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Son más o menos confiables según el nivel de acierto que tengan respecto de los resultados electorales.
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Engañifas

Las encuestas llegaron a México en los años de la Segunda Guerra Mundial. Las trajeron agencias de Estados Unidos, como Grant Advertising, pues se incluyeron dentro del arsenal propagandístico de la Segunda Guerra en tanto que permitían apreciar las simpatías de que gozaban el bando aliado y el eje Roma-Tokio-Berlín, e igualmente pulsar la opinión pública sobre la recepción de ideas y mercancías provenientes del país del norte.

Tradicionalmente, en Estados Unidos las encuestas electorales han tenido una gran importancia, pues sirven a quienes elaboran los planes de propaganda de los partidos y al desarrollo mismo de las campañas políticas. En México, en cambio, tales encuestas no tenían cabida, pues aquí se sabía con toda anticipación qué el único partido ganador era el PRI y que, salvo excepción, sus candidatos tenían el triunfo asegurado.

Pero llegó 1979 y el registro de partidos reales. A partir de entonces las empresas encuestadoras empezaron a cobrar relevancia, la que se acrecentó en 1994, cuando el IFE se “ciudadanizó” y el PRI perdió por algunos años el control del órgano electoral, control que, por cierto, ya recuperó plenamente.

Las encuestas son más o menos confiables según el nivel de acierto que tengan respecto de los resultados electorales. En una primera instancia sirven como diagnóstico, pero inevitablemente se les considera como pronóstico. Tienen otras utilidades, de manera especial la de orientadoras del voto, pues  una amplia porción de los ciudadanos votan por el candidato mejor colocado.

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Lo anterior explica que a López Obrador las encuestas le den siempre un amplio margen de ventaja, pero que cuando ya está cerca la elección, el tabasqueño sea groseramente relegado, todo para inducir en los votantes la idea de que no ganará.

Algo así acaba de suceder en la más reciente encuesta del diario Reforma, que súbitamente, sin que la beneficiaria haya tenido la necesaria exposición pública, aparece Margarita Zavala empatada en expectativas de voto con López Obrador. Por supuesto, la señora Zavala cuenta con una carrera propia (fue asambleísta y diputada federal) y tiene todo el derecho de participar, pero días antes era muy bajo su porcentaje favorable y en su contra pesaba la desastrosa gestión presidencial de su marido.

Hay que ver con cuidado las encuestas, sobre todo las que adquieren carácter público. Quienes las elaboran son seres humanos y tienen intereses económicos y políticos. Quienes las pagan, igualmente, no lo hacen como buenos samaritanos, sino en busca del éxito político que se traduce necesariamente en económico.

El papel inductor del voto no es poca cosa y eso lo saben bien los encuestadores. Sin embargo, en el caso de México, frente a ellos está una sociedad harta de engañifas, de candidatos prefabricados, de ineficiencia y, sobre todo, de una corrupción que nos ahoga. De ahí el rotundo fracaso en las encuestas de este año, que no pudieron (ni quisieron) prever la derrota del PRI. De ahí tanta preocupación de quienes están acostumbrados a servir gato por liebre.