En el suplemento cultural de una revista de la competencia leí reiteradamente que Miguel Cervantes era muy elegante, en efecto lo era, pero ni con mucho era su principal característica. Era, como ahí se indica, pintor, también ganó fama como curador de exposiciones. Igual que ahora los jóvenes usan el “oye, guey”, y antes se decía “cool” y antes se llenaban los baches de la conversación o se saludaba con “qué onda”, Miguel Cervantes, el nuestro, “Mickey”, decía a cada rato “dirty character”, y desmentía la nada amigable referencia de “sucio personaje” con una amplia sonrisa.

            Era, la verdad, medio alcohólico. Una vez, en el cabaret La Rana, de Acapulco, decidió salir subiendo por el centro de la escalera, cuando bajaban los bailarines creo que de Amalia Hernández a los que fue haciendo a un lado a manotazos. Seguro era otro ballet, pero creo que ellos contaron, Mickey y Juan García Ponce, que era el Ballet Folklórico de México, por eso de que eran enemigos del muralismo, formaban parte de “la ruptura” y por lo tanto, antinacionalistas.

            También contaba que fue a Valle de Bravo y que luego de cenar y beber en un restaurante, camino a su casa, se fue a una cuneta y acabó prácticamente en el río. Al día siguiente, les vienen a avisar a sus parientes, que el coche de Mickey está tirado, todo abollado, con las llantas metidas en el agua y de él, ni sus luces. Como a las cinco de la tarde, sale Mickey de su cuarto y se sorprende de ver tan atribulados a sus familiares. Después del accidente se había ido a píe a su casa, y se había dormido tranquilamente en su propia cama. Creo que la casa era de Beatriz Baz, que era su prima. (Beatriz, a su vez, era prima de Rosario Castellanos). El segundo apellido de Mickey era Díaz Lombardo y creo que era sobrino del Dr. Baz.

            En una época, trabajaba en alguna Secretaría de Estado. Todas las mañanas manejaba a gran velocidad, en un coche sport, a su trabajo y un día sí y otro también, lo detenía un policía de tránsito. Mickey sin alegar, le entregaba las llaves al motociclista y le decía lléveselo, luego me lo lleva a la Secretaría. Detenía el primer taxi y sin inmutarse se dirigía a su trabajo. En efecto, hacía unas llamadas y le llevaban su cochecito sport a las puertas de su oficina. No sé si por su modo despreocupado de comportarse hablan de su elegancia, yo pienso que era muy amable, irónico, pero la palabra a su medida era arrogante.

            Una vez fuimos al Bonaparte, un restaurante que estaba en la Zona Rosa, Miguel Cervantes, el narrador Juan García Ponce, mi hermana y yo. Apenas entramos, el capitán saludó a Juan por su nombre. Y Juan dijo: No puede uno ir más que a un restaurante en que el capitán te conozca por tu nombre y puedas ordenar un Chablis y una docena de ostiones en su concha. Como nunca había probado los ostiones, pero tampoco me atrevía a contradecir a Juan, acabamos comiéndonos cada uno nuestra respectiva docena de ostiones, marisco que de ahí en adelante se convirtió en uno de mis preferidos.

            En La Jornada, que da la noticia de su muerte, me entero que vivía en Egipto. En la revista Proceso, leo que fue curador de exposiciones memorables de Juan Soriano, Manuel Felguérez, Abel Quezada, Teodoro González de León y Brian Nissen, entre otros. Destacan ambas publicaciones su gusto internacionalista, que lo caracterizó siempre. Mi hermana dice que Ricardo Regazzoni, en casa de Alfredo Marín y Giuliana Zolla López Mateos, nos contó que Mickey vivía en Egipto. Que trabajaba para el Museo de Arte Moderno de Monterrey lo recuerdo vagamente. En la Galería Ponce, expuso obras de Joan Miró, de Jaspers Johns y, por supuesto, de Fernando García Ponce.

            Mickey era fotógrafo, pero el día que le dijeron a Juan García Ponce que, como crítico de arte que era, lo invitaban a presentar un nuevo artista en Bellas Artes. Nos informaron, a mi hermana y a mí, que Mickey era ahora pintor y lo iba a apadrinar Juan. Uno de los cuadros que nos mostraron, eso sí lo recuerdo muy bien, era de cuadritos amarillos, todos iguales, hechos como con escuadra, y pensé Mickey debe haber estudiado arquitectura. Me dio la idea de unos colchoncitos, muy bellos, con mucho color, como dibujados con lápices de colores, no con pinceladas. Ahora los críticos hablan de manchones de colores, iluminados en parte, y aunque siempre abstractos, insinúan algo figurativo, pero incierto. Esto, dicen, de sus cuadros más recientes.

            Jesús Galindo, mi padre, lo invitó para que hiciera una escenografía. La película se llama Amor a ritmo de go go, y la estelarizan Rosa María Vázquez, que se retiró “muy campechanamente” porque se casó con un ex gobernador, y el insuperable Javier Solís. Mickey tenía que diseñar unas cajas, que servían como bases a unas jaulas, en que bailaban Rosa María y otras bellezas. Llegaron los dibujos de Mickey y el trabajador que tenía que hacer las cajas en los Estudios Churubusco, (donde hoy está el Centro Nacional de las Artes), hizo unas cajas negras y les colocó unos dibujos, pero de su invención, que apenas guardaban parecido con los dibujos de Mickey que parecían pertenecer al Período Negro (el de Las señoritas de Avignon) de Picasso.

            Todo eso recordé cuando leí la noticia de que había muerto el pintor Miguel Cervantes el pasado 2 de julio a los 72 años. Leí que su estudio estaba en Luxor, frente al Valle de los Reyes y que era muy apreciado en Egipto. No me cabe duda, Mickey nació para ser un consentido.