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La Iglesia recupera su condición de casa para todas las personas de buena voluntad.

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En su retiro, debe estar contento

 

Desde que el papa emérito Benedicto XVI presentó su renuncia al Trono de San Pedro, el 11 de febrero de 2013, hecha efectiva el 28 del mismo mes, han pasado ya más de tres años y poco se sabe de la vida cotidiana de este prelado, a quien muchos ven como un eslabón necesario entre los pontificados claramente diferentes de Juan Pablo II y Francisco. En las sombras de un discreto retiro, Joseph Ratzinger vive hoy en el monasterio Mater Ecclesiae, en el Vaticano, donde pasa las horas leyendo y orando y, probablemente, recapitulando acerca de su legado religioso, académico y teológico. Prolífico autor y renombrado especialista en la vida de Cristo hombre y de Cristo Dios, como lo acreditan los libros que ha publicado sobre el tema, el exarzobispo de Munich y Frisinga, nombrado cardenal por el papa Montini en junio de 1977, finalmente ha hecho públicas las razones que lo orillaron a dejar el solio pontificio. En entrevista concedida al periodista alemán Peter Seewald, que se espera aparezca este mes de septiembre a la luz pública en forma de libro bajo el título Últimas conversaciones (coedición Il Corriere della Sera y Editorial Garzangti), Ratzinger confiesa que lo hizo porque su avanzada edad ya no le permitía atender los compromisos inherentes a su elevada investidura.

El papa emérito indicó que después de sus viajes apostólicos a Cuba y México confirmó las dificultades que pasó para ajustar su organismo al cambio de horario entre continentes y, por ende, la imposibilidad física de estar presente en la Jornada Mundial de la Juventud, que se realizó en Río de Janeiro, Brasil, precisamente en julio de 2013. Como él mismo precisó en la mencionada entrevista, el éxito de un evento de esta magnitud depende en buena medida de la presencia del papa y de su liderazgo personal, como en tantas ocasiones previas ocurrió con Juan Pablo II.

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El argumento de Ratzinger para renunciar al papado es parcialmente cierto, ya que desde el inicio de su gestión sugirió esa posibilidad en diversas ocasiones, confirmando así que el suyo sería un pontificado de transición, llamado a consolidar la posición de la Iglesia católica como actor global relevante y, también, a restañar los desencuentros teológicos y políticos que generó el larguísimo reinado de Juan Pablo II. Siempre consciente de los retos que habría de afrontar, Benedicto XVI cumplió, igualmente, con el propósito de acomodar las piezas de un ajedrez que había puesto en jaque la centralidad devocionaria de Cristo debido al excesivo marianismo de Wojtyla, quien de paso propició un hondo malestar entre las nuevas generaciones de religiosos, cuyos anhelos de movilidad y ascenso dentro de la estructura eclesiástica fueron cancelados por el grupo de incondicionales que acompañó a Juan Pablo II en el Vaticano durante un cuarto de siglo.

Ratzinger, menos proclive a la visibilidad mediática y a los viajes internacionales de su antecesor, operó con eficacia desde el Palacio Apostólico y, entre otros aspectos, matizó el marianismo de Wojtyla y preparó el terreno para la apertura de espacios y la reconciliación entre los integrantes de la Curia romana. No obstante, Benedicto XVI, un conservador a ultranza al igual que el papa polaco, pudo haber sido el más sorprendido de todos los participantes en el cónclave que eligió a Francisco, de que su sucesor fuera un jesuita latinoamericano y abierto simpatizante de la doctrina social de la Iglesia y del magisterio del Concilio Vaticano II. Así son las cosas; sin proponérselo, la labor del ahora papa retirado abrió las puertas de San Pedro a Jorge Mario Bergoglio, quien ha traído a Roma vientos de cambio, que refrescan y distensionan el ambiente de la Curia, a la vez que nutren el optimismo del mundo occidental sobe el papel de una Iglesia que ha dejado atrás la ortodoxia y que, gradualmente, recupera su condición de casa para todas las personas de buena voluntad, independientemente de su condición social, nacionalidad, orientación política, estado civil y preferencia sexual. En el retiro, Benedicto XVI debe estar contento.

Internacionalista