Brasil3Todo indica que el principal legado de la Olimpiada de Río 2016 será la doble militarización. Por un lado, la masiva presencia de policías y militares. Por otro, el mencionado protagonismo de las fuerzas armadas en el medallero olímpico. Las cuatro primeras medallas de Brasil las consiguieron militares; tres de judo y una en tiro. Pero la más simbólica, la primera conseguida por Rafaela Silva, quedará en el recuerdo más allá del resultado final. Lo más grave, empero, es la militarización del país y de la ciudad. El presidente interino Michel Temer libró un decreto, el 8 de agosto, ampliando el área de actuación de las fuerzas armadas en Río durante los Juegos Olímpicos y Paraolímpicos. Los uniformados vigilaron no sólo aeropuertos, vías de transporte e instalaciones deportivas, sino barrios enteros como Copacabana. También en la ciudad de Manaos en torno al Hotel Tropical donde se concentran delegaciones de fútbol.

Pero la intervención de los militares trasciende con mucho los espacios deportivos. Durante los Juegos, mil 200Brasil2 soldados fueron llevados a Natal (Rio Grande do Norte) para enfrentar al narcotráfico, otros para garantizar la distribución de agua en Acre y hasta en casos de vacunaciones y atención social. Su uso continuo preocupa a los jefes militares “Los militares no están satisfechos con las multifunciones que les han atribuidas” (Estado de Sao Paulo, 7 de agosto de 2016). Un general confesó al diario: “El ejército debe ser el último recurso, pero no es bueno que el último recurso sea usado a toda hora”. Aunque Brasil tuvo tiempo de sobra para planificar la seguridad de los Juegos, hay problemas estructurales que no se pueden maquillar con la presencia militar masiva. Un soldado fue muerto en La Maré, un complejo de 16 favelas junto a la vía que conduce del aeropuerto a la Villa Olímpica, cuando se internaron en la comunidad el miércoles 10, durante los primeros días de la competencia.

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Mayra Aguiar, judoka y militar brasileña

Lo que estamos viviendo es una creciente presencia de lo militar, tanto en los megaeventos como en el seno de los deportes de élite. En el primer caso, con la excusa de la seguridad. En el segundo, porque es el único camino para muchos deportistas que quieren sobresalir. Sin el apoyo del Estado, o del capital privado, no habría deporte de élite ni se batirían récords. Por eso llama mucho la atención que tantos medios “olviden” mencionar que sus atletas más laureados ya no son aquellos futbolistas que aprendieron el arte del balón en las calles, sino personas que necesitan apelar a los militares (o a las multinacionales) para salir adelante. La militarización del deporte es el signo de los tiempos, en un mundo que se debate entre la mercantilización de la naturaleza y la militarización de la vida.

Raúl Zibechi  es un escritor y pensador-activista uruguayo, dedicado al trabajo con movimientos sociales en América Latina.
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