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En el interior del gobierno y del PRI se perciben choques y diferencias, en lugar de una solidaridad con su jefe.
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2018: la lucha será encarnizada
Los tiempos políticos le han dado un giro inesperado al tiempo; los intereses complejos internos y externos nos empujan, con una velocidad inusitada, a vivir el 2018 como si ya estuviéramos insertos en plena batalla electoral.
Muchos son los intereses que se mueven en torno al 2018: en el interior del gobierno y del PRI se perciben choques y diferencias, en lugar de una solidaridad con su jefe, el Ejecutivo federal; los actores y partidos políticos de oposición han emprendido una campaña absurda y mezquina contra el presidente Peña Nieto, juntándose el agua y el aceite en este proceso, lo mismo la Iglesia católica —envalentonada y brabucona— que la izquierda de distintos matices, atacan una y otra vez —con razón o sin ella— al presidente de México, lo que debilita —frente a la opinión pública— las instituciones de la nación. Se olvidan de que el Estado es un ente superior en donde no gobierna una persona, sino que se integra por el propio pueblo, el territorio, el gobierno en su conjunto y el orden constitucional.
En el frente externo también aparece una presión, que hoy se intensifica, frente a la equivocación del manejo y de la visita a México del candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos; la embestida es enorme, los mismos que ayer aplaudían la política presidencial —que hoy la critican— y los que están en desacuerdo desde su inicio, gastan toneladas de tinta en artículos que cansan a los lectores, al igual que los comentócratas de la radio y la televisión y, por supuesto, los encuestadores que manipulan sus estadísticas para hacer más profunda la disminución de la popularidad presidencial. Se lanzan en un salto perverso hacia el futuro, olvidando que faltan más de dos años para que concluya este gobierno y que aún pueden suceder muchos acontecimientos que a la larga cambien la precepción de la ciudadanía.
Defender las instituciones nacionales en este momento es evitar que la descomposición social avance, aún más, por las manifestaciones callejeras de la gente, de la Iglesia, de los que protestan por la inseguridad —que tienen razón—, las tomas de carreteras, el desordenado trafico citadino, la presión de los padres de los estudiantes sacrificados de Ayotzinapa, las resoluciones de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, los cambios poco explicados dentro del gobierno federal, los problemas locales contra gobernadores y exgobernadores —por corrupción o por razón política—, los escándalos cotidianos en la prensa, ya que todo ello ha creado un clima negativo respecto al futuro nacional.
México es mucho más, se olvida que este país tiene una historia, un legado cultural y espiritual y una fuerza que nos ha impulsado, como nación, para obtener nuestra independencia, para separar la Iglesia del Estado y para darle un contexto social al constitucionalismo mexicano y a nuestras instituciones jurídicas. Olvidan que vivimos en un clima de libertad y que la democracia —a pesar de sus defectos— es una realidad nacional. No observan que somos una de las más importantes economías del mundo y que México sigue siendo una nación respetada en la vida internacional.
Claro que debe existir la crítica y, por supuesto, que hay políticas por corregir y errores en la conducción, pero no podemos perder la estabilidad nacional que se cohesiona con valores que van más allá de un sexenio.
La lucha por la Presidencia de la República será encarnizada y realmente de entre los muchos que se mencionan para obtenerla no se ven grandes líderes ni grandes figuras; por eso, aún falta mucho para definir el futuro político del próximo gobierno. Debemos tener la claridad y la certeza de que México no se agota en un sexenio, debemos voltear a nuestros principios y a nuestra historia, para entender que no podemos dar saltos perversos en el tiempo.