Faraónica obra
Nunca yerro vino desacompañado,
y un inconveniente
es causa y puerta de muchos.
Fernando de Rojas
Concebida como el vestíbulo de la Puerta de los Leones del Bosque de Chapultepec desde 1921, la explanada que antaño la embellecía fue destinada desde 2009 como sede del monumento conmemorativo al bicentenario de la Independencia y al centenario de la Revolución y denominada oficialmente Plaza Estela de Luz, en referencia a la estructura “insignia” concebida por el arquitecto Enrique Pérez Becerril para adular al presidente Felipe Calderón, quien trágicamente trató de emular a Porfirio Díaz en construcción de hitos urbanos y en otras lamentables facetas del dictador.
Según palabras del ganador del polémico concurso de la obra, “la idea era generar un espacio que pudiera servir de nuevo centro cívico, además del Zócalo”, argumentando que con ello se pretendía restituir a la ciudad “lo que —en 1970— el Circuito Interior le quitó”.
La faraónica obra se vio disminuida ante el desmedido incremento del costo de cimentación de la estructura de 104 metros de altura, cubierta por cuarzos brasileños, la cual rompe con la histórica visual entre el Castillo de Chapultepec y con la traza imperial del paseo concebido en 1864 por el arquitecto austriaco Louis Bolland; así, la Estela de Luz resulta ridícula ante la densidad vertical de las torres Mayor y de Bancomer, edificaciones vecinas que la empobrecen y empequeñecen.
La cauda de yerros de concepción y cálculos ingenieriles y financieros, provocó el retraso de la conclusión de la obra, inaugurada hasta 2012, dos años después de lo comprometido, y su transformación del “sentido homenaje de los mexicanos a los héroes que en los últimos dos siglos han forjado esta gran nación”, concluyó en espacio que se convirtió en el Centro de Cultura Digital, habilitado en lo que sería la Galería Nacional y el Cenotafio de obsidiana contemplados en el proyecto original.

Los vaivenes del proyecto integral, la reducción del área contemplada a tan sólo 8 mil 138 metros cuadrados y los escándalos derivados por las auditorías y denuncias penales enderezadas por el gobierno federal por presuntos desvíos de recursos, generaron el menosprecio popular y su impronta como la estela de pus o la suavicrema, denominaciones que expresan la repulsa social a un monumento totalmente ajeno al imaginario colectivo.
Por todo ello, no nos extraña que este espacio cívico, este nodo digital, se haya transformado tácitamente en una “pokeparada”, en un “módulo cebo” de esta enajenante propuesta de realidad virtual que se apropia de nuestros espacios públicos y monumentos como nodos y nidos de los “monstruos de bolsillo” gestados por Satoshi Tajiri, los cuales capturan el interés de nuestros niños y jóvenes, entreverando lo real con lo virtual y favoreciendo la “alienación colectiva que recorre el mundo”.
Ante el devenir de la Estela, cuánta razón le asiste al autor de La Celestina, el bachiller Fernando de Rojas, quien atinadamente afirmaba que un inconveniente es causa y puerta de muchos yerros.

