Estamos en el tercer día de la Olimpiada de Brasil, Río 2016. Los récords han empezado a caer, sobre todo en natación. Sin embargo, hay otras competencias que también se están librando en la palestra olímpica: el de los prejuicios culturales. El pasado fin de semana se jugó un interesante partido de voleibol de playa entre los equipos de Alemania y Egipto. No es tanto, el desempeño físico de las jugadoras de este nuevo estilo de deporte amateur lo que destacó, sino la manera en que se jugó.
La competidoras de uno y otro país lucieron sus diferencias conceptuales y culturales en el tipo de uniforme que usaron: las alemanas Laura Ludwig y Kira Walkenhorst vistieron un reglamentario bikini, mientras que sus rivales egipcias, Doaa El Elghobashy y Nada Meawad, lo hicieron con pantalones atléticos y camisetas largas, aunque la segunda no vestía el tradicional hiyab.
Esta diferencia fue muy clara en un deporte que se juega en la arena playera. También recordó que los estándares islámicos exige a las mujeres mantener el pudor a ultranza. Es por ello que en Francia, por ejemplo, se tiene una amplia polémica, al grado que este lunes se reactivó con la cancelación de un evento público acuático en Marsella. Esto, por el simple hecho de que las participantes usarían algo que se denomina como “burkini”, que es la contracción de bikini y el traje islámico que cubre hasta la cabeza. Francia ha tratado de evitar que se imponga esta prenda, la cual considera que es una afrenta al derecho femenino a portar vestimentas más apropiadas para los deportes acuáticos. Hasta hace poco, la Federación Internacional de Voleibol Playa (FIVB) tenía un reglamento especial que definía el tamaño de los uniformes, pero fue en la Olimpiada de Londres 2012 cuando surgieron algunos cambios al permitir el uso de vestimentas con mangas largas y pantalones. Según el organismo, la intención de esta medida fue contribuir a que el voleibol de playa fuera más abierto culturalmente.
Por cierto, que estos famosos “burkinis” están prohibidos en Alemania y Austria por considerarlos inapropiados higiénicamente. La cuestión del traje de baño y la posibilidad de hacerlo más pudoroso comenzó a repensarse luego que en esos países se registraran intentos de violación sexual de parte de refugiados islámicos varones, que suelen pensar en su cultura islámica que si una mujer se exhibe es porque está buscando que la posean.
En la Francia de los años veinte, las mujeres occidentales vestían los tradicionales “bañadores”, que era un atuendo completo muy parecido al que se usaba para andar en la calle, con la única diferencia que sólo exponía los tobillos. Esto estaba influido por la época victoriana que también exigía pudor no sólo al sector femenino, sino al masculino.
Según algunos expertos, el traje de baño nació cuando se superó la idea de sólo “remojarse” los pies en el mar para pasar a una acción corporal directa, es decir, a nadar y a jugar en el agua. A partir de allí, los “bañadores” cambiaron y se recortaron hasta convertirse en las prendas como ahora las conocemos. Aquí la idea fue permitir al usuario un mayor rango de actividad física sin excesos que estorbaran.
Desconozco si este tipo de uniformes completos permite un mayor rendimiento físico de la deportista, pero al parecer sólo atiende a las exigencias extra olímpicas de respetar las diferencias culturales y religiosas, aunque en la realidad de las imágenes ese cambio resulta muy impactante, raro y hasta grotesco para algunos analistas. Por cierto, que el resultado del partido fue la victoria para las alemanas quienes, por supuesto, se vieron mucho más sueltas, activas y frescas. Como quiera que sea, la foto que exhibe a las competidoras luchando ante la red se ha compartido de manera constante, lo que confirma ese aire de extrañeza que se respira en una competencia con desigualdades culturales.