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Luis Videgaray es el autor de la catástrofe. El responsable de haber provocado el cataclismo que hoy enfrenta el gobierno,
por abrirle las puertas a un declarado enemigo de México y de los mexicanos más pobres.
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Renunció el “hombre de hierro” del gabinete. Al que muchos atribuían poderes similares o superiores al de un vicepresidente. Se fue el alter ego, el funcionario todopoderoso, el que tomaba e imponía decisiones no solo en Hacienda sino en todos y cada uno de los ámbitos del gobierno federal.
Dimitió quien imponía candidatos, intervenía en las áreas de Gobernación, Sedesol y Educación; quien decidió en muchos momentos la agenda pública; el manejo de los medios de comunicación; la relación con el Congreso. Pero destituyeron al que ignoró y desoyó la opinión de la secretaria de Relaciones Exteriores, Claudia Ruiz Massieu, en relación a la inconveniencia de invitar al candidato republicano Donald Trump.
Para la opinión pública nacional —y el mismo Trump se encargó de confirmarlo—, el exsecretario de Hacienda Luis Videgaray es el autor de la catástrofe. El responsable de haber provocado el cataclismo que hoy enfrenta el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto —hacia el interior y hacia el exterior— por abrirle las puertas a un declarado enemigo de México y de los mexicanos más pobres.
La destitución del “hombre fuerte” tuvo como antesala la renuncia que puso la canciller sobre el escritorio presidencial. Un acto de dignidad, en el que debió haber expresado, palabras más, palabras menos, que si el señor Videgaray iba a fungir como secretario de Relaciones Exteriores, entonces ella se iba.
Lo que olvidó el entonces encargado de las finanzas públicas es que Ruiz Massieu no es un secretario más. Es la sobrina de uno de los presidentes de México que más conciencia y conocimiento ha tenido sobre cómo se ejerce el poder y de la importancia que tiene el correcto manejo de la política exterior.
El peso político que sigue teniendo Carlos Salinas de Gortari ha quedado, entonces, más que claro, en medio de la crisis de gobierno y de gabinete que generó Videgaray.
Nada, hasta hoy, había podido derrotar a lo que muchos funcionarios calificaban como “la poderosa soberbia del secretario de Hacienda”. Ni la reforma fiscal, por él redactada y severamente cuestionada; ni los diagnósticos más pesimistas sobre la economía nacional, confirmados —hace quince días— por Standard and Poor´s que calificó de “decepcionante” el crecimiento de México, habían logrado sacar de la jugada al funcionario más influyente dentro del primer círculo presidencial.
Lo que no tomó en cuenta —al que ahora las redes sociales llaman maliciosamente el coordinador de campaña de Trump— es que no tenía derecho de picaporte en la oficina de la secretaria de Relaciones Exteriores.
¿Qué sucedió? Que Videgaray se envenenó con su propia altivez. Como dice el refrán popular: soberbia mata inteligencia, y el funcionario, para variar, cometió el error de menospreciar todo lo que le rodeaba.
Pero los estragos no terminan y es difícil que terminen pronto. La visita de Trump a México no solo le sirvió al candidato republicano para subir en las encuestas, sino para tomar conciencia de lo que puede lograr un presidente norteamericano.
“La gente que organizó el viaje a México —dijo— ha sido forzada a dejar el gobierno. Así de bien lo hicimos”. Frase que debe ser leída entre líneas para entender el significado y alcance de sus palabras.
El “así de bien lo hicimos” quiere decir muchas cosas, entre otras, que tirar funcionarios y —¿por qué no?— gobiernos formaría parte de las estrategias que Trump utilizaría una vez que se convirtiera en presidente de los Estados Unidos de América.
Trump trae en el bolsillo su propio wikileaks. Con tal de seguir ganando popularidad puede seguir dando soplidos.