan Illich se detuvo largamente en el estudio del pasado (tenía formación de historiador) y en las rupturas críticas que nuevas tecnologías introdujeron en el ámbito de la lectura y la escritura. Su estudio se centra en las tecnologías de la escritura del siglo XI en Occidente. Cambios aparentemente insignificantes en la manera de estructurar formalmente un texto han tenido un gran impacto en la manera de ser humano en el mundo. Recomiendo ampliamente la lectura de su libro En el viñedo del texto (FCE).
Las tecnologías, ahora globalizadas, que surgieron en los países europeos, tenían como fin organizar o sistematizar la realidad para ponerla a su servicio. El quid es que la tecnología se volvió un fin en sí misma, no desligada del beneficio que procura a elites del poder (igualmente alienadas). Esa tecnología también ha llevado a un “desencarnamiento” de la percepción. El ser humano ya no capta el mundo a través de sus sentidos, sino a través de una interfaz en la que la colonización del imaginario es más fácil de realizar porque pasa a través de mediaciones no controlables por el sujeto, despojado cada vez más de su autonomía de conocimiento y de acción. Los sentidos brindan la materia inmediata para pensar en un mundo en el que ya hay pensamiento, pero al mismo tiempo son piedra de toque para tomar distancia de las certezas que una cultura interesada incuba en nuestras mentes.
Además, opino que se respeten los Acuerdos de San Andrés y la Ley de Víctimas, que se investigue el caso de Ayotzinapa, que trabajemos por un Nuevo Constituyente, que Aristegui y su equipo recuperen su espacio, y que se dialogue a fondo con los maestros.

