Si el problema de la verdad o verosimilitud de una obra artística da para muchas cuartillas de reflexión, el del título de un libro de literatura no se queda atrás; por lo general, esos títulos no son descriptivos, sino metafóricos. En principio, hay que recordar que los títulos no son textos, sino paratextos, como lo es todo lo que rodea o ilustra a un texto (desde cuartas de forros, solapas y páginas legales hasta portadas, notas a pie y títulos). Lo importante es que la literatura (religiosa o no) es ante todo ficción, producto de la imaginación en contacto con una realidad que huye. Es irrelevante si la literatura mezcla verdad con mentira, o si exagera o atenúa la verdad. Se trata de arte. A los historiadores les interesa la “verdad histórica”; los filósofos buscan la verdad, pero un escritor de ficción atrapa o no atrapa a sus lectores. Y si los atrapamos, será para que acepten (por lo menos en el texto) nuestras mentiras y verdades juntas. Por eso muchos autores de narrativa de denuncia, quienes cuentan un hecho horroroso y critican a las autoridades, pueden ampararse diciendo que “es sólo una novela”, “es un cuento”, “es ficción” y así tratan de salvarse. La literatura no es periodismo, aunque pueda inspirarse en él.
¿Qué es lo primero que lee un lector? Casi siempre el título, que atrapa o no atrapa. Como a la literatura no le interesa toda la verdad ni toda la realidad, sino su representación mediante la imaginación, anotaré algunos ejemplos del porqué resulta incauto (o ingenuo) basarse en un título literario para definir el género. Saramago publicó Ensayo sobre la ceguera; pese al título, no se trata de un ensayo, sino de una excelente novela. Es muy conocida La oveja negra y otras fábulas, de Augusto Monterroso; sin embargo, no son fábulas ni apólogos, sino irónicas sátiras sociales. Manuel Gutiérrez Nájera publicó su “Novela del tranvía”, que en realidad es un breve e intenso cuento cercano a la crónica literaria. Monterroso y Gutiérrez Nájera atendieron a las etimologías de fábula y novela, y no al sentido que se les suele dar a estas palabras La obra más extensa de García Ponce es Crónica de la intervención, que no es ni siquiera crónica literaria, sino una novela con una estructura temporal compleja y cambios de narrador. Otro ejemplo similar: Crónica de una muerte anunciada; a pesar del título, García Márquez no hizo una crónica ni periodística ni literaria, sino una novela corta. Los dos Garcías se basaron en la etimología de “crónica” (cronos, tiempo) para titular sus obras, pero el trabajo artístico las eleva por encima de meras crónicas.
La definición de crónica como secuencia narrativa ordenada cronológicamente vale para las crónicas periodística y literaria. Lo demás es juego con términos y etimologías. El estilo es lo que vuelve artística a una obra. El periodismo es más directo y comunicativo: le interesa informar y no tanto generar placer estético. García Ponce y García Márquez juegan con los tiempos y con los elementos narrativos, con la tensión e intriga; por ello sus obras van mucho más allá de la crónica. El único objeto de esta nota es insistir en el peligro de creerles a los escritores, ya que a menudo juegan con los nombres de los géneros, como juegan con la mentira y la verdad.

