La juventud es un motor muy activo de la sociedad. La energía que tiene puede transformar a un pueblo entero cuando su fuerza está bien dirigida. Es por ello que al Papa Paulo VI se le ocurrió en 1975 la idea de conjuntar a los jóvenes católicos para unificarlos en oración y fuerza espiritual. A ese acontecimiento le llamó la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ). El llamado fue ciertamente efímero, pues sólo reunió unos cuantos miles de jóvenes que acudieron al llamado del pontífice. En 1991, se llevó a cabo en Cracovia, Polonia. Esta vez, con Karol Wojtila al frente de la Iglesia Católica. Veinticinco años después, la JMJ regresó a este mismo lugar para su realización, pero teniendo como pontífice al argentino Jorge Mario Bergoglio.
Una guerra ajena a las religiones
Este año, el evento católico se realizó en medio de una fuerte crisis mundial a la que el mismo Papa Francisco calificó como un “mundo en guerra”. Esta es la visión que él ha tenido desde que asumió el pontificado, “una tercera guerra mundial a pedazos” dirigida hacia la apropiación violenta por los recursos naturales, por el dominio de los pueblos y la hegemonía mundial por medios destructivos. En realidad, lo que quiso decir es que se trata de un guerra masificada, llevada al extremo de individualizarla. Sin embargo, hizo énfasis en que no se trata de una guerra de religiones, pues éstas no pregonan la violencia, sino la paz. Aquí, el Papa Francisco hizo gala de una diplomacia de alto rango. Se refirió a la muerte del sacerdote Jacques Hamel, muerto en el momento en que oficiaba una misa en la parroquia de Saint Étienne du Rouvray, París. Dos combatientes yihadistas de 19 años de edad irrumpieron en el templo católico para amenazar a los feligreses, uno de los cuales fue herido de gravedad. La policía logró abatirlos antes de que pudieran hacer más daño. ¿Cómo referirse a este hecho? ¿Cómo un acto de martirio contra un sacerdote? ¿Cómo un suceso específicamente dirigido contra la población católica? No, sino como un acto realizado contra la comunidad internacional, contra el mundo, el cual se encuentra en guerra por diversas causas, menos por razones religiosas.
Cambio en la adversidad
La prudencia política pudo más que el extremismo racional. Estas son las cosas que hacen un cambio y que buscan al menos una mejoría donde todo parece adverso. El gusto de responsabilizar a una religión por las cosas que hacen sus supuestos seguidores, es una posibilidad de caer también en una visión extremista. Por ello, el pontífice ni siquiera aludió a una posible afiliación religiosa de los atacantes del padre Hamel, o a una pretensiosa pertenencia a algún grupo armado. Ambas tendencias están claramente separadas.
“El trabajo libera”
Durante su participación en la JMJ de Cracovia 2016, Francisco (como jovialmente se le llama) volvió a referirse a las penurias que causan la guerra y la violencia. Esta vez durante su visita al campo de concentración nazi en Auschwitz. Ahí, cruzó la inscripción “El trabajo libera” que se lee en la entrada de esas instalaciones que albergaron a un grupo de personas dedicadas a la destrucción humana (la frase se puede traducir más bien como “El agotamiento hasta la muerte”). Lo hizo al igual como lo hicieran miles de prisioneros de diferentes nacionalidades considerados como enemigos del estado que traspasaron sus muros y nunca más volvieron a vérseles. Se habla de un total de un millón tres cientos mil prisioneros, la mayoría judíos. En ese lugar, oró por la víctimas sacrificadas por una “enorme crueldad” practicada por el hombre hacia sus semejantes.
Un sacrificio en un mundo de hierro
El pontífice hizo el recorrido con un pequeño auto eléctrico, que lo trasladó hasta el “Bloque 11”, donde se encuentran las celdas subterráneas en las que se encerraban a los prisioneros para que murieran de hambre y sed. Allí se reunió con once sobrevivientes. También entró al mismo lugar donde el sacerdote polaco Maximiliano Kolbe se ofreció para morir a cambio de un padre de familia que iba a ser fusilado. Kolbe fue beatificado por Paulo VI en 1971; a la fiesta asistió Franciszek Gajowniczek, precisamente el hombre por el cual se había sacrificado. El sacerdote franciscano fue canonizado por Juan Pablo II en 1982; por un Papa polaco en suelo polaco.
Esta es la tercera ocasión que un jerarca católico visita las instalaciones de este campo de concentración. Juan Pablo II lo hizo el 7 de junio de 1979 y Benedicto XVI el 28 de mayo de 2006, pero, a diferencia de ellos, Francisco prefirió hacerlo en silencio. Bergoglio concluyó la visita de 50 minutos escribiendo en el libro de visitas dos frases escritas en español: “Señor, ten piedad de tu pueblo. Señor, perdón por tanta crueldad”.
(Con información de la Embajada de Polonia en México)

