Cuando Iván Illich, en ese momento sacerdote de la diócesis de Nueva York, fue enviado a México, su misión era muy específica: crear un centro en el que los misioneros católicos de origen estadounidense pudieran aprender el idioma español para evangelizar en los países hispanoparlantes de América Latina. Sin embargo, su interés en la cultura de los latinoamericanos se había despertado ya al atender a migrantes portorriqueños en la Parroquia de Nueva York. Como lo subrayó el jesuita Fitzpatrick, a quien Illich reconocía como maestro, “si queríamos servir a los puertorriqueños, lo teníamos que hacer en un estilo espiritual y religioso que tuviera sentido para ellos, y eso sólo se podía hacer en el contexto de su cultura y de sus tradiciones” (Fitzpatrick s.j., Ixtus 28). Su atención a la cultura del otro era ya una puerta hacia su futura crítica de las instituciones y al desmantelamiento de muchas certidumbres del mundo moderno, lo que dio un giro completamente diferente al Centro de Investigación y Documentación (CIDOC).

Cuando Illich fundó el (CIDOC) en Cuernavaca, ya tenía la experiencia de haber creado el Instituto de Comunicación Intercultural en Puerto Rico (1957), donde había iniciado su crítica a la institucionalización del sacerdocio en la Iglesia, lo que en 1960 hizo que le pidieran dejar Puerto Rico, y que en 1968, abandonar el sacerdocio. La crítica de las instituciones inició entonces con la crítica de la institución eclesial para luego extenderse a la crítica de la escuela, de los hospitales y de todo aquello que en vez de permitir el fluir de las personas, las encierra en un asfixiante corsé y las debilita privándolas de sus propias capacidades autónomas. Illich lo manifestó en un pequeño escrito en el que narra lo que vivió como un mensaje al estar en la choza de Gandhi: “He llegado a la conclusión de que no es correcto pensar que la civilización industrial es el camino que conduce a la plenitud del hombre. Se ha demostrado que para gozar de la buena vida no es necesario tener más y mayores máquinas para la producción ni tampoco más ingenieros, médicos y profesores. Estoy convencido de que son pobres de mente, cuerpo, estilo de vida los seres que desean un espacio más grande que esta choza en la que Gandhi vivió, y siento lástima por ellos. De esa manera, se rinden ellos mismos y su yo animado a la estructura inanimada. En el proceso pierden la elasticidad de su cuerpo y su vitalidad. Tienen poca relación con la naturaleza y cercanía de sus congéneres. (Las cursivas son mías)”.

Lo que aquí Illich asocia con la industrialización y las máquinas (crítica que Gandhi hizo con fuerza y actos) tiene también relación con la institución. La institución es como una casa con demasiadas comodidades que vuelve a sus habitantes cada vez menos autosuficientes, aunque aparentemente les brinde seguridad. La comodidad de la casa llena de enseres que facilitan el trabajo es contraria a lo que es una buena vida. El tema de la autonomía del ser humano y sus comunidades es central en el pensamiento de Illich y se relaciona íntimamente con el tema del cuerpo y la felicidad.

Además, opino que se respeten los Acuerdos de San Andrés y la Ley de Víctimas, que se investigue el crimen de Ayotzinapa, que trabajemos por un Nuevo Constituyente, que Aristegui y su equipo recuperen su espacio, y que se dialogue a fondo con los maestros y la sociedad.