Carlos Martínez, 21, estudiante de segundo año.
Yo soy de un municipio parecido al de Tixtla, en la región de la Costa Grande de Guerrero. Es un lugar muy bonito, tiene ríos, tiene lagunas. De un tiempo para acá se ha comenzado a urbanizar un poquito más, lo que ha generado varios problemas. Pero aun así, pues, la esencia del pueblo y de la gente continúa. Yo soy el segundo de tres hermanos. Tengo una hermana mayor, una hermana menor y yo soy el segundo. Vivo con mi mamá. Hace varios años que mi papá se fue de la casa, así que era mucho muy difícil quizá lograr aspirar a otra carrera.
Cuando iba en la secundaria comencé a trabajar por las tardes. Me iba a trabajar a un taller mecánico, trabajé en una ferretería, trabajé en una taquería. Todo para tratar de sostenerme los estudios, porque era muy complicado para mi mamá, sola, atender a tres hijos. Después de mucho esfuerzo, logré obtener una beca y fui a estudiar a Acapulco cuando terminé la preparatoria. Ahí estuve un año estudiando contabilidad, pero era muy caro, porque tenía que pagar colegiatura, tenía que pagar libros, tenía que pagar renta, tenía que pagar comida, transporte público, proyectos y un montón de cosas, y era demasiado complicado sostenerme de una beca. Y al final pues escuché de la escuela de aquí, de Ayotzinapa, y me vine, me vine para acá esperando poder tener mis estudios, que es lo que siempre he querido.
Tengo un compañero, un amigo que estudió aquí, que es maestro. Cuando yo estuve trabajando un tiempo en Atoyac de Álvarez, ahí lo conocí y él me contó de esta escuela, me contó que era un internado, de las clases, de los clubes culturales, de los clubes deportivos, de varias cosas, y al final lo que más me llamó la atención fue que era una escuela verdaderamente gratuita, una escuela verdaderamente gratuita donde se venía precisamente a estudiar, a hacer lo propio y fue lo que me llamó la atención y fue por lo que me vine para acá.
Santiago Flores, 24, estudiante de primer año.
Muchos amigos me decían que nos fuéramos a estudiar a Acapulco o a la escuela de maestros de educación física que está en Michoacán, pero pues no, no me animaba porque se me hacía difícil estar lejos de mi casa. Tengo un primo que egresó de aquí que me dijo que me viniera para acá, que aquí no hay gastos, que aquí todo te da la escuela y por eso, más que nada por la economía.
Jorge Hernández Espinosa, 20, estudiante de primer año.
Yo tengo un hermano que egresó en el 2011 de la Normal. Mi hermano se vino a la Normal en 2007 sin saber nada, sin saber a qué venía. A él simplemente le dijeron “hay una Normal, un internado, adelante de Chilpancingo, se llama Ayotzinapa, lo único que tienes que hacer es presentar tu examen, pasar el examen y pasar una semana de prueba, y nada más”. Pero fue sólo eso, entonces pues él llegó así a ciegas, sin saber nada. Pasó la semana de prueba, egresó y me dijo él “quiero que te vayas a estudiar para allá”.
Para empezar no teníamos dinero, mi papá en ese entonces nos abandonó, se fue. Nosotros somos cinco hijos, cuatro hermanos y una hermana. A mi hermano le faltaba un año para egresar, estaba cursando todavía el cuarto año cuando mi papá nos dejó y mi mamá se encargó de nosotros. Un hermano y mi hermana estaban estudiando junto conmigo el bachillerato y uno de mis hermanos estaba estudiando la secundaria, y otro es sordomudo y no estudiaba. Entonces egresó mi hermano y me dijo “pues no hay de otra, si quieres estudiar pues ve allá, aprendes muchas cosas”, y sí, él me explicó un poco más o menos de cómo se manejaba la situación en la Normal, y yo dije “sí, me voy”, no le pensé ni dos veces. Llegué a la Normal y la verdad que sí, me sentía extraño, me sentía mal, pues, porque había dejado a mi familia. Yo no estaba acostumbrado a salir por mucho tiempo y dejar mi casa. En la Normal no tenía conocidos, llegué sin saber nada, sin conocer a nadie, pues, yo decía “todo sea por lograr salir adelante”, para que mi familia algún día diga “me siento orgullosa de ti por lo que has logrado, poco o mucho lo que has logrado es muy importante”.
Juan Pérez, 25, estudiante de primer año.
Casi la mayoría aquí son hijos de campesinos. Allá de donde yo vengo nomás hay primaria, secundaria y colegio. No hay más carrera para nosotros para avanzarle, estudiar un poco, ya que mi pueblo está más jodido que otras partes. Yo me decidí a entrar a esta escuela, a venir a estudiar, a ser alguien, para ir a mi pueblo y ser un maestro allá, dar clases a los chavos. Como allá en mi pueblo hablamos pura lengua me’phaa, nosotros también queremos un maestro que hable me’phaa. Ésa es mi visión para mí.
Coyuco Barrientos, 21, estudiante de primer año.
Mi papá se separó de mi mamá cuando yo tenía quizá unos cinco años de edad. Nosotros vivíamos en la sierra. Pero mi mamá, mi hermana y yo nos venimos de donde mis abuelitos, ya más al centro. Mi mamá nos dejaba solos por irse a trabajar. Estábamos con mi abuela, porque mi abuelo también trabajaba todo el día, llegaba en la noche, o si no, hasta la semana. Y pues de ahí fui un poco más independiente con ellos. Ya para entrar acá, yo a mi papá no le hablaba, ya teníamos mucho tiempo de habernos peleado. Hasta antes de entrar aquí pues yo tenía la idea de entrar a la marina para sostener más estudios y ayudar a mi familia. Pues no se dio, quedé al filo de entrar y pues ya no tenía otras opciones. Había estudiado turismo en Acapulco, en la facultad, pero no tenía el apoyo. En ese tiempo peleé con mi mamá y mi hermana y así que quedé solo otra vez, tuve que trabajar. Dejé de estudiar y mi primo me comentó, pues, que si quería que entrara aquí, que no había otra cosa con que me pudiera ayudar.
Y fue mi… ora sí que mi otra luz de esperanza porque yo quería seguir estudiando, no quería quedarme estancado solamente trabajando y así que le acepté la propuesta, y resultó que mi primo también —él es de Zihuatanejo, Daniel Solís— también iba a venir a presentar examen y todo, y fue que nos pusimos de acuerdo para vernos y aquí llegamos. Antes de eso, yo trabajaba pues en lo que cayera, le ayudaba a mis tíos con los que me quedaba a arreglar y limpiar refrigeradores, lavadoras, aires acondicionados, era poco, pero ya tenía para mis cosas. Después me fui a buscar más trabajo y encontré un taller de hojalatería y pintura automotriz. Llegué sin saber nada y solamente viendo empecé a aprender, le agarré la onda ahí, con el jefe, y ya me tuvo confianza, ya me dejaba trabajos a mí, sencillos, que pudiera sacar. Y pues le comenté que necesitaba el trabajo para juntar el dinero porque iba a venir a presentar el examen y necesitaba para los pasajes y lo que pudiera ocupar acá, y sí, me comprendió, me echó la mano. Estuve trabajando como mes y medio ahí ya hasta que se llegó el día que me tuve que venir.
*Fragmento del libro Una historia oral de la infamia. Los ataques contra los normalistas de Ayotzinapa, de John Gibler (Grijalbo-Sur+, 2016). Agradecemos a las editoriales por las facilidades otorgadas para su publicación.